«A los medios, que vendieron a los superseres del antichavismo, les resulta imposible convencer ahora a su alienada audiencia de que esos dirigentes son criaturas terrenas, de carne y hueso, con genes adecos y copeyanos, débiles ante los cargos, nepóticos, de ambiciones desmedidas, con turbio pasado a veces, amantes del vil metal...
La oposición podría estar a punto de descubrirse a sí misma, excepto que a última hora le huya a esa posibilidad, a la vez salvadora y dolorosa.
Desde 1998, en su obstinación de no reconocer a Hugo Chávez Frías, empezó a fabricarse un Chávez a la medida de sus odios y deseos y, simultáneamente, a construirse unos cuantos mitos sobre sí misma. Terminó, por supuesto, creyéndose ambas cosas: la insignificancia del chavismo y su propia superioridad en todos los terrenos.
Los medios de comunicación alimentaron ambos mitos que la realidad, día a día y en cuanta elección se llevaba a cabo, se encargaba de desmontar.
Dejemos a un lado todos los estereotipos que se crearon del chavismo y detengámonos en los que se montaron los opositores de sí mismos. Ellos serían "la sociedad democrática", "el país inteligente", "las fuerzas de la paz", "los factores de la tolerancia" y otras cosas más elevadas. Desprendidos, unitarios y desinteresados, sólo el amor a la patria los guiaba, no ven.
De cierto, grandes masas antichavistas se creyeron el cuento político y mediático.
De allí el desconcierto cuando, de cara a las elecciones regionales, no ven por ningún lado el desprendimiento, el espíritu unitario y el desinterés. Asisten con asombro a un tira y encoge por un cargo entre personas que les habían sido vendidas como inmunes a las ambiciones de poder.
Pero no, hete aquí que tan pronto se pone un cambur sobre la mesa de negociaciones, no tardan en irse de las greñas.
Esto les parte el alma porque tales grescas son predecibles en el prosaico mundo chavista, pero nunca entre cruzados de la "sociedad democrática". El espectáculo tiene de muerte a los hijos del país tolerante. Rosales se lanza a alcalde para desplazar a Guanipa. Liliana Hernández y Leopoldo López se dicen de todo por la Alcaldía de Chacao. Ocariz y Ojeda se caen a encuestazos en su disputa por Petare. Mientras más opositor es el estado o municipio, más calientes son las peleas en el cotarro opositor.
A los medios, que vendieron a los superseres del antichavismo, les resulta imposible convencer ahora a su alienada audiencia de que esos dirigentes son criaturas terrenas, de carne y hueso, con genes adecos y copeyanos, débiles ante los cargos, nepóticos, de ambiciones desmedidas, con turbio pasado a veces, amantes del vil metal, en fin, gente como uno, como usted, como tú.
Los abstencionistas, hoy defenestrados, se ven tentados a volver por sus fueros con sus gritos guerreros de "vete ya", "renuncia ya" y "de aquí, pa’ Miraflores o pa’ el infierno". Los espectadores están confundidos, y la dirigencia, ocupada en su pelea cuerpo a cuerpo, no tiene tiempo para explicarles "bueno, cómo te digo, yo también soy humano y me gusta jefear, ¿y?, ¿y?, ¿es malo? No, no es malo, pero no era eso lo que nos habían vendido. Esas vaqueras sólo eran imaginables en el burdo mundo chavista, entre las hordas sin educación y las chusmas mal educadas. Pero esas riñas en El Hatillo, Chacao, Prados del Este, Lechería, de verdad que nos dejan de un palmo de narices, como diría mi abuela madrileña.
Pobre oposición: allí frente al espejo anhela descubrirse, pero teme que no le guste lo que descubra.