Corría el año de 1999 y nos llovían los insultos por promover en foros, mercados y esquinas una nueva Constitución Nacional. Ocho años después, los mismos sectores que enfrentaron aquella propuesta, hoy se rasgan las vestiduras, llaman a cacerolazos y organizan caravanas sabatinas en rabiosa defensa del librito azul que otrora rabiosamente detestaron. ¡Ay, Dios!, diría Rubén Blades.
Pero ni la saga de Pedro Navaja ni el ensayo sobre la disociación sicótica escrito por el doctor Erick Rodríguez son suficientes para explicar estas vueltas canela, de carnero o campana del sector político que ya uno no sabe si odia o ama a Chávez. En la aprobación de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela apostamos sueño y vigilia, tranquilidad y hogar, prosa y poesía, para que ahora nos vengan con que somos enemigos de nuestra querida Carta Magna, ¿ves?
Como simples militantes de la revolución, causa en la que despertamos con los bellos asombros de la adolescencia (y desde entonces y hasta este sol), y luego, como miembros de la Asamblea Nacional Constituyente de 1999, defendimos el nuevo texto constitucional en la marcha callejera y en el debate parlamentario.
Desde aquellos días, la mentira y la contrarrevolución se camuflaron en hermosas envolturas, como aquella frase inaugural en la siempre querida Aula Magna de la UCV, cuando uno de los jefes de la futura conspiración agradeció “la oportunidad de ver la primavera en el otoño de mi vida”. De fondo, Vivaldi incrédulo y eterno.
Los poderes fácticos de mi país –oligarquía, jerarquía episcopal y monopolios mediáticos- la enfilaron contra el nuevo texto constitucional, asumido como suyo por el pueblo, en un hecho histórico sin precedentes. Los poderosos nacionales buscaron refuerzos foráneos y por aquí desfilaron, cómo no, la CIDH, la SIP, la ODCA Reporteros sin Fronteras y todos esos parapetos del imperio que desde entonces viven más aquí que en sus sedes de origen.
De pronto el presidente Chávez propone una reforma de la Constitución Bolivariana y a ésta les salen “defensores” hasta entonces insospechados, gente de cacerolas y plaza Altamira, de luto activo y golpe de abril, de trancazos y sabotaje petrolero, de guarimba y “reconciliación”. Son ahora los atípicos defensores del librito azul, de nuestro Popol Vuh, de la “biblia” chavista.
Vivimos días confusos, de locura difusa. Los que desconocieron y abolieron la Constitución en 2002, hoy lloran doblados sobre su lomo azul, como el azul de aquella loma tan lejana, Cruz Salmerón. Nada se entiende. El Tribunal Supremo dicta una medida que favorece a RCTV y los ejecutivos de este canal enfurecen y lanzan sapos y culebras contra la medida que los ampara. ¿Y entonces?
El presidente Chávez ha demostrado gran sagacidad política, pero esta vez creo que equivocó la estrategia. Ha debido prometer en cadena nacional que la actual Constitución nunca jamás sería reformada por tratarse de un texto perfecto. Al día siguiente, júrenlo, toda la oposición se habría lanzado a exigir la reforma de la Constitución. Y aquí, para usar el sutil léxico de monseñor Lückert, hubiera entrado el medio chuzo de la reforma, empujado por esa misma brillante oposición.
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