Regreso a esta página luego de pasar por un percance inaudito que vale la pena contarles, en forma de denuncia que por supuesto ya hice formalmente en el INAC. Recuerdo además hace pocos meses, otro aporreista echando fuego contra el aeropuerto Manuel Carlos Piar, no recuerdo contra cual aerolínea pero si señalaba del tráfico irregular de pasajes, vendidos por un ladito del mostrador, sin ninguna contemplación por los ciudadanos, pacientes, educados, hasta pasivos calificaría yo, que hacen su cola de lista de espera por horas y horas, incluso de madrugada. Como me tocó pasar la noche en el mencionado aeropuerto, ¡puedo dar fe y testimonio de que eso es cierto! Llegan desde las 3.30 de la madrugada a ponerse en la lista de espera, porque si acaso no lo saben, ahora para reservar un cupo para un vuelo a Maiquetía o Porlamar, deben hacerlo con mucho, mucho tiempo de anticipación. A veces ocurren emergencias, necesidades, compromisos no planeados, que lo obligan a uno a tener que viajar y optar por la suerte, y, sobretodo, por confiar en la honestidad del personal de una línea aérea chavista, socialista, lo cual se traduciría esencialmente humanista.
Inevitable recordar al Presidente Chávezy la emoción, el empeño, la pasión, que le puso a que los venezolanos tengamos una línea aérea nacional, a rescatar la memoria de la anterior VIASA, destruida por intereses perversos, llevada a la bancarrota. Así nacía CONVIASA, la cual fue creada como nuestra línea bandera, equipándola con varias aeronaves nuevas, repotenciando la flota, sobre todo luego de aquel desastroso accidente fatal, precisamente del vuelo que desde Porlamar regresaba a Puerto Ordaz.
Compromisos de trabajo me obligan últimamente a viajar mucho a Puerto Ordaz, desde donde tomo un carrito por puesto para Ciudad Bolívar. En esta ciudad no funciona el aeropuerto desde hace muchos meses, tal vez hasta años. Se informa que están reparando las pistas, sólo observo avionetas salir de ellas, incluso la del Gobernador Rangel. Procuro siempre viajar por CONVIASA, por sus nuevas y seguras aeronaves, por sus pasajes de tercera edad sin limitaciones, por un sentido, además, de venezolanismo patriótico.
Pero la experiencia con el personal de CONVIASA es desastrosa. Al llegar el día lunes pasado con el primer vuelo a Puerto Ordaz, constato que la maleta había sido manipulada pues los neceseres estaban abiertos y su contenido desparramado en su interior. No fui la única, dos pasajeros más corrieron con peor suerte pues a uno le rompieron el candado y la maleta, y a otro le robaron un artículo personal. Todos haciendo el reclamo pertinente. Al finalizar el día martes mi compromiso, un día antes de lo previsto, arriesgué a irme hasta el aeropuerto a colocarme en la famosa lista de espera, que existe, a pesar de que los mostradores señalan con un cartel que “no manejamos lista de espera”. Luego de dos horas de espera, fue imposible abordar. Resignada me fui a una posada a pasar la noche. El día siguiente repito la misma ya rutina, colocarme en la lista de espera para intentar, por si acaso, viajar antes de la noche a Maiquetía, y así reunirme con mis hijos y regresar al hogar. Tampoco fue posible. Con paciencia, espero unas horas más por el chequeo de mi vuelo confirmado que debía salir a las 6.30 de la tarde. Finalmente pude chequearme e instalarme en la sala de espera premier, a pocos metros de los pasillos de embarque. El vuelo llegó 2 horas más tarde, embarcó a toda prisa, se llevó mi maleta y yo, claramente distraída leyendo unas revistas, no me percaté de la llegada, y ningún personal se acercó a esa sala a informar la llegada del avión. Evidentemente perdí el vuelo y la maleta, aún si bien el avión estaba todavía frente a mis narices. Con pena confieso que tuve una crisis de nervios, cansada, llevaba ya desde el día anterior intentando regresar a mi ciudad, y ¿para qué contarles?, con una situación de estrés que llevaba a cuesta. El desastre no es haber perdido un vuelo que salió dos horas más tarde. El desastre fue la respuesta desalentadora, indiferente, a mi condición de descontrol, a mi llanto, a mi angustia y frustación. No me fue ofrecido ni un vaso de agua, tampoco lo que llaman “protección al pasajero”, no me fue asegurado un puesto en el vuelo del día siguiente, simplemente tenía que hacer la cola de lista de espera, esto a las 4 de la mañana para asegurarme ser la primera y tener alguna oportunidad.
No los cansaré con este cuento personal y largo. Tuve que pasar la noche en el aeropuerto, junto a otro pasajero que llegó con 4 horas de retraso en un vuelo de Aserca desde Maracaibo. El compañero de noche de pesadilla iba a Upata, lo debían haber recogido a las 8, y sin dinero en los bolsillos, tuvo que esperar en el aeropuerto hasta el día siguiente cuando, al saber su condición, lo ayudé para regresar a su hogar.
En cuanto a mí, por supuesto, al recibir a las 6 de la mañana el mismo equipo de trabajadores de la aerolínea presente en la noche anterior, no hubo ninguna consideración, ninguna facilidad para abordar el primer vuelo de ese día. En lista de espera desde las 3.30 am, sin maleta, sin apoyo, sin conocer alguien amigo en esa ciudad, y enfrentando la cara de perro de la gerente y de sus empleados, quienes no facilitaron mi regreso. Pero sí el de varias personas que se chequeaban por un ladito, pagando su pasaje en ese momento, sin lista de espera alguna, sin reservación. Fueron aproximadamente unas 7, en las narices de quienes hacíamos la cola.
Decidí regresar en carrito hasta Puerto La Cruz. Mis hijos compadecidos me buscaron en Barcelona. Pero finalizo escribiendo que el chofer del carrito, en un vehículo Toyota Camry destarlado del 92, pero muy simpático y agradable, nos contó que en las pasadas y recientes fiestas de la Virgen del Valle, tuvo que pagar un pasaje a Porlamar por cuatro mil bolívares, para poder viajar su sobrina, ese día y en esas fechas. Queridos lectores, pagó más de cuatro veces más del pasaje regular.
Esto no es el socialismo que queremos, ni el que nos merecemos después de tener a Chávez. Mi noche de pesadilla concluyó, con el abrazo de mis hijos, y el regreso al hogar. Recibiendo el amor que necesitamos como seres humanos, fortaleciendo el humanismo en esta nuestra revolución, que corre peligro extremo cuando, incluso en esos niveles, constatamos tanta miseria humana.