El mundo contemporáneo sufre las repercusiones de algo que pudiera verse tan simple y cotidiano como lo sería la compra de una prenda de vestir o de cualquier otro producto que se considere necesario. Pocos ven en esto la cruda realidad de la división internacional del trabajo a que son sometidas todas las naciones y, generalmente, tampoco se ve el desequilibrio ecológico que ésta origina, afectándonos a todos, en procura de un desarrollo que se torna cada vez más apocalíptico. En conjunto, ello impone superar las tradiciones y los dogmas que han marcado la historia humana de los últimos dos siglos, asociados, de una u otra manera, a lo que ha sido la ideología y la influencia del sistema capitalista en el modo de ser y de vivir de millares de personas alrededor del mundo. Esto se percibe en la actualidad (independientemente de lo que se deje expresar en los medios de un modo aparentemente radical) en cierto consenso que va tomando cuerpo sobre la necesidad de ejercer una ética de responsabilidad individual y colectiva que contribuya a delinear un modelo de sociedad distinto al existente, con el cual puedan superarse por completo los conflictos de intereses que tienen lugar en su seno.
Ciertamente, no hay que mirar mucho hacia el pasado, como alguna gente pretende, cuando, según su modo de ver las cosas, imperaba el orden (garantizado por la acción controladora de un Estado mínimo), la jerarquía (derivada de una desigualdad funcional), la aristocracia (basada en una "clase política" o meritocrática destinada a gobernar) y el respeto debido a la religión o lo sagrado (reduciendo el pluralismo o la libertad de cultos). Además de ello, quienes están de acuerdo con esta visión, consideran muy importante el papel que le corresponde cumplir al mercado capitalista en su versión neoliberal, convirtiéndolo en la fuente de todo lo que resultaría positivo para las personas y la sociedad, siendo éste, a su vez, la garantía de la libertad individual y de la solidaridad social que son inherentes a la democracia. Habría en esto una enorme contradicción, puesto que el capitalismo neoliberal será cualquier cosa menos algo democrático y eso se evidencia en los contrastes observados en cada nación donde una minoría goza de todo tipo de privilegios y una mayoría padece todo tipo de necesidades y carencias. Siguiendo lo expuesto hace más de un siglo por Karl Marx, las clases sociales son objetivamente definidas por la función estructural que cada cumple de ellas en las relaciones de producción. Dicha realidad es innegable. Así como la devastación ambiental causada por el capitalismo, obligando a pueblos enteros a migrar al no poder ya vivir en sus territorios ancestrales que pasan a ser propiedad privada en manos de terratenientes y empresas transnacionales, afectando de manera irreversible su cultura y el delicado equilibrio de la naturaleza.
En cuanto a esto último, es válido citar a Chico Mendes, quien fue un destacado defensor ambientalista brasileño, asesinado por los grupos de poder de su país, cuando afirmó que una «ecología sin una crítica al capitalismo es mera jardinería». Esta contundente afirmación revela la paradoja de algunos grupos o movimientos ecologistas que nada más se dedican a la siembra de árboles y a la protección de algunas especies animales pero sin cuestionar o atacar las estructuras del modelo civilizatorio actual, cuyas actividades económicas son la causa fundamental de la crisis climática que se extiende por todo el planeta. Es preciso que se entienda que si el capitalismo continúa indetenible en su voracidad de recursos y territorios la vida en la Tierra será intolerable y se expondrá a la humanidad a una completa extinción; lo cual rebasa las escenas de cualquier película o libro de ciencia ficción que aborde el tema.
Aún cuando las perspectivas puedan presentarse sombrías, la humanidad no puede mantenerse en una posición pasiva, dependiendo de las decisiones a medias que acuerden gobiernos y empresas para, aparentemente, solventar de forma definitiva esta crisis climática en un corto o mediano período. La defensa de la vida sobre este planeta debe trascender los prejuicios sociales, religiosos, políticos y étnicos, lo que implica adoptar nuevos paradigmas, cuyos efectos se manifiesten desde el hogar hasta en el entorno que nos rodea. De este modo, la afirmación de Chico Mendes perdería toda su vigencia, extendiéndose en todos la convicción y la necesidad de vivir en una sociedad libre de contaminación y en completa armonía con la naturaleza que nos sustenta.