Teniendo presente que, el desarrollo no es otra cosa que la “suprema felicidad del pueblo”, su libertad, su “buen vivir”, condición que sólo es posible alcanzar si logra entenderse que la estructuración y fraguado de la formación social venezolana es un proceso sociohistórico; es por lo que, la formulación de las políticas que permitan otorgarle al pueblo venezolano, dichas condiciones, estarán determinadas porque sean precedidas de una visión que tenga presente la “larga duración” de las mismas.
Y es que, la construcción de una nueva hegemonía social en nuestro país, en función de hacer realidad la utopía bolivariana que nos hemos propuesto edificar, sugiere tener presente -como uno de los escenarios en el estudio de nuestros procesos sociales-, la construcción de una democracia verdaderamente democrática, participativa y protagónica, plural. Por lo que, la construcción de la democracia socialista conforma una cultura que da explicación de nuestra acción en tanto seres humanos que viven en sociedad; y, se constituye en el motor del proceso de desarrollo integral de nuestra formación social.
¿Es ello posible? Nuestra respuesta es afirmativa, porque nuestras imágenes de la realidad nacional no son predicciones. La estudiamos y analizamos en prospectiva; esto es, imaginamos y diseñamos un escenario que nos permita predecir y prevenir las posibilidades y la capacidad que tenemos los venezolanos de construir nuestra propia historia. Ya que, sabiendo y conociendo de qué está hecha y cómo está hecha la realidad nacional, es que podemos diseñar las políticas que nos permitan transformarla.
Por lo que, el futuro a construir debe ser visto desde el futuro deseado, que pueda hacerse posible, cuya construcción y fraguado no dependa de lo que hemos sido ni de lo que somos, sino de lo que queremos ser. Para ello es imprescindible saber quiénes somos.
El quiénes somos y el qué queremos ser esta estudiado, analizado, definido, en el amplio y extenso cuerpo de proposiciones y formulaciones programáticas que durante estos doce años de revolución, han sido elaborados y propuestos a nivel nacional.
Pero, cabría preguntarnos si, con la misma intensidad y profundidad analítica, hemos elaborado planes de desarrollo regional. O, si no hemos hecho otra cosa que copiar los programas, planes y proyectos nacionales, colocándoles el nombre del estado o municipio, para darles un rostro regional y local.
Si ello ha sido así, y nuestro mayor deseo es que no lo haya sido, poca sería la contribución que estaríamos dando a la construcción de la patria socialista. Por dos razones, entre otras. Estaríamos actuando sobre un escenario no conocido, por tanto imposible de comprender, lo cual impide que podamos formular políticas regionales cónsonas con la realidad y particularidad que cada región tiene; una segunda, derivada de la anterior, si la acción de los gobiernos regionales y locales, está reducida a la ejecución de políticas coyunturales, estaríamos en presencia de una acción de gobierno regional y local de carácter espasmódico, concebido desde una visión cortoplacista. Si se actúa a partir del “como vaya saliendo vamos viendo”, difícilmente podamos construir la Venezuela socialista.
Pues bien, pensar el desarrollo regional no es una tarea fácil. Supone superar el carácter técnico-normativo del proceso planificador; pero, supone, con mucho más intensidad el conocimiento de la realidad regional y local para poder transformarla. Digámoslo, nuevamente, el socialismo no se construye por decreto. Se construye construyendo. Y lo primero que hay que construir son las bases programáticas, son los planes y programas a partir de los cuales ella funcionará. Es por ello que, el “Inventamos o Erramos” de Simón Rodríguez no es una simple frase, una consigna, como muchas veces ha sido utilizada. No, muy por el contrario, es una idea preñada de una inmensa carga de principios teórico-conceptuales para la acción, para la transformación. Si no la entendemos así, no la repitamos.
(*)Profesor ULA
npinedaprada@gmail.com