Las actuales protestas de calle no dejan de sorprendernos, tampoco la forma indiscriminada cómo está siendo controlada o reprimida, como dicen otros, por la Policía Nacional o la Guardia Nacional Bolivariana. ¿No podrán unos y otros idear procesos más creativos? Pues, ese "accionar" afecta gravemente a la población indefensa: trancas, vandalismo y saqueo en puntos neurálgicos de ciudades importantes de Venezuela, ponen a cualquiera a dudar sobre la calidad de esa protesta cívica
Han afectado a toda la ciudadanía. No sólo al presidente Maduro. Es así como los gases lacrimógenos que se dispersan enrarecen el aire que todos respiramos y nos ha hecho recordar hasta la madre de Tarzán… ¿Son esas jornadas democráticas promovidas por ínclitos ciudadanos que con el llamado "plantón" casi encendían y destruyen toda la vieja ciudad de El Tocuyo, municipio Morán del estado Lara? No podemos con tanto civismo…
Pero decíamos inicialmente que sorprende esta forma tan "cívica" de algunos contestatarios, particularmente violentos, que arrasan con todo, como la langosta. Sobre todo quienes a finales de la década de 1980 y buena parte de la de 1990, fuimos protagonistas y testigos de grandes jornadas de agitación política, desde espacios comunitarios y universitarios, cuestionamos sobre la legitimidad de tales performance democráticos promovidos por la gente bien.
Veamos, pues. En primer lugar, lo que podríamos llamar "calidad" de la protesta actual parece muy disminuida. Esto es, no tiene cualidad moral. Dado que los comecandelas de las guarimbas no actúan movidos por ideales políticos sino crematísticos. Es decir, son mercenarios, revelan altos voceros del Gobierno y el PSUV por VTV.
Gente pagada por particulares o partidos políticos de nuevo cuño neoliberal. Y vinculados a ONG o trasnacionales made in USA.
En segundo lugar, el segmento social que ahora se ha echado a las calles son los hijos de los antiguos sifrinos. La clase media comercial, empresarial y profesional. Partidarios todos del neoliberalismo y cuyos referentes son los presidentes de Argentina, Chile, Perú, Brasil y algunos otros paladines del libre mercado.
En fin, que no hay duda de que los tiempos cambien. Y con ello las actitudes, mentalidades e imaginarios políticos. Ya que como decíamos arriba, décadas atrás las comunidades y universidades actuaban contra un estado de cosas guiados por las banderas del socialismo democrático. Pero cuando en Venezuela se ha desarrollado una experiencia bajo tales parámetros, resulta que principalmente la clase media es la que chilla; y, claro, a ello se ha unido los otros dos extremos extremo, a saber, los muy poderosos interese de grupos económicos nacionales con vinculaciones externas y un cierto número de lumpen proletarios (actuales protagonistas de los actos violentos, tanto contra la propiedad privada como pública. Eso sí, pagados por los primeros nombrados).
Claro, esto último se decía que lo solían hacer los líderes del chavismo y mucho antes de que se conoce también que el último Capitán General de la Provincia de Venezuela, don Vicente Amparan, dizque que dejó asentado en sus memorias que quienes lo llamaron a Cabildo el 19 de abril de 1810 y luego rechazaron su mando, habían sido previamente pagados; de tal suerte que ese tal expediente es viejo.
Decimos esto y seguramente equivocamos el punto de foco o perspectiva de análisis, dado que la historia actual resulta harto compleja para identificar las variables de conjunto o variables intervinientes que explican causalmente los acontecimientos de la coyuntura. Pero la verdad es que nos ha causado asombro observar por los medios de comunicación social, cómo algunos individuos de sectores populares se ha sumado a la protesta; claro, muchos están siendo pagados, tanto para activar la agitación callejera como para desarrollar actos vandálicos.
No tienen ideales políticos ni fuerza moral. Ello a pesar de que la jerarquía eclesiástica respalde tal activismo, según oímos decir al cura párroco de la céntrica Iglesia San José de Barquisimeto. Sabido es que la Iglesia Católica es un importante actor político en Venezuela, desde el tiempo histórico colonial, a la república y contemporaneidad. Para bien o para mal, sea que participen de las luchas por la autodeterminación de nuestros pueblos o adhieran la dependencia de imperios extranjeros, porque esos sacerdotes en realidad son unos tipos precarios, de escasas luces y descuidada moralidad.
Finalmente, recordemos que la estructura del acto moral comprende al menos los siguientes aspectos: el objeto elegido, que debe ser justo, elevado y edificante; la intención, recta y noble; el grado de libertad, o que la acción se ejecute sin coacción sino a conciencia y pleno consentimiento; la consecuencia de la conducta debe tributar a la justicia (distributiva o reparativa), que exalte la dignidad de la persona humana. No que subyugue, hiera o mate la vida.
Ninguna de tales condiciones se cumple en la protesta actual. Sino que, al contrario. Se ha actuado en esta protesta con mala intención y con unos fines perversos; de donde se tiene que en Venezuela está pidiendo a gritos tolerancia y orientación básica, ello con fines de crear condiciones para la plenitud humana. Apertura hacia la otredad fundamental. Pero, ¿quiénes de los actuales actores políticos pensarán en ello?
Por cierto, un autor que se ocupa de varios de esos asuntos es Héctor Díaz-Polanco (2016) en su libro "El jardín de las identidades. La comunidad y el poder. Premio Libertador al Pensamiento Crítico-2015. (Monte Ávila editores Latinoamericana. Caracas).