Cada año con la llegada del invierno la madre naturaleza demuestra su enorme potencial a través de las lluvias, estas son fuente de vida pues el agua permite el reverdecer de la floresta y los campos se humedecen para permitir la actividad productiva de alimentos, mediante la faena de quienes labran el suelo y tienen como modo de vida la agricultura. En nuestro Apure infinito el llanero se forjó en medio de Dos estaciones climatológicas, que no dan descanso ni tregua; el invierno que ahoga y el verano que calcina. Nos acostumbramos a sortear las dificultades según fuesen llegando, pero todavía no hemos desarrollado métodos y obras que nos permitan optimizar la producción durante todo el año, respetando la ecología circundante o al menos minimizando el impacto medioambiental.
La historia de Apure recoge muchos eventos cíclicos de sequías e inundaciones. Este año 2015 el verano se extendió y con él escuchamos en los campesinos o productores el lamento de las pérdidas en los rebaños o la imposibilidad de iniciar los cultivos por la falta de agua. La consecuente carestía de los escasos productos llevó a notar esa realidad en los cómodos habitantes citadinos, solamente porque lo sintieron en el bolsillo o la cuenta bancaria.
La ciencia y la tecnología han desarrollado centenares de formas para domesticar las dificultades propias del entorno natural de manera armónica y sin que ello signifique cometer ecocidios. Son muchos los países que, a fuerza de empeño y planificación científica, han logrado superar las barreras que la naturaleza impone, Holanda es quizá el más significativo de ellos, pues han implementado tecnología de punta para controlar inundaciones, ya que son conscientes del daño causado por crecidas del océano y los ríos.
En el caso nuestro, los apureños, somos una región de inmensas llanuras y muchos ríos, caños, lagunas y esteros, pero a estas alturas del avance en ingeniería hidráulica seguimos padeciendo reiterativamente de inundaciones incontrolables y en ocasiones dramáticas, tal como las de Bruzual, capital del Municipio Muñoz, hace pocos años y las que recién y ahora padecen los habitantes del Municipio José Antonio Páez, en casi la totalidad de su territorio.
Obviamente que situaciones excepcionales o imprevistas de la madre naturaleza son muy difíciles para controlarlas o resolverlas inmediatamente. Ninguno de los altoapureños se esperaba la conjunción de fenómenos atmosféricos en Colombia y Venezuela a la vez, los cuales crearon un aumento extraordinario y repentino del caudal del río Arauca y el Sarare principalmente. En lo particular, al ver lo que hoy sucede en esa zona fronteriza, estoy convencido que ninguna acción inmediata hubiese detenido ese torrente fluvial, que ha inundado las ciudades de Guasdualito, La Victoria, El Amparo, Palmarito y caseríos circunvecinos. Reitero que en nuestra historia ya hemos visto episodios similares y peores también. Los cronistas apureños Sánchez Olivo, Méndez Echenique, Omar Viana y otros, han hablado y escrito bastante de ello. Sin embargo, tales crónicas no son argumento para aceptar estoicamente las tribulaciones que hoy padecen nuestros hermanos del Municipio José Antonio Páez. Al contrario ahora más que nunca se requiere la más absoluta y vehemente solidaridad, porque la situación de inundación allí es muy difícil para la población y sus consecuencias inmediatas serán también muy lamentables si no actuamos diligentemente unidos para resolver.
Ahora, así como debemos tener la suficiente conciencia para manifestar y materializar nuestra solidaridad con quienes sufren los rigores de la fuerza de la naturaleza, estos episodios aciagos deben servir para la reflexión, el análisis y la toma de decisiones en materia de planificación urbana y del desarrollo en sentido general. Apure es un Estado de grandes ríos, casi la totalidad de los establecimientos urbanos son ribereños, en consecuencia se han construido malecones, diques y terraplenes a manera de muros de contención para las aguas. También en las zonas agrícolas se han improvisado tapas para facilitar la comunicación terrestre en las unidades de producción. Todas estas construcciones disminuyen o anulan los causes de los drenajes naturales y paulatinamente la actividad de deforestación ocasiona la sedimentación de los restantes, pero cuando la fuerza de la naturaleza se expresa, lamentablemente sucede lo del adagio católico, nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y llueve.
En consecuencia de todo lo anterior, sería importante que la totalidad de la población deje de estar de espaldas a los ríos, cuando digo de espaldas es porque aunque habitan a la orilla de ellos pareciera que no tienen la conciencia suficiente para no llenarlos de basura, escombros, aguas negras y, lo peor, hacer construcciones improvisadas en los lechos o riberas, situación esta que al arreciar los inviernos generan los desastres y damnificados ya conocidos. Así mismo los órganos de gobierno municipales deben tomar las decisiones severas para detener tal anarquía y los otros entes de mayor competencia, acometer las obras hidráulicas necesarias y determinadas en estudios anteriores, en todo caso, se pudieran actualizar para mejorarlos.
Hay una realidad que debemos asumir todos sin ambigüedades, nuestro estado es una llanura casi deltaica, cuyo territorio en grandes porciones se inunda hasta con Dos o Tres metros de altura durante la estación de invierno. Si por la ocupación y uso del espacio geográfico le cercenamos los drenajes naturales, tarde o temprano la fuerza de la naturaleza se manifestará reclamando sus espacios originarios; mientras que en el fuerte verano clamamos por agua para la tierra tostada por el Sol refulgente. Entonces porqué no decidirnos a respetar la naturaleza y buscar las formas posibles que existen para domesticarla. Por ejemplo; alguien puede decirnos ¿Por qué una región con tantos cursos fluviales no cuenta con una sola Dragadora y por qué los expertos en hidráulica e ingeniería, al servicio de los entes públicos, no han acometido planes para el rescate de los cauces y drenajes naturales?
Seguramente muchos aprovechando la coyuntura electoral le endosaran la culpabilidad del “muerto” al gobierno solamente, pero nadie dirá absolutamente nada sobre los que por beneficio exclusivo, construyen anárquicamente tapas y terraplenes que obstaculizan los cauces naturales por donde las sabanas drenan hacia los grandes ríos. Tampoco creo que algún Consejo Comunal o Comuna haya planteado o presentado, con seriedad y pertinencia técnica, proyectos de dragados o canalización hidráulica para el control de las aguas en invierno y su aprovechamiento durante el verano. Posiblemente pueden haberlo expresado como inquietudes u opiniones de intercambio en reuniones o conversatorios, pero asumirlo como planes o proyectos formales lo dudo.
La naturaleza hoy nos está demostrando, una vez más, la capacidad de su fuerza; la población siente las consecuencias y el Estado venezolano responde, porque tiene la capacidad de hacerlo tal y como lo hizo en el año 99, cuando el vendaval en Vargas y otros casos similares. Inexorablemente después de la tormenta regresará la calma, esperemos que con ella también las decisiones necesarias, pertinentes y oportunas para que en el porvenir no tropecemos por enésima vez con la misma piedra.