Originalmente, hombre significa trabajador, según la versión engelsiana de la metamorfosis darwiniana del *mono cuando este se transformó en hombre*.
Nos atrevemos afirmar que el trabajo siempre ha estado dividido cuando lo referimos a la producción de los diferentes bienes satisfactorios de las no menos variadas necesidades sociales.
Así fueron apareciendo los recolectores y pescadores, los agricultores y artesanos, modernamente llamados técnicos, y estos por su parte se especializaron en los oficios que histórica y dinámicamente fueron surgiendo.
Esa división original del trabajo se mantuvo relegada a su simple clasificación marcada por unos bienes cuya elaboración corrió íntegramente a cargo del correspondiente artesano citadino, y del campesino señorial. Estos cubrían de punta a punta todas las fases procesales involucradas en cada bien de su especialidad. Carpinteros, herreros, zapateros, hilanderas, albañiles, tejedoras, hortelanos y afines, etc., todos ellos llenaban la bolsa laboral de aquellos tiempos que precedieron el proceso revolucionario burgués.
Con el desarrollo del mercado capitalista se hizo técnica y económicamente evidente, factible y hasta necesario incrementar la productividad del trabajo *humano* con miras a la obtención de máximas ganancias en el menor tiempo posible.
Fue así cómo el trabajo artesanal derivó en trabajos parcelarios dedicados al desempeño puntual de una y sólo una fase de las muchas que atraviesa el trabajo integral de una obra artesanal.
El asalariado representa la procesión cumplida ente él y el decadente artesano medioeval. Curiosamente, el viejo artesano preburgués es hoy por hoy un vestigio desadecuado con la poderosa divisón del trabajo industrial altamente mecanizado.
Hoy sólo quedan los *artesanos* intelectuales, es decir los profesionales o egresados universitarios. Estos conservan todas las cualidades del artesano empírico del pasado. Dentro de estos se da una clara clasificación de labores, unas de índole humanística, otras más pragmáticas. Abogados, sociólogos, médicos, biólogos, odontólogos, economistas, ingenieros, pedagogos y muchos otros especialistas de las diferentes ciencias actuales dan cuenta ampliamente de casi todos los problemas de sus clientes o usuarios.
Y está ocurriendo que los trabajadores parcelarios, quienes sólo son contratables en promiscuas y herterogéneas fábricas o empresas burguesas, han terminado perdiendo todo el control laboral de hasta el más elemental proceso productivo. Un asalariado vale poco menos menos que una minúscula piecesilla de un barato reloj analógico. A diferencia de ésta, su ausencia incide muy poco en la realización del producto en el cual participa y donde lo hace sólo compelmentariamente y no integralmente como lo hacía en sus viejos tiempos artesanales.
Corolario: La retoma comunal, paulatina y sostenida, de artesanos técnicos y empíricos sería un silencioso e incruento movimiento revolucionario que devolvería al asalariado actual todo el poder laboral de un artesano preparado para la manufactura personal de los numerosos y variados bienes que todos necesitamos.
Nos atrevemos afirmar que el trabajo siempre ha estado dividido cuando lo referimos a la producción de los diferentes bienes satisfactorios de las no menos variadas necesidades sociales.
Así fueron apareciendo los recolectores y pescadores, los agricultores y artesanos, modernamente llamados técnicos, y estos por su parte se especializaron en los oficios que histórica y dinámicamente fueron surgiendo.
Esa división original del trabajo se mantuvo relegada a su simple clasificación marcada por unos bienes cuya elaboración corrió íntegramente a cargo del correspondiente artesano citadino, y del campesino señorial. Estos cubrían de punta a punta todas las fases procesales involucradas en cada bien de su especialidad. Carpinteros, herreros, zapateros, hilanderas, albañiles, tejedoras, hortelanos y afines, etc., todos ellos llenaban la bolsa laboral de aquellos tiempos que precedieron el proceso revolucionario burgués.
Con el desarrollo del mercado capitalista se hizo técnica y económicamente evidente, factible y hasta necesario incrementar la productividad del trabajo *humano* con miras a la obtención de máximas ganancias en el menor tiempo posible.
Fue así cómo el trabajo artesanal derivó en trabajos parcelarios dedicados al desempeño puntual de una y sólo una fase de las muchas que atraviesa el trabajo integral de una obra artesanal.
El asalariado representa la procesión cumplida ente él y el decadente artesano medioeval. Curiosamente, el viejo artesano preburgués es hoy por hoy un vestigio desadecuado con la poderosa divisón del trabajo industrial altamente mecanizado.
Hoy sólo quedan los *artesanos* intelectuales, es decir los profesionales o egresados universitarios. Estos conservan todas las cualidades del artesano empírico del pasado. Dentro de estos se da una clara clasificación de labores, unas de índole humanística, otras más pragmáticas. Abogados, sociólogos, médicos, biólogos, odontólogos, economistas, ingenieros, pedagogos y muchos otros especialistas de las diferentes ciencias actuales dan cuenta ampliamente de casi todos los problemas de sus clientes o usuarios.
Y está ocurriendo que los trabajadores parcelarios, quienes sólo son contratables en promiscuas y herterogéneas fábricas o empresas burguesas, han terminado perdiendo todo el control laboral de hasta el más elemental proceso productivo. Un asalariado vale poco menos menos que una minúscula piecesilla de un barato reloj analógico. A diferencia de ésta, su ausencia incide muy poco en la realización del producto en el cual participa y donde lo hace sólo compelmentariamente y no integralmente como lo hacía en sus viejos tiempos artesanales.
Corolario: La retoma comunal, paulatina y sostenida, de artesanos técnicos y empíricos sería un silencioso e incruento movimiento revolucionario que devolvería al asalariado actual todo el poder laboral de un artesano preparado para la manufactura personal de los numerosos y variados bienes que todos necesitamos.