Los cerros no bajaron

Cuatro meses después, 42 muertos por delante y una millonada en pérdidas, las rejas esperan por los culpables de esta insólita conspiración. En una muestra más de su irracional arrogancia, un sector bien pudiente de la derecha decidió enterrar un muerto que está muy vivo. Eso se paga caro. En su fatídico cálculo subestimaron, una vez más, la lealtad de un pueblo que ha sido sometido a pruebas inclementes. Por muchos llamados que les hicieron, los cerros no bajaron.

Permanecen ahí casi que de forma inexplicable porque nunca como ahora ese pueblo ha sido tan golpeado en todos los sentidos: con una campaña desmoralizadora sin precedentes, en la que no se han escatimado ni los escrúpulos; con un intento brutal de dejarlo sin comida, sin servicios, con inseguridad y con una larga retahíla de agravios, muchos venidos del propio seno. Pero algo quedó sembrado allá arriba que ha impedido que la hecatombe se apodere de esta sociedad enferma. Ese algo que ha calado tan hondo debería ser motivo de estudio y no de desprecio, como suele suceder con los ligeros análisis de algunos “opinadores”, a quienes les gusta despachar la apreciación ajena sin que les merezca ningún respeto.

Son muchas las cosas que pueden ubicarse en el lado rojo del balance de estos cuatro meses. Hemos perdido bastante en el camino. Pero aún con las alacenas a medio llenar; con la rabia de patear farmacias y no conseguir las medicinas que se necesitan; con el susto de tener que sucumbir al toque de queda impuesto por el hampa; con la tristeza de ver que la profesión que con amor ejercíamos fue la primera baja en esta pelea; con la tristeza del afecto perdido en el desencuentro; con las muchas cosas que no nos gustan y que se siguen multiplicando con desparpajo; con la vergüenza que nos producen los ilícitos que cometen otros y la ineficiencia y el desgano con la que terceros ejercen su obligación; aún con todo eso, vale la pena mirar hacia arriba y seguirse preguntando por qué no han bajado.

En ese algo que la derecha, gracias a Dios, no ha podido descifrar, está la esperanza de que poco a poco comencemos a enderezar entuertos, para que al final podamos decir que valió la pena el esfuerzo de subir esta cuesta tan empinada.


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Mariadela Linares


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