Mestizaje para las Clases Sociales

Las Comunas Bolivarianas deben revisarse

Antropólogos, Sociólogos, Psicólogos, Biólogos otros especialistas afines se hallan contestes con las bondades de la hibridación controlada de animales y plantas. Desde Gregorio Mendel hasta ahora los ensayos y experiencias en cruces, trasplantes e hibridaciones en general resultan indetenibles y mejorados cada vez más.

Las hibridaciones inducidas en laboratorios experimentales han representado siempre la alternativa sintética a la creación natural de la vida terrestre. Los modernos y morbosos virus y otros agentes parabiológicos se mueven dentro del mismo escenario.

No hay duda de que el hombre no cesa en sus aspiraciones de ser el verdadero protagonista del origen mismo de la vida. Hasta ayer se limitó a una recolección de frutos silvestres, pero ya lleva sus buenos cientos de miles de años despachándose y dándose el vuelto. La diferencia culinaria, por ejemplo, entre un primitivo pedazo de carne en vara, generalmente “enterrada” y sin clasificación, marca una asombrosa diferencia cultural con un sofisticada “milanesa”.

Eso en relación a animales y plantas. En materia de seres humanos los trasplantes de órganos ya tienen tiempo apuntando hacia allí, y el esclarecimiento de las intimidades genéticas, ADN incluido, son los prolegómenos del futuro hombre in vitro. Pero sobre esta variante no hay uniformidad de criterios. La miscegenación adeniana tal vez esté reservada a laboratorios clandestinos con actividades científicas aún no desclasificadas.

Pero los cruces étnicos son de viejísima data. La Europa y Asia Media y Cercana de todos los tiempos, los griegos, mesopotámicos, árabes y fenicios, los “bárbaros” procedentes del Norte de la Roma del siglo V, todos ellos dieron cuenta del mayor y más extendido de los mestizajes realizados hasta la llegada del siglo XVI con su megamestizaje en el continente americano.

En América se terminan de fundir todos los grupos étnicos euroasiáticos, africanos y autóctonos americanos del Norte, Centro y Suramérica. Este continente se hallaba todavía en la etapa donde la reproducción de la especie corría a cargo de influencias esotéricas, mágicas o divinas. No se conocía la relación coito-concepción. Recordemos que a Jesús se le atribuye una paternidad angelical, cosas así, y esta visión se cultiva en América desde el mismo s. XVI.

El cronista Bernal Díaz del Castillo (“La Conquista Erótica de las Indias”, Ricardo Herren, Planeta 1919) señala que durante los inicios de la Conquista de México el soldado español Álvarez tuvo 30 hijos en 3 años en los vientres de hembras “americanas”. En Chile, a los 100 soldados de Álvaro de Luna y a él mismo se le atribuyen la paternidad de los hijos de 60 indias quienes parieron durante varias semanas. (Obra cit.). En Asunción del Paraguay, un presbítero de 1545, Francisco González Paniagua, denunciaba que “el español conforme con 4 indias era porque no podía haber 8, y el que se conformaba con 8, lo hacía porque no había 16,… no hay quien baje de 5 y de seis mancebas indígenas”. (Ibídem).

Hoy ya no hay rincón del plañera Tierra donde algún colonizador y reproductor humano no haya puesto su planta y sus genes. Y efectivamente, la cuestión de la pureza de razas resulta escasa, y la conveniencia y reconocimiento de que modernamente todos nos hallamos con un menú cromosómatico representativo de un mezcladísimo ADN ya casi no se discute.

Bueno, a lo que queremos llegar es al hecho de que de muy poco serviría el logro de mestizajes humanos si se conservan los valores sociales propias de las clases vigentes correspondientes a los cruzados. Por mezclados que seamos, finalmente responderemos socialmente a la clase que involuntariamente pertenezcamos.

Este es el peligro de reciclar la conducta social de las familias que ahora se asocien en ”comunas bolivarianas” porque las clases sociales son susceptibles de clonación sólo dentro de sí mismas, aisladamente consideradas. Digamos que se podría ensayar cruces sociales no por la vía genética sino por la convivencia de miembros de ambas clases. Nos explicamos:

Tomemos una muestra representativa de un estrato social de escasos recursos económicos, llevémosla al seno mismo de una zona residencial de familias económicamente mejor dotadas. Se les facilitaría vivienda y trabajo de tal manera que las familias ensayadas vayan elevando por emulación su manera de ser, tomaría como modelo a sus nuevos vecinos y adquirirían mejores hábitos de consumo. Así podrían evitar la reproducción de esa conducta propia de su precondición de gente prosaica derivada de su pobreza.

Esa misma muestra de familias serían los padres de una submuestra de escolariegos y liceístas que irían a colegios de primera educación becados por el Estado. En estos centros de estudio aprenderían nuevas maneras conductuales. Ya no le preguntarían a su vecino, por ejemplo: Hola, loco, ¿cómo amaneciste? Le dirán, por ejemplo: Buenos días estimado vecino, ¿cómo amaneció?, ¿cómo le ha ido?; aprendería definitivamente a poner la basura en su lugar; a usar la derecha cuando camine por centros densamente poblados; cosas así.

Todo esto podría resultar banal y chapucero, pero sabemos que mientras las barriadas de pobres venezolanas continúen recibiendo enseñanza con maestros escogidos dentro de ellos mismos, que mientras los policías sean extraídos y sigan viviendo en los mismos barrios que custodian; mientras nos limitemos a pintarle los ranchos y a darles consejitos por la TV ellos seguirán reproduciendo su modo de vida, el mismo que mantienen desde la colonia española.

Y mire que el Estado ha invertido en su educación toneladas de dólares con cargo al Ingreso Petrolero, y la conducta de esas barriadas sigue sin mostrar señales de superioridad social. Si mezclamos las clases entre sí con la ayuda subsidiaria del Estado quizás arribemos a una mejor de la más humilde y una menor alienación de la llamada Clase Escuálida.

Hoy mismo el Estado hace millonarias inversiones en Comunas con familias que muy posible y probablemente alberguen y reproduzcan la mismos caracteres etológicos que hasta la Colonia las han caracterizado.


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Manuel C. Martínez M.


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