Se puede pensar eso por su aspecto y voz carroñera de lechuza vieja, pero, definitivamente no. Pudo haber sido y lo sigue siendo un: lleva y trae, adulador, embrollador, carga maletín, aguantador, lamedor, chismoso, acaparador, cómplice, hazmerreír, vende contratos, avasallador y, hay que parar de contar, porque la finca de adjetivos es indefinida y abultada que le caben por sus destrezas pasajeras en la raya amarilla de su tracalería de líder.
¿Ladrón?
Él viene de la IV-R y, siempre ha sido adeco corrompido y encubridor de muchas deslealtades para poder ubicarse donde esta ahorita, aunque bien minado y desamparado del entusiasmo popular hacia su partido y su liderazgo. Es decir un pobretón de espíritu gallardo en decadencia.
De Henry se ha publicado cerros de trapazas a más no poder y, falta por decir sucesiones de cosas que los ciudadanos de este País no saben en profundidad, pero tienen tierra donde escarbar cuidadosamente con la habilidad política como interesados en conocer la conciencia ampulosa del personaje y, es recomendable hacerlo con la nariz en Pekín. Ese sujeto siempre ha sido un lanzador de bolas frías, muy dado a las peroratas sensuales como político de altibajos bullangueros, caracterizado por embrollar situaciones y comprometer entes e individuos que se le antoje, para su regocijo temperamental-malsano-yoísta y, sin recato alguno sale a la superficie como una emulsión de bacalao más de su tolda política –nada envidiable ni ejemplar para alguien de esta Nación.
De por sí es un desgarrador de oficio como argumento ad hominem que se enfrenta con artimañas a la audiencia convocada con antelación para deslastrarse de sus intenciones impúdicas con el fin de enlodar al seleccionado por él al que bien le plazca y, así convive con sus demonios ocultos en la dinámica y picaresca odisea política venezolana que lo catapultan en su función de desolador.
En ese entremés de apetencias suelda su majestuoso empeño de revivir el pasado y vanagloriarse de su delictivo proceder, extendiendo como telarañas sus incruentas maldiciones de mil incomodos que resuciten la vieja guardia de los adecos. Por lo que hemos de rogarle al sacristán de las tormentas politiqueras que cuando se vaya a otra parte se lleve su letrina de antivalores patrios.
Este insigne devorador de milagros castrados –llamado Ramos Allup-, quedó marcado de por vida desde que, Blanca Ibáñez, cuando era secretaria de Lusinchi, le puso un collar de petimetre fatuo y lo mandó a ladrar donde hubiera pulgas postizas para que defendiera el patrimonio de las costras en que se enquistan la exclusiva clase media de la burguesía y, que jamás mordiera al delincuente de cuello blanco que tiene la hegemonía de caerle a patadas por el trasero cuando no defendiera la usura que devora al pobre y, que todos los días en la mañana se pusiera a desplumar los atardeceres del otro día, para que siempre tuviera una tribuna abierta dentro de los medios privados y que fuera directo ad rem sin pelos en la lengua y, sin mirar atrás e, igualmente lo enserió cuando le dijo, déjate de ser un boliplastilina de los copeyanos y ríe sin desorden.