Me enamoré tercamente de una escuálida caraqueña geminiana, rozagante de salud y apertrechada físicamente de todo lo que la gracia de Dios desarrolla en la naturaleza danzante y, lo que en el argot de Cupido le da candidez a la exigencia de poseer una fémina a todo dar, surtida proporcionalmente de sobriedad lineal espectacular para recorrer con ella los caminos de la vida hasta que Tanato nos consuma.
¡Soy feliz! –me repetía una y otra vez- ¿qué 5 y 6 ni qué 5 y 6? ¿Qué Adán ni qué Eva?
Vivía en el templo de las contemplaciones abismales, exhorto, engreído, purificado de celos. Me sentía gratificado en la relación que mantenía con Petronila, mi amada Petronila, como el pan nuestro de cada día.
Respiraba amor por todos mis poros masculinos y la brisa de su amistad me engordaba de mil maneras, yo el verdugo y ella la horca, ambos envueltos en la ambición de ser felices sin pasar la raya amarilla de la convivencia.
¡Qué días aquéllos! Mi Petronila envuelta en la resaca de mi amor. Mi hada espiritual, mi candileja teatral en el sepulcro de mis sueños.
Pero como llegan las horas se esfuman igualmente y mi Petronila del alma me dejó por escuálida, mas pudo el poder de la ambición que el amor que le tenía y nuestras preñadas ilusiones se fueron a la manifestación de la separación sin preaviso.
Todo comenzó un sábado de agosto, en que envueltos en una discusión mañanera, nos fuimos a la batalla de las ideas por 26 leyes habilitantes que nos desnudaron en simplezas hostiles. La razón se esfumó de nuestros labios y las palabras brotaron como tizones encendidos de maldad para quemar la unión amorosa que nos ataba. Actuamos como gobierno y oposición, ella como el poder mediático y yo, uno más del montón, apabullado de noticias falsas de la oligarquía tercermundista.
-Hoy marcharé –me dijo: y eso porqué -pregunté:
-Para ver si ese tirano que tenemos por Presidente reconsidera y anula las 26 leyes que nos llevarán por el camino del comunismo cubano. -Respondí con ¡olé!
Mientras ella se colocaba la bandera de las siete estrellas en el hombro derecho, se me ocurrió preguntarle por la otra estrella, y en respuesta obtuve: -se la llevó quien la trajo-. Luego probó los sonidos de los pitos como el que afina una orquesta y tomó uno de ellos y pasándolo por una cuerda amarilla se lo colocó al cuello –y porqué ése –le dije:
-Éste es un recuerdo de Luis Miquelena cuando era curruña de Chávez y lo sonó con fuerza y rabia. Se calzó unos zapatos blancos –según me dijo: -regalo de Ramos Allup, cuando daba sus primeros pasos en AD detrás de Canache Mata.
Se tiñó el pelo de verde y encima se encaramó una gorra azul que decía, soy feliz.
Desenrolló la consigna del día para leerla en voz alta, “Chávez vete ya con tus 26 leyes horripilantes”.
Se vio de reojo en el espejo de la locura neonazi y se mantuvo aferrada a las noticias de globoterror en la tv que no apaga nunca y entre vivas soterradas se infló de alegría, aspiró aire fresco y me lanzó la frase: “Adiós contraescuálido buscador de prebendas”. “Búscate una marginal revolucionaria que te cure las cataratas de la incomprensión”.
Me sonó el pito pitiyanqui al oído, escondió sus ojos somnolientos en unas gafas negras y se marchó.
No reí, pero tampoco lloré.
Jamás perdí ni perderé la paz, aunque se pierda una amistad.
estebanrr@cantv.net