Teodoro Petkoff, romulero confeso y uribista militante

Uno no gana para decepciones. Hace una semana Teodoro Petkoff, bajo su álter ego Simón Bocanegra, incitaba a los lectores de Talcual a reconocer en Rómulo Betancourt “uno de esos venezolanos de los cuales el país puede sentirse orgulloso”. Previamente había dicho que “no todo en él era virtud, no todo en él fueron aciertos” que es como decir, casi todo en él era virtud, casi todo en él eran aciertos.Tambien le reconoce como quien “colocó la primera piedra” de nuestro régimen democrático; o para decirlo en lenguaje adeco, el padre de la democracia, pués. Para que no quede dudas de su afiliación ideológica Petkoff el pasado domingo, en el diario ecuatoriano El Universo, le dice a la periodista Marjorie Ortiz, “Si queremos usar una etiqueta conocida, yo diría que yo soy un socialdemócrata… “ y cree que el discurso de izquierda debe girar en torno a “la compatibilización del mercado y el Estado”.

Por cierto, que en esto de hacerse romulero Petkoff no estuvo sólo; pués, al siguiente día, Pompeyo Márquez hacía coro con un panegírico similar en el cual, con más entusiasmo y mayor desverguenza, hace una autocrítica sobre su pasado revolucionario, un auténtico mea culpa comparable al de Bujarin ante el tribunal de Stalin, sin la justificación de haber sido torturado o aterrorizado por nadie. Además, de describirnos como “lo máximo” de su experiencia política haber compartido una “concha” con Rómulo Betancourt, nos asegura que siempre éste tuvo razón y, en contrapartida, la izquierda a la que perteneció Márquez siempre estuvo equivocada. “Rindo honores a los compañeros asesinados, torturados, desaparecidos”; pero, Betancourt “tuvo razón en combatir la insurrección”, dice Pompeyo Márquez. Es decir, están bien asesinados, torturados y desaparecidos los compañeros víctimas de esa década.

Pero, al fin y al cabo, eso es el balance de sus vidas y tienen todo el derecho de renegar de su pasado y colocarle todos los parches ideológicos que les venga en gana.

Sin embargo, donde la reflexión retorcida se hace patética es a propósito de la violación del territorio ecuatoriano por parte de Colombia. Sobre este asunto, Petkoff escribe dos editoriales de TalCual: “Aguajes peligrosos” (03/03/2008) y “Escalada peligrosa” (04/03/2008). En el primero, acusa al Presidente Chávez de escandaloso, irresponsable y entrometido y, en el segundo, en perjuicio de Ecuador y Venezuela, interpreta el incidente asumiendo como verdadera la sacrosanta palabra del gobierno de Uribe Vélez.

Dice en el primer editorial: “En fin de cuentas, si alguién tenía que reclamar algo era el gobierno ecuatoriano. El incidente militar fue en territorio ecuatoriano, no en el nuestro. Venezuela no tiene nada que reclamar”. Con esta olímpica actitud, Petkoff banaliza la incursión colombiana y le niega toda importancia al hecho de que un país lance bombas al territorio de su país vecino, dé muerte a ciudadanos en ese territorio, secuestre los cadáveres y sus pertenencias, mienta al presidente de ese país sobre la verdad de los hechos, argumentando legítima defensa y combates inexistentes y, además, informe ocho horas despúes de los sucesos. Por otra parte, Venezuela si tiene que ver con el asunto; pués, Colombia no sólo es nuestra vecina sino que ha exhibido conductas similares hacia nuestro país y lo sensato es precisamente detener esa conducta antes de que se vuelva rutinaria y pueda originar desenlaces bélicos muchísimo más graves. ¿O vamos a esperar de manos cruzadas que estos se produzcan y no haremos nada para evitarlos?

En cuanto el segundo editorial, el del 04/03/2008, Petkoff admite que la situación se ha vuelto preocupante, no por una comprensión cabal del incidente, sino por “las revelaciones del Jefe de la Policía Nacional colombiana”, asumiendo como verdaderas dichas versiones –con un vergonzoso saludo a la bandera: “de ser ciertos los documentos mostrados”; pero, tratados como si lo fueran. A su juicio, no es un montaje la versión y las acusaciones colombianas porque un ministro ecuatoriano admitió que se reunió con Raul Reyes. Para Petkoff esto es suficiente para pensar que pueden ser ciertas todas las demás acusaciones colombianas. Sin embargo, no dice que el ministro ecuatoriano también apuntó que esa reunión se hizo con el aval de Uribe y fuera del territorio ecuatoriano.

A partir de aquí, sobre la base de anfibologías, sofismas y la utilización de un lenguaje sibilino, va exponiendo su posición: Es verdad que los colombianos vulneraron el derecho internacional, “en su consideración abstracta”, al "irrumpir" en territorio ecuatoriano y Uribe "no le dijo la verdad" a Correa. Describe de manera aséptica lo sucedido: Irrupción que no hace referencia al consentimiento o la violación y Uribe no mintió –si no que no dijo la verdad, porque a juicio de Petkoff los militares le dieron una versión tergiversada; cuestión, por cierto, que no ha dicho Uribe ni ningún representante del gobierno colombiano-. Y después de esta lección de mesura, concluye que el reclamo de Correa es pertinente –no que el reclamo es justo y debe recibir el apoyo de la comunidad internacional, como cabría esperarse, sino que sencillamente es “pertinente”; es decir, tiene que ver con el asunto, pero no necesariamente tiene razón.

Pero, lo realmente decepcionante e insólito son sus consideraciones sobre las razones colombianas para actuar de la manera que lo hizo: Que si Uribe se había quejado de la presencia de la Farc en Ecuador; que las selvas ecuatorianas son un santuario para esta organización guerrillera y que si dormían “empiyamados” era una muestra de que se sentían seguros y protegidos en ese país. Este es sin duda el desboque uribista de Petkoff: Se olvida de la información y las reflexiones hechas por Correa el día anterior al editorial de Talcual: El gobierno de Correa ha desmantelado 47 campamentos guerrilleros en las inhospitas selvas ecuatorianas e informado debidamente al gobierno colombiano; debido al conflicto colombiano, Ecuador se ve obligado a gastar millones de dolares al año para atender sus fronteras; y denuncia que Colombia mantiene desguarnecida su frontera y pretende que sea el Ecuador quien se encargue de reprimir a los irregulares. También olvida Petkoff que hace apenas unas semanas, Correa decía que Ecuador limitaba al norte con la Farc, para enfatizar así el abandono con que asume el Estado colombiano esa región. Y, sobre todo, Correa señaló la incapacidad de Uribe para desmantelar en su propio territorio las zonas ocupadas por la Farc, contando como cuenta, con un ejercito colombiano cuarenta veces mayor que el de Ecuador.

Teodoro Petkoff llega incluso a la idea extravagante de proponer que se estudie la manera de sancionar a los países que no puedan controlar la presencia de grupos irregulares que, a su vez, no pueden derrotar los ejércitos de los países en conflicto. A su juicio, Colombia tenía que hacer algo, y por esta extraña vía reflexiva, se termina comprendiendo –sino justificando- la agresión contra Ecuador. En realidad, piensa uno, si algo hay que hacer con este asunto es que los países en conflicto deban indemnizar a los países vecinos que se vean obligados a aumentar sus gastos militares y destinar recursos excepcionales a atender los problemas creados por esa situación.

En lo personal, no me atrevo a estirar más allá de lo evidente las afirmaciones de Teodoro Petkoff. Lamento su incomprensión del enorme peligro que representa para la tranquilidad de nuestros países la existencia de una política de intervención y de violación del derecho internacional –concretísimo, por cierto, pués, bombas y ejecuciones son experiencias concretísimas- y deploro que prevalezcan intereses políticos mezquinos antes que la solidaridad entre nuestros pueblos para prever y resolver problemas comunes. Igualmente es lamentable que su posición sobre este asunto sea coincidente con la del portavoz del Departamento de Estado gringo, Tom Casey, quien señaló que apoyan los esfuerzos de Colombia por responder ante la amenaza del terrorismo y por tanto, la acción contra Ecuador y, además, sostiene que no ve “ninguna razón para que otro país pudiera involucrarse en este tema”.

rhbolivar@gmail.com



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Rafael Hernández Bolívar

Psicología Social (UCV). Bibliotecario y promotor de lectura. Periodista

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