Una tras otra, la oposición suprarrenal venezolana ha ido hundiendo a cuanta institución, grupo o corporación ha logrado poner al servicio de sus intereses. Lo primero que prostituyó fue el nombre de la “sociedad civil”, tras cuya fachada adelantó movimientos nada civiles. Paralelamente, se llevó en los cachos de la ignominia a las ONG, tres siglas que redujo a su última letra: la “g” del golpismo a la que siempre apostó con una conocida carta bajo la manga: el truculento naipe del “yo no fui”.
PDVSA fue una carta dura y temeraria. Apenas la asomó los días previos al 11 de abril de 2002, pero se la reservó íntegra cuando ese día lanzó sobre la mesa un as de espada con el que pensó liquidar la partida: los militares felones que se pusieron al servicio del auto proclamado Carmona Estanga.
Esa oposición acabó literalmente con la credibilidad de los medios, cuando éstos, desconfiados y descreídos del liderazgo opositor, decidieron hacerse ellos mismos oposición. En el camino del desprecio mutuo iban quedando los restos de la CTV, Fedecámaras, un sector recalcitrante de la jerarquía católica, la federación de ganaderos y la cámara de colegios privados. Sin institución de prestigio en pie, apareció una refrescada Súmate, invención del norte con ínfulas tecnocráticas, que rodó cuando llegó la hora de contarse para buscar un candidato “único” entre los sobrevivientes opositores.
Después de devastar a esos aliados que puso a su servicio, la oposición desesperada sin ser la canción de Neruda, mira hacia el sector universitario. En su seno puede darse un barniz académico, cierto maquillaje seudo científico y presentarse ante el país y el mundo con el tupé de hacer pasar a Ledezma por Aristófanes y a Oscar Pérez por Licurgo. Si la universidad venezolana lo permite, será la próxima víctima de ese molino de instituciones, grupos y personas que es la oposición extrema, bruta y abstencionista que hoy, en hora aciaga, se gasta la república.
Hay una oposición democrática, pero hoy por hoy, incapaz de superar el chantaje del grupo que la tiene secuestrada, con los medios como punta de lanza y extorsión. Confiamos en las enormes reservas de la universidad, con casi tres siglos de existencia, pero preocupan las fuerzas oscuras que hoy la acechan, con fuerte complicidad interna. El objetivo de los aventureros es el mismo de Plaza Altamira, de la “meritocracia” petrolera, del 11-A, de la guarimba, del paramilitarismo de El Hatillo, de las bombas contra las embajadas y de la agresión mediática: el golpe de Estado y el entronizamiento en el poder de la derecha fascista. Todo lo demás son cantos de sirena y silicona académica.
A este sector le importa un bledo hundir a la universidad en su aventura. En Mérida han cobijado a grupos extremos y eternos enquistados en el movimiento estudiantil. En Caracas, tres rectores universitarios se han sumado al coro de la campaña desestabilizadora contra el CNE. Estos entogados se meten en la candela conspirativa y, cuando algunas chispas se les devuelven, reaccionan como vestales. Son hipersensibles. No les será fácil, o mejor, les resultará imposible hacer que el destino de la universidad venezolana sea el mismo de Gente del Petróleo, la binguera CTV o los militares de Altamira. El Alma Mater no será para ellos su particular coordinadora democrática.