Con la seguridad que deviene de saberse guapa y apoyada por el Imperio, Súmate pretendió decidir sobre la manera de realizar las primarias que escogerían al candidato de la oposición para las elecciones presidenciales de 2006. Sin consultar a los involucrados, establece fechas y condiciones, reproduce sus pautas y su peculiar concepción de la democracia: Decidir de acuerdo a los intereses de la Casa Blanca, irrespetando pareceres y criterios a los cuales tienen derecho los diversos aspirantes o precandidatos.
Tal situación en realidad no es asunto nuestro: Ellos son blancos y se entienden. Pero, ilustra con claridad la conducta que viene asumiendo está organización con respecto al Consejo Nacional Electoral. Su actitud de crítica y, sobre todo, de censura a toda la actuación del organismo electoral, sus exigencias absurdas y sus ataques irracionales que llegan incluso a plantear abiertamente su desconocimiento, se sustenta en el mismo principio antidemocrático: Nuestros puntos de vista deben prevalecer sobre los organismos y las leyes. No se trata de respetar los derechos de los demás y derivar acuerdos sobre la base del consenso y la buena voluntad, sino que Súmate se arroga el derecho a decidir cómo se hace y se deciden las cosas en materia electoral. Es más, por medio de uno de sus voceros sostiene que si no se cumplen las condiciones señaladas por ella al CNE, el candidato que resulte escogido debe retirarse.
Lo curioso es que los partidos políticos de la oposición han terminado formulando los mismos señalamientos que desde hace tiempo hizo el Bloque del Cambio: Súmate no es un árbitro. Es, sencillamente, una parcialidad política que apoyándose en la bendición de Bush y en una supuesta capacidad técnica y logística -que hasta ahora no ha demostrado- quiere secuestrar las decisiones electorales de la oposición y del país.
Basta con recordar sus maniobras, con motivo del Referéndum Presidencial del 2004, para tener idea de su enorme capacidad enredadora. Súmate niega a los ciudadanos que abusivamente dice representar; pues, desconoce las instituciones en que esos ciudadanos creen y respaldan cada vez que acuden a un proceso electoral.
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