A pesar de los esfuerzos de Teodoro Petkoff, quien ha explicado a los venezolanos opositores, en forma clara y contundente, la derrota electoral sufrida; a pesar de las declaraciones del candidato opositor Manuel Rosales, en las que utilizó la expresión “yo no le voy a mentir al pueblo venezolano”; a pesar del llamado conciliatorio del presidente Chávez, de su compromiso de unir el país y de su reconocimiento del comportamiento democrático de la oposición; a pesar de todos los pesares, todavía, un muy pequeño grupo de seres insiste en que el ganador fue Rosales, que hubo un fraude total, que el mismo fue electrónico y que deben, en consecuencia, salir a las calles a protagonizar desórdenes y llevar la situación a límites inadmisibles, con miras a provocar un derrocamiento del Presidente.
He venido insistiendo, y lo continuaré haciendo, que ese 38 por ciento de votos opositores en su mayoría no proviene de personas traidoras a la patria, ni de golpistas, ni de partidarios del neoliberalismo o de insensibles sociales que desean la privatización de la salud y la educación. No creo que quienes votaron por Chávez sean mayoritariamente incondicionales de la privatización de PDVSA y las industrias básicas y que, por lo tanto, sea imposible conversar y construir acuerdos con ellos. Una cosa es la posición política y los intereses que defiende la llamada dirigencia opositora, sobre la que escribiré próximamente, y otra muy distinta es la posición de ese 38 por ciento de votantes.
Sin embargo, entiendo y no me llamo a engaños, que la actitud de algunos grupos de oposición, fanatizados en extremo, con quienes es imposible comunicarse, que destilan un odio muy grande a través de sus poros, será imposible de cambiar, porque sus intereses son contradictorios a los de la mayoría de los venezolanos o porque están envenenados en grado sumo. Se trata de gente enemiga del proceso de cambios, opuesta a cualquier modificación del status quo, como no sea para acrecentar sus privilegios, o de personas completamente disociadas de la realidad política de la Venezuela de hoy. Se trata de locos, loquitos, a quienes habrá que aplicar la legislación o medicación correspondiente, si traspasan el límite entre opinar y actuar en consecuencia.