La propaganda y la agitación de la oposición derechista en Venezuela, descansa en dos o tres frases que se repiten una y otra vez, por los más diversos medios y formas: al socialismo chavista es culpable de la crisis económica, Maduro es un dictador al estilo Fidel y debe irse ya. Por supuesto, aquí no hay propuesta alternativa, ni en lo político, mucho menos en lo económico, más allá de la nostalgia por una "felicidad" que pasó en parte por "nuestra propia culpa" y el lugar común de la aspiración al "desarrollo", la prosperidad y la felicidad". La escasez de ideas no es única de la derecha. Es sólo su versión de la polarización, ese mecanismo de estupidización que funciona con la simplificación extrema, la repetición y la orquestación de mentiras y medias verdades, la estigmatización del contrario y la recurrencia a mitos movilizadores llenos de sentimientos de heroísmo y lealtades eternas propios de todas las pseudoreligiones. O sea, el legado de Goebbels a la propaganda política del siglo XX y XXI. Quiero decir que la misma pobreza intelectual es propia del otro lado, funcional, de la polarización.
Pero, si bien la polarización es un mecanismo propagandístico y de agitación, ella es sólo la apariencia de verdaderos proyectos sociales y doctrinas completas, sistemáticas. Por supuesto, en el caso de la derecha, la matriz ideológica es el neoliberalismo; pero en su versión latinoamericana, la derecha le agrega ciertos rasgos propios de su tradición positivista y racista, que le dan sabor y color "vernáculo": la idea de nuestra inferioridad racial respecto a los Estados Unidos, ese endoracismo que ya se percibe en los representantes más elaborados del "pensamiento" derechista.
Ahora bien, la postura derechista no se queda en ciertas posiciones literarias u opináticas de columnistas de prensa. En nuestras universidades autónomas, refugio del pensamiento de derecha, retaguardia de su "carne de cañón", se cocinan propuestas económicas para un posible gobierno postchavista. Una de las que ha cogido más fuerza últimamente, es la de la dolarización. No se trata de una fría propuesta académica. Es ya una consigna investida de emociones que se aprueba en las reuniones de empresarios, de profesores y estudiantes. Es respaldada por organismos internacionales de promoción del pensamiento neoliberal, como el CEDICE en Venezuela.
Su "encanto" hacia el público llano, por supuesto, reside en sus promesas: los asalariados ganaríamos en dólares; se acaba rápidamente la inflación; no habrá más devaluación simplemente porque no habrá "tipo de cambio" porque, también sencillamente, no habrá moneda nacional. De paso, se eliminan los controles (de precio, de cambio, de producción), se reducen las barreras al libre comercio y libre flujo de capitales. Además, se acabarían los incentivos a la corrupción propios de todos los RECADI, CADIVI, etc., o sea, de todos los mecanismos de control de cambio con tipos de cambio preferenciales.
Otras supuestas ventajas que se señalan son la simplificación del comercio exterior (aquí ya se le notan "las patas al caballo", pues en todas las experiencias, la dolarización estimula mucho más las importaciones), la estabilización macroeconómica que permite la planificación a mediano y largo plazo de los empresarios, pues las tasas de interés se "aquietan" y se produce una expansión del crédito y una recuperación del ahorro.
El discurso dolarizador no se rebaja a refutar las observaciones que se le hacen. Para ello bastan ciertos gestos de "fuchi" con la naricita arrugada. Por ejemplo, hacen ironías sobre el patrioterismo de ponerle "bolívar" a la moneda nacional, dejando mal parado al propio Libertador. Igual consideración humorística se le hace a la objeción de la pérdida de soberanía al eliminarse la moneda nacional, acabar con el Banco Central (reducido a un rol de supervisión) y colocar un impedimento estructural a cualquier acción estatal para corregir los defectos de los mecanismos "perfectos" del mercado. Me refiero a los subsidios, las políticas sociales, medidas de protección comercial, de estímulo a las exportaciones, políticas fiscales para estimular a los inversionistas nacionales o aumentar la demanda agregada (dinero en manos de los consumidores) para animar las compras. Los dolarizadores hacen "fo", cuando se les señala que los países quedarían indefensos ante las crisis externas, incluyendo los procesos de apreciación o depreciación del dólar; así como el desplazamiento creciente del dólar, a medida que aumenta la influencia del bloque eurasiático Rusia-China. Tampoco abundan mucho los defensores de la dolarización sobre la necesaria "flexibilización laboral" que se aplicaría en caso de aplicación de esta verdadera panacea. Eso de perder derechos laborales en beneficio de las transnacionales no es muy atractivo para cualquier asalariado.
Pero son varios los problemas que a los dolarizadores hace carraspear: el primero y más importante, la viabilidad política de su propuesta (por supuesto, tendrían que, no sólo derrocar al chavismo, sino acabarlo como opción política a largo plazo). No se crea que a ellos les preocupe mucho eso de la defensa de la soberanía nacional, la cual, para ellos, es un fastidio, porque su asunto es precisamente reducir al mínimo la capacidad de intervención en la economía de unos estados nacionales que "no sirven para nada". De allí, por cierto, su odio al presidente ecuatoriano Correa quien, aún maniatado por una dolarización aplicada en su país desde el 2000, se atrevió a ejecutar políticas de intervención estatal a favor de los más desposeídos.
La soberanía nacional para estos dolarizadores, como para todos los neoliberales, no es un problema, pues para ellos lo que hay que hacer es plegarse al poderío norteamericano en un mundo donde el patrón dólar sustituyó ya hace décadas al patrón oro en las transacciones financieras internacionales, los dos tercios de las reservas de todos los bancos centrales del mundo están en dólares y el 80% del comercio exterior se da en la divisa estadounidense.
Aquí, en ese desprecio hacia el nacionalismo económico, se nota el endoracismo tradicional de nuestra derecha: su sueño es llegar a ser norteamericanos, acabar con el pecado original de no ser anglosajones. Su horizonte verdadero es acabar estas patrias. Pero eso, por supuesto, no lo dicen.