Por la boca muere el pez, le advirtió José Vicente Rangel al candidato Hugo Chávez Frías en 1998. El entonces abanderado del Bloque Patriótico habría prometido en un mitin en Maturín, según la prensa que le era adversa, que de llegar al poder, freiría la cabeza de los adecos en aceite. El periodista Rangel le lanzó una advertencia temprana a quien entonces debutaba en la arena política electoral. El hombre oyó el consejo y logró su objetivo.
Quien se desbocó ahora, el candidato Manuel Rosales, no es precisamente un novato en careos electorales. Tuvo en Acción Democrática su mejor escuela. Pero en entrevista para un canal de Miami, con la locutora María Elvira Salazar, tildó de parásito al pueblo chavista, el cual, según su interesado cálculo, representa un 33 por ciento de la población venezolana.
Ocurre que la consigna central de este señor gira en torno de alguien que promete gobernar para 26 millones de venezolanos. El mismo candidato se encargó de restarle a esa cifra un 33% que considera “parásitos” y mostrar, de paso, la cara sectaria del adequismo más rancio. La consigna de amplitud e inclusión se desmoronó por obra y gracia (o morisqueta) del aspirante opositor.
Al declarar para Miami, el candidato de la ex coordinadora creyó que sus despectivas palabras se quedarían en el norte. Subestimó la existencia de Internet e ignoró lo que dijo el viejo McLuhan hace más de tres décadas, esto es, que el mundo era entonces, y los es mucho más hoy, una inmensa aldea global. Y en las aldeas, todo se ve, todo se oye y todo se sabe.
El candidato optó entonces por huir hacia adelante y negó sus palabras, olvidando que hoy todo queda grabado. Atrapado frente a su propia voz, su comando le aconsejó una temeridad: retar a Hugo Chávez a un debate para desviar la atención. El hombre “se atrevió” a dar ese paso, rogando in pectore que no le fuera aceptado el desafío.
El epíteto no afecta, en definitiva, a los chavistas o “chavecistas”, como él los llamó, sino al candidato que inició su campaña visitando los barrios, considerados éstos como reductos chavistas. Luego de incursionar en territorio bolivariano, todo se desbarató con los pies al llamar “parásitos” a los que se pretendía conquistar o ganar para su causa.
El señor Rosales, con su pifia declarativa mayamera, se hundió “hasta los hombros en el mar de occidente”. A un mes de las elecciones no había logrado rebasar el 30% en las encuestas, incluso en las encargadas por su comando. Después que se le fue la lengua en la aldea global, puede olvidarse definitivamente de esa meta.
“Parásito” es, en verdad, en epíteto duro, discriminatorio, despectivo, injusto y miserable. Los medios dicen que es Chávez quien ha sembrado el odio en el país. Pero ese adjetivo de “parásito”, lanzado por alguien que pretende ser Presidente, no es precisamente fruto del amor. Brota, sin duda, de un pozo de odio y profundo desprecio.
P.S: Teodoro Petkoff editorializó en su periódico Tal Cual, que yo repito un montaje del canal 8. No hay montaje, Teodoro, como no lo hubo cuando Rosales suscribió el decreto de Carmona, aunque ahora diga que sólo firmó su asistencia. Tú sabes que no es muy frecuente confundir un golpe de Estado con un inocente un salón de clase y entrar, así como así y de lo más escolar, a firmar la cándida lista.