Ser joven y llegar a deshora a la cita con la historia es por lo menos desastroso. Ser incendiario a los 20 y apagafuego a los 40 será una sentencia reaccionaria, pero sostenida en el peso de la lógica; la misma que asegura que los achaques de la juventud se curan con los años. Pura cronología. Otros hacen el viaje inverso.
Toda esta disquisición etaria y pirotécnica nos la provocaron los muchachos manos blancas que los grandes medios denominaron “movimiento estudiantil”. Aupados por los viejos de la vieja cuarta república, el debut de los chicos no ofrecía buenos augurios. Se inauguraron en la escena política defendiendo la propiedad privada, lo cual, de suyo, es un mal comienzo. Antes de los 20, no se debe defender ninguna propiedad. Si me preguntaran por qué, respondería con una de las respuestas de estos jóvenes: porque no.
Los imberbes manos blancas llegaron tarde a la política y a la historia, aunque hayan llegado jóvenes. Esto implica y significa, histórica y políticamente hablando, un envejecimiento prematuro. A ver si me explico. Cuando Ricardo Sánchez descubrió el neoliberalismo, éste era un cadáver sobre el que caía el derrumbe estruendoso de Wall Street. Y el joven paranoico ni escuchaba. Cuando Goicoechea recibía el premio Milton Friedmann y el medio millón, las teorías del economista epónimo del galardón se hacían trizas bajo el crack del sistema capitalista.
El discurso de estos mozos, en defensa de lo que se derrumba, provoca un efecto desconcertante. “Surrealista”, diría un sobrecogido Manuel Rosales. Ese mundo libre que invocan, la libertad de comercio, la libre competencia y toda la quincallería verbal de los Iesa men, los hace ver como recién llegados de otro planeta a un planeta muerto: el del neoliberalismo.
La cartilla retórica de Goicoechea remoza el recuerdo de don Germán Borregales, quien a la luz de estos chicos se nos perfila revolucionario. Ricardo Sánchez se desdibuja como encarnación de un Pedro Carmona acelerado, accionado en un viejo disco de 78 rpm. La derecha imberbe debuta en Venezuela cuando en Estados Unidos están acusando a Barack Obama de socialista, por Dios. Estos defensores tardíos del neoliberalismo ignoran que en el ombligo del capitalismo están nacionalizando gigantes bancarios, aseguradoras y, cáete pa’tras, auxiliando corporaciones como la General Motor y afines.
El poder mediático no pudo convertir en opción política a los meritócratas petroleros; a los militares del 11-A y Plaza Altamira; a las 1.200 ONG que se inventaron; a los directivos de Fedecámaras; a sus mismos propietarios y, ahora, mucho menos, al “movimiento estudiantil” manos blancas, reclutado en su mayoría de las apáticas universidades privadas. Cuando lanzan estas caras frescas a la palestra para que defiendan al sistema, viene el sistema y no escoge mejor momento para derrumbarse. El lenguaje de los chicos envejeció en una sola ronda vespertina de Wall Street.
La derecha imberbe germinó en un sistema senil y agónico. Defenderlo, en lugar de ayudarlo a bien morir, es sencillamente un extravío cronológico. O un miedo de lactancia ideológica. O el temor cierto, inyectado por los medios, de que en verdad Barack Obama es una amenaza socialista.
¿Cuáles son las banderas del “movimiento estudiantil” manos blancas? Las mismas que están siendo arriadas en los grandes centros financieros del planeta. Quede de consuelo que no es la única ni la primera generación que llega a su cita con la historia en una hora funeraria.
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