Después de haberse librado la batalla entre las escuadras españolas, comandadas por el capitán de navío Ángel Laborde y Navarro, y nuestro goajiro colombiano, el general José Prudencio Padilla, en las riberas del Lago de Maracaibo ese 24 de julio de 1823 selló la independencia de Venezuela.
Ese mismo Lago que viera revoletear sus olas cuando al zumbido del filoso metal y el rugir de las cañoneras se liberaba la patria está herido de muerte. Hoy el más peligroso de los corsarios atacan su lecho, lo llaman "Verdín". Este mortal enemigo bloquea la entrada de oxígeno y luz a sus aguas. Provoca una gran hediondez que se nos mete por los ventanales de mi Barrio Empedraero y por toda Maracaibo.
Eran pasadas las 2:00 de la tarde cuando Padilla realizó sus primeras maniobras. Nuestro "Bergantín Marte" fue situándose a Barlovento, mientras que el "Navío Independiente" recibía ordenes de hacerlo a Sotavento. Asi definieron los republicanos la línea de batalla donde se jugaban el destino de la patria.
En esta otra batalla que se libra en el Lago, por todas sus orillas llegan los marullos moribundos, arrastrando bagres, manamanas y bocachicos heridos de muerte. Vienen de librar fieros combates contra los desechos tóxicos, el ataque asesino de los derrames petroleros y las mortales aguas cloacales comandadas por las huestes del pirata Nicolás Maduro.
Cuentan que serían casi las 4:00 de la tarde, cuando nuestras naves abrieron fuego de cañón y fusilería. De inmediato la Escuadra "Colombia la Grande" avanzó sin disparar un tiro hasta cuando los tenían dominados y se dio comienzo al abordaje sobre la nave española "San Carlos".
Sobre nuestro Lago de Maracaibo ha sido víctima de una explotación desmedida. Alla bajo anda y desanda esa gran serpiente metálica conformada por miles de kilómetros de tuberías petroleras, lanzando su mortal veneno, a través de sus averías y fugas que se han multiplicado en los últimos años, bajo el amparo del corsario Maduro.
Habrá que dar la nueva Batalla del Lago. Ir por su rescate y salvarlo de una muerte eminente y así salvarnos nosotros de ser también culpables de su ocaso final.