“Éramos muchos y parió la abuela”, se anda quejando la oposición, sector político donde hay más caciques que tribus. A ese cónclave de generales sin tropa acaba de sumarse el trisoleado Baduel. Se le recibió con todos los honores en un momento electoral cuando toda ayuda es bienvenida, pero mirándolo de reojo. Desde España, un inquieto Rosales se apresuró a declarar que, después de Hugo Chávez, las encuestas lo colocan a él en el liderazgo nacional, porsia.
Hay que salirle al paso bien temprano al general, quien desde que se lanzó a la arena política, emprendió un recorrido por el país en una suerte prematura de candidatura presidencial. Al menos, así lo perciben y sienten las dos docenas de preocupados precandidatos que desde 1998 pugnan con ser ungidos como sucesores del actual presidente de la República.
Baduel llena uno de los requisitos que los oposicionistas exigen a sus potenciales candidatos, esto es, su supuesto apoliticismo. Todavía pesa el estereotipo de la vieja clase política de la Cuarta República. En la errada búsqueda de un candidato “puro” y de hacer política sin políticos, apostaron a una miss y han puesto su conducción en manos de militares de plaza, empresarios, gerentes petroleros y dueños de medios.
El general encuadra en esta tipología, pero descuadra en otras. Su condición militar, el juramento en el Samán de Güere (no importa si incumplido) y el haber sido aplicado ministro de Chávez, pesan una tonelada. Por si fuera poco, nuevos actores han aparecido en el horizonte oposicionista, una postmoderna camada de generación Gerber que cuenta las horas para pasar su factura. La integran los papeados estudiantes de universidades privadas y de algunas públicas.
Estos muchachos han irrumpido en el escenario con un apoyo mediático jamás recibido por movimiento estudiantil alguno. Copan todas las secciones periodísticas, desde las políticas propiamente dichas hasta las del corazón y la farándula. Incluso, la revista “Play Boy” se ocupó de ellos, lo que no es precisamente un aval de lucha y compromiso, pero sí de fenómeno de masa creado en laboratorios comunicacionales.
Entre estos jóvenes hay una lucha sorda que coloca de un lado a los que tienen militancia política y de otro a los que consideran que los partidos apestan. Luego, se asoma la pelea generacional con la vieja clase política que teme con aprensión la amenaza de los bisoños. Cuando menos lo esperaban, tercia en las pugnas internas un general con la bandera, para ellos traumática, de una asamblea nacional constituyente. Siguen llegando manos al caldo oposicionista.
El reñido triunfo electoral del 2 de diciembre sacó de sus catafalcos a toda una pléyade de dirigentes sin dirigidos. No se sabe si la tesis abstencionista eliminó de la contienda a Herman Escarrá porque, en política, no existe la muerte irreversible. Esa misma tesis, defendida por Acción Democrática en 2006, no fue esgrimida en esta oportunidad con tanto énfasis. Viejo zorro, Ramos Allup jugó al sí pero no, en un deshojar de margaritas que, en política, siempre termina pasando factura.
En este menestrón se ha metido Baduel para provocar, en una casa hacinada de candidatos, el senil parto de la abuela oposicionista. Cada grupo tiene su factura en la mano y no tardarán en ponerla sobre la mesa. Cuando llegue la noche de las cuchilladas traperas, el llamado a la “reconciliación” dejará de ser una consigna de lobos con piel de oveja, para transformarse en una necesidad límite de la oposición. La unidad interna sólo está pegada con la saliva de loro del antichavismo y ello no es suficiente para contener las diferencias ideológicas y las ambiciones políticas.
Para el oposicionismo, ya Baduel hizo su trabajo. Lo demás es reiteración y sobretiempo. Si siguen apareciendo espontáneos, habrá que ligar a la abuela.
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