Orgullo de raza… y Gladis Ascanio, “Mi Negra”

Vilezas tales como la protagonizada por el infausto candidato Manuel Rosales, cuando con mal disimulado asco y frente a todo el mundo, en la tarima de la “Avalanchita” de la Avenida Libertador, se limpió la boca con un pañuelo después de besar la frente de una mujer de color a quien le palmeaba la cabeza como a un perrito, bosquejan fielmente el recuerdo de una dirigencia política surgida de la oligarquía criolla que, en tiempos de la IV República, cada cinco años se acordaba de que el pueblo existía, y se le acercaba con repugnancia encubierta bajo una dicharachera careta candidatural, repartiendo besos y abrazos forzados porque, al fin y al cabo, los votos de esa numerosa masa de individuos negados por el anonimato clasista eran necesarios para poder sentarse en la silla presidencial de Miraflores, y había que convencerlos de que se les aceptaba como gente… y hasta de que se les quería como tales. Pero con el comandante Chávez como Presidente –alguien del pueblo representando y liderando al pueblo, por designio del pueblo-, se cayeron las caretas de la antigua clase dirigente, dejando al descubierto su segregacionismo. El soberano está tomando conciencia de que lo es por su propio designio y, como tal, no está dispuesto a dejarse engañar de nuevo por una malograda élite sociopolítica que, por despreciar al pueblo como tal, siempre despreció la noción de Soberanía Popular que fundamenta la Democracia.

De ahí, pues, que sea tan deplorable la actuación de la “negra” Gladis Ascanio, al prestarse como lastimoso títere del nauseabundo populismo barato del candidato adeco Rosales. Puede entenderse que, a cambio de un presumible beneficio económico, haya dejado de lado su orgullo de raza y permitido que la oligárquica dirigencia opositora la convirtiera en un barato estereotipo demagógico destinado a tratar –desesperadamente- de captar la intención de voto de las clases populares. Pero lo que no se entiende es que, habiendo sido objeto públicamente de tan insultante gesto de asco, se haya presentado en un espacio de televisión a disculpar a su ofensor y a recibir besitos tirados de lejos por sus burlescos entrevistadores, y prosiga como si tal cosa yendo de un lado a otro del país con la tarjeta del Flojibono en alto. ¿Dónde está su amor propio?

El Diccionario de la Real Academia adoptó hace tiempo como válido el término “denigrar” (del latín denigrãre: poner negro), equivalente a injuriar o escarnecer a alguien menoscabándolo, cuya caucásica raíz original no deja lugar a dudas sobre su racista significado. ¿Sabrá la señora Ascanio que fue denigrada? Y por partida doble, considerando que su elección como símbolo de la burlesca tarjeta de débito obedeció a que, en su condición de mujer de color y de presunta extracción humilde, conjuga en su persona el racismo y el clasismo, vergonzosos estigmas morales típicos de nuestra oligarquía criolla, los cuales, mientras dicha oligarquía fue clase dirigente a lo largo de más de un siglo, se ocupó se arraigar en forma de apartheid criollo que propende a situar automáticamente al individuo de piel oscura en los estratos sociales más bajos. Racismo y clasismo profundamente enraizados en el núcleo radical de los opositores al actual gobierno que, relacionando entre sí los términos “chavista” y “pueblo” como si fueran uno solo –descubrieron el agua tibia-, constituyen factores fundamentales, entre otros, que explican el por qué del radicalismo empeñado en sacar al presidente Chávez del poder cueste lo que cueste, aunque ello signifique intentar una nueva ruptura del hilo constitucional.

La mentalidad adeca que rige la campaña rosalista se niega a entender que la demagogia barata al estilo de Carlota Flores, la “Caucagüita” de Luis Herrera Campins, NO FUNCIONA AHORA que el pueblo despertó y es protagonista de su destino sociopolítico. De símbolo representativo de una grotesca oferta electoral, Gladis Ascanio pasará a ser en un futuro próximo el triste recuerdo de aquella mujer humilde cuyo contacto corporal inspiró visceral repulsión a aquel candidato que sostenía que “no se le podían pedir peras al horno”.-

(*)Abogado

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Eduardo Santana Gómez(*)


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