Antes del famoso “día después” de las elecciones, ya el candidato Rosales había iniciado su viaje inverso, su retorno al estado Zulia. Se puede decir, incluso, que el regreso empezó desde principios de noviembre, cuando su comando comprendió que la tendencia victoriosa del presidente Chávez a esa altura resultaba irreversible. El cruce de las líneas en las encuestas y el anhelado “empate técnico” nunca se dieron y quedaron, que diría el poeta, como “vapores de la fantasía”.
No obstante, el abanderado de la ex coordinadora no debe sentirse derrotado, por un sencillo silogismo: jamás tuvo la menor posibilidad de triunfar en la gesta electoral del 3 de diciembre. ¿Qué buscaba entonces? Se los cuento: 1) Pasar de carmonafirmate a candidato a la presidencia. 2) Proyectar su nombre más allá del Zulia. 3) Convertir Un Nuevo Tiempo, su partido regional, en una organización nacional. 4) Sembrar su nombre para el 2013.
Si logró por lo menos dos de estos objetivos, puede darse por satisfecho. No vuelve, como el melancólico Gardel, con la frente marchita ni con las sienes plateadas. El 2013 está lejos pero a la vuelta de un año se agita la campaña para las elecciones de alcaldes, gobernadores, concejales y legisladores regionales. Podría erigirse en el gran elector en caso de que la unidad opositora sobreviva al 3 de diciembre y a la avalancha que, de tanto anunciarla, se le viene encima.
El candidato Rosales, a la altura de esta línea, lo ha hecho en forma más o menos aceptable. No tanto porque recorrió al país “a todo lo largo y ancho de su madre geografía”, como dirían sus compañeritos adecos, sino porque resistió las presiones para que se retirara de la contienda electoral con el fin de “deslegitimar al rrrégimen”. La presión provenía de Estados Unidos, Súmate (que es lo mismo), la solitaria cúpula de AD, los fanáticos del llamado “comando de la resistencia” y la ultra derecha venezolana.
Estoy haciendo al candidato oposicionista un reconocimiento que podría rodar mañana mismo. Esta columna sale publicada nueve días antes de las elecciones. En ese lapso –aunque lo dudo- el hombre podría ceder ante las presiones y reincidir en su conducta de las parlamentarias, es decir, pegar el leco de “fraude” y retirar su candidatura pocas horas antes de los comicios. Si así ocurriese, el vocablo “autosuicidio” que alumbrara Carlos Andrés Pérez en hora aciaga para él, se haría carne en el candidato.
Mientras esto no haya sucedido, sólo asistimos al retorno de Rosales a la tierra zuliana. No es un viaje a la semilla, como el de aquel personaje de Alejo Carpentier. Será un regreso más bien a su justa dimensión, con alguna ganancia política en los bolsillos. Una ganancia como suspiros, esos dulces que se deshacen antes de llegar a la garganta. El día después, si no el mismo 3D, se inicia la tormentosa noche de los cuchillos largos entre los grupos de lo que se llamó “la unidad nacional”.
De regreso a Maracaibo, el candidato sentirá que se le nubla la frente, pero no de la emoción sino del choque con la realidad. Nada tenía que cobrar en Miraflores y por poco no pierde la gobernación por un torpe atrevimiento. Y 2013, en el tiempo y la distancia, es un fuego fatuo, un horno sin peras, un canto de afónicos cetáceos.