Una clara ventaja de la inseguridad

Con el tan preocupante pero a la vez manido vocablo inseguridad, se ha venido definiendo, con el paso del tiempo, una creciente diversidad de situaciones que, constituyen precisamente, una falta de seguridad.

He escuchado por ejemplo pronunciar dicho vocablo a hombres buceadores que, andando por la calle con su mujer, al tan sólo observar el paso de otra bien buena y voluptuosa, le comentan a la suya estando de guasa: ¡Qué inseguridad!.. Por lo que la inocente mujer le interpela de inmediato, y con los ojos muy pelados: ¿Por qué lo dices, mi amor?

Eso ha venido contribuyendo a evitar que la mujer sea presa de los celos siempre incordiantes, y además, a mantener la conveniente y sana armonía dentro de la pareja.

Lo mismo ocurre cuando alguien, con sentido estratégico, vocifera inseguridad al tan sólo entrar a una empresa (sea pública o privada) para garantizarse la seguridad de que no le vayan a amargar el día con una respuesta insolente o descaminada, cuando no por el miedo a que le insinúen una coima proporcional como eficiente herramienta para desbloquear los entramados burocráticos y hasta sicológicos de los pequeños y agraciados emperadores y emperatrices del presunto servicio visitado.

Pero es que también, en el ámbito electoral, ha cobrado mucha fuerza de uso este vocablo inseguridad. Veamos.

Con motivo de las caricaturescas ofertas electorales del siempre rezagado Rosales, se ha incrementado pues el uso del vocablo como para ofrendar la situación que él mismo genera.

Fíjense, que la angustia tan desgastadora que siente y se le percibe ante la existencia del delito (y que no debe a nadie extrañar por ser inmanente a los hombres tan inmaculados como él) lo lleva de inmediato a liberar sus iniciativas, no a las gotas como hacemos los egoístas e incapaces de siempre, sino a granel, como lo hacen los genuinos vengadores, los que cobran, a saber: un millón mensual con Mi negra, cinco millones o más (siempre negociable para forzar la entrega) por arma de marca o chopo artesanal, innúmeras depuraciones de los cuerpos policiales del país (menos la policía del Zulia, que por el solo hecho de su simple y gallarda aspiración presidencial, es garantía absoluta de auto depuración); delincuentes puestos a la orden de los tribunales de justicia… (Se pensaba incluso que pudiera hacerlo ante los tribunales de injusticia, como otra de sus genialidades; pero no…); la creación de un inédito consejo de seguridad y defensa que rinda cuentas a la nación (la más pura democracia participativa, pues) e integrado por todo el mundo menos por él mismo para que no corra el riesgo de transformarse a la larga en un consejo de inseguridad e indefensión; 150.000 policías más, 700 fiscales más, 1.000 jueces más, y dotar a cada venezolano de un ingenioso spray para que pueda rociar a cada policía o burócrata a fin de demostrarse a sí mismo de que es honesto u honesta el vergajo o la vergaja al no formársele de inmediato una aureola negrusca que pudiera delatarlo o delatarla como lo contrario. Triplicar o cuadruplicar presupuestos… En fin, crear como desiderátum genuinas zonas libres de delincuencia donde, además de poderse dejar los carros con las puertas abiertas de par en par y el suiche pegado, pudieran quedar también dentro de ellos los oscuros maletines llenos de dinero producto de las sacrosantas operaciones que él va a propiciar sin que corran el riesgo de ser arrebatados por los malandros generados por la pobreza, porque los apóstoles que generará su gobierno (dentro de la clase media y alta) tendrán su maletín personal repleto de puro crecimiento que, seguro evitará, tentarlos hasta para ejecutar la más mísera indelicadeza .

¿Pero se imaginan ustedes (mis queridos lectores y lectoras), qué sería de Venezuela si no existiera la más absoluta inseguridad de que Rosales pudiera ganarle a Chávez.


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Raúl Betancourt López


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