El rabo del Lagarto

Como los dinosaurios, los partidos políticos no sufren de muerte súbita. Su desaparición del escenario es lenta, pastosa, larga y grotesca. A veces parecen volver, como el APRA en el Perú o el PRI en México, pero se trata de reacciones terminales que hacen más patético su derrumbe. La historia pareciera regodearse con la agonía de estos mastodontes; para decirlo con el tango, como lo hace el gato maula frente al mísero ratón.

Esta obstinación por quedarse donde ya no se les quiere ni tienen cabida –ni en la historia ni en la sociedad- hace difícil extenderles una partida de defunción con fecha específica.

AD y Copei, por ejemplo, murieron como partidos pero siguen allí, retorciéndose en la viscosidad de su ectoplasma. Ya no se manifiestan como organizaciones, pero sí como individuos que guardan todas las características del partido.

Es el rabo del lagarto que distrae al depredador para que el lagarto escape.

Acción Democrática y Copei son Ramos Allup y Carlos Blanco; Bernabé Gutiérrez y Manuel F. Sierra; Antonio Ledezma y Armando Durán, Eduardo Fernández y Oswaldo Alvarez Paz, el Cura Calderón y Tejera París, más unas cuantas señoras que escriben fogatas y fogones fatuos, u otras tantas columnistas que redactan incendios inocuos.

En estas individualidades los partidos se niegan al morir definitivo.

Estos personajes no tienen futuro en la política, ni siquiera presente. Los actores emergentes los oyen y a veces hasta los leen pero no les hacen caso. En las pasadas reuniones pre Carmona, en el Eurobuilding o el Tamanaco, ocupaban los rincones. En plaza Altamira, les estaba negada la tarima y las adyacencias del obelisco. Eso no les importaba siempre que los dejaran estar por allí.

Es característica común de los que llevan a cuesta los cadáveres de un tiempo y una época, ser más radicales que los más ultras. Santifican las guarimbas, los atajos, los golpes que no se atreven a dar, los trancazos y, por su puesto, la abstención electoral. No frente a unas elecciones específicas, sino ante todas.

Tienen que abstenerse siempre porque en un escenario electoral no tienen nada que buscar.

Ni siquiera pueden negociar porque carecen de fuerza y organización. Los cadáveres, ellos lo saben, no votan, no ganan y ni siquiera están en capacidad de negociar. La abstención, en cambio, es río revuelto. Allí, hasta un muerto puede tropezarse una sardina.

AD y Copei, como todos los otrora grandes partidos, se niegan a morir solos. No les gustas ni agrada bajar al sepulcro en soledad.

Por eso se quieren llevar a todo el que puedan y a todo el que se deje. Los viejos dirigentes de esas toldas hoy llaman a incendiar toda la pradera. Lo mismo hacen sus hijos, hijas, nietos y nietas.Cuando lea o escuche a un furibundo abstencionista, busque sus antecedentes políticos o su árbol genealógico.

Volverá usted a entroncar con unos tercos AD y Copei, moribundos pero obstinados en permanecer en el escenario de la historia.

A este espectáculo mortuorio asistimos en la Venezuela del siglo XXI. Los estertores de los dos viejos partidos todavía durarán algún tiempo. Los medios les darán algo de oxígeno a sus últimos militantes o a sus descendientes disfrazados de independientes. Un buen día, todo será silencio y nadie se habrá dado cuenta. La madre tierra empezará a hacer una dificultosa digestión.


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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