A veces pareciera que la candidatura es un chiste, como si alguien se estuviera riendo de todo el país. De pronto, se piensa lo contrario. Es mucho el dinero que se ha invertido para tratarse de una guasa de alguien. O de muchos. Al aspirante se le ve serio, hace sus promesas casi al borde de la solemnidad y desafía el rechazo de los barrios con una fabricada media sonrisa digna de mejor causa. Todo esto no pareciera teatro y artificio.
Sin embargo, esta apreciación se cae cuando el candidato habla y teje las más insólitas promesas, con gestos que desconciertan por pasar sin mayores esfuerzos del más natural cinismo a un inédito desparpajo que las tribunas no saben si es ignorancia o ingenuidad. En momentos así, Rosales se difumina y el colectivo es sobrecogido por la sospecha de que está siendo objeto de la más grande mamadera de gallo jamás montada.
Un cronista de este diario, insospechable de todo chavismo, le ha aconsejado al ex dirigente adeco dejarse de estar prometiendo que gobernará sin aire acondicionado. Le ha acotado que esa refrigerante oferta, además de no importarle a nadie, es una raya. Esa extraña fobia hacia el frío convierte al candidato en una especie de Aureliano Buendía al revés, a quien su padre habría llevado no a conocer, sino a desconocer el hielo.
Rosales pareciera estar siendo víctima de su propio comando de campaña. Algún experto extranjero de visita en el país podría llegar a sospechar que el mismo fue infiltrado por el régimen. Rodeado de expertos y politólogos, éstos se enclaustran para desatar intensas tormentas de ideas de las que, a la final, nace algún ratoncito publicitario como ese de ofrecer cinco melones a los choros por cada fuca que entreguen a los pacos. Hernancito, el secuestrador y homicida de Terrazas del Avila, allá en la sordidez de El Rodeo II, habría soltado una lágrima al leer la información.
Vamos, Rosales, pídale más originalidad a esos creativos que para algo se les paga. No se deje. Es cierto que congelado en ese 17% en las encuestas usted no va para el baile el 3 de diciembre, pero eso no le da derecho a nadie para tirar su prestigio por la borda de la copia y el plagio. Lo último que hicieron fue llevarlo a un local de lujo y hacerlo prometer al país que, para acabar con el hampa, usted se convertirá en un comprador de armas al detal. ¿Qué es eso, Rosales? Globovisión transmitió pelo a pelo, con refuerzos de videos, esa puesta en escena de la candidez balística.
Ocurre que la Ley para el Desarme, en su artículo 8, contempla que el “Ministerio de Interior y Justicia, a través de la dependencia competente, otorgará un incentivo económico a las personas que, voluntariamente y en condiciones normales, le entreguen armas de fuego ilegales”. Ahora salen los genios de su comando, plagian la ley y la convierten en una promesa electoral. Algo así como que alguien le prometiera al país que, si votan por él, respetará la bandera, el escudo y el himno nacional.
Por primera vez en la historia política de la patria, los venezolanos no saben si una candidatura presidencial es algo serio o un colosal vacilón. La indefinida sensación de mamadera de gallo los incomoda. Por la cantidad de dinero invertido en el proyecto pareciera algo serio, pero por los discursos y propuestas del candidato, las dudas agobian al soberano. Aclare ese asunto, Rosales, porque así usted prohíba el aire acondicionado, los maracuchos no desconocen el hielo.