Dicen que no solo de pan vive el Hombre, pero los merideños son capaces de asesinar las sagradas escrituras, cuando el olorcito del pan canilla recién salido del horno, comienza a destruir el equilibrio ecológico de la sociedad venezolana.
Yo caminaba tranquilamente por la revolucionaria calle 26, mientras escuchaba con alegría la canción "Red Sky" de la banda Thrice, y reflexionaba sobre la injusta extinción del cóndor andino en el estado Mérida.
Pero súbitamente, una estampida de animales merideños se cruzó en mi camino. Ellos se peleaban por alcanzar un pedazo de pan canilla, antes que el resto de los mamíferos se atragantaran con las sobras de la salvaje manada.
Me golpearon, me tumbaron, me ofendieron, me pisotearon, y muy probablemente me violaron. La cola se manchaba de sangre, y nadie respetaba las canciones del último de la fila. En un abrir y cerrar de ojos, el pan canilla se transformó en epíteto de violencia ciudadana, y yo invocaba de rodillas la presencia del todopoderoso Jesucristo, para salir ileso de la harinosa masacre andina.
Por un desesperado trozo de pan salado, los merideños se olvidan de los buenos valores aprendidos en la infancia, y se convierten en parásitos carroñeros que picotean el bienestar del pueblo carroñero.
¡Carlos Ruperto regresó de la muerte! Le puse signos de exclamación a la afirmación, porque la ocasión especial así lo ameritaba. ¿Me conoces? Soy el tonto que escribe tonterías, para seguir huyendo del terrible manicomio.
Después del genocidio del pan canilla, necesitaba liberarme del letargo intelectual. Algunos acuden a un prostíbulo de pasión sin condón, y otros asisten a un prostíbulo de pasión con condón. Yo elegí aprender sobre la naturaleza de los animales, pues recordaba la rebelión popular sufrida por un pan canilla.
Por eso, mis pupilas deseaban ver la libertad de un emancipado cóndor andino, pero se toparon con la esclavitud de un cóndor moribundo en estado de cautividad. La vil imagen del cóndor andino enjaulado en el Parque Zoológico Chorros de Milla, se recrudece con la misma grotesca imagen del cóndor andino enjaulado en el Valle de Mifafí.
Sinceramente, fue muy triste ver al cóndor andino hacinado dentro de una jaula. Un cóndor que ni siquiera sabe entonar, las gloriosas notas del gloria bravo pueblo, y que es usado como un objeto de valor monetario, para que la gente capitalista pague por las luces del turismo.
Nuestros cóndores venezolanos deberían estar surcando los cielos andinos bolivarianos, pero lamentablemente se declararon extintos en el año de l965, porque sus alas volaban más alto que el humo del cigarrillo.
Yo conozco muchísimos animales que rivalizan por un pan canilla, y que deberían estar presos en la misma jaula donde vive el cóndor andino, pero por contradicciones de la legendaria antropología humana, esos animales hoy viven libres y felices para comprar un pan canilla.
No hay duda que los errores del pasado, se cobran en el presente y se pagan en el futuro. Yo merezco ver en vivo y directo el vuelo del cóndor andino. No se justifica tener que viajar a Argentina, Chile o Ecuador, para fotografiar y admirar la osadía celestial de un ave, que llegó a ser endémico de los andes venezolanos.
Es chocante salir a las calles merideñas, y observar la imagen caricaturesca del gran cóndor andino, como un gancho publicitario para sonreír, saludar y despedir, a los miles de turistas que abarrotan los hoteles, las tiendas y las posadas.
Todos sabemos que la ignorancia de los oriundos y de los foráneos, representó el demoníaco soplo final para la acelerada desaparición del cóndor andino.
Los merideños se cansaron de cazar, balear y envenenar al cóndor andino. Se consideraba un estorbo para expandir la frontera agrícola en los páramos, porque inexactamente se consideraba un cazador y depredador compulsivo, así como un pájaro de mal augurio para los pobladores, y un trofeo para las manos extranjeras que con pólvora lo arrastraban al infierno.
Pese a que sus alas siguen embelleciendo al escudo de armas del estado Mérida, la gente merideña exhibe un longevo resentimiento hacia el cóndor andino.
"Uy, ese bicho era muy raro" Me confesó un hombre septuagenario que entrevisté en la calle. Cuando preguntaba sobre la extinción del cóndor andino, muchos merideños se mostraban evasivos e incómodos por la pregunta, llegando a pensar que el cóndor andino es un tabú para la colectividad merideña.
Es ilógico que el odiado cóndor andino, siga embelleciendo al escudo de armas del estado Mérida. Es más lógico sustituir al cóndor andino por un pan canilla.
Inaudito que la gente venda su dignidad por un endiablado pan canilla, y es muchísimo más lamentable reconocer que esa endiablada gente, se olvidó de un bendito símbolo cultural de la biodiversidad sudamericana.
He visto a un gran número de ciudadanos merideños, salir a las calles con una cacerola y protestar por estupideces políticas de la izquierda y de la derecha, pero jamás he visto a la indiferente comunidad merideña, salir a las calles y protestar con una cacerola por la extinción de su cóndor andino, por la casi extinción de su oso frontino, y por la inevitable extinción de la conciencia conservacionista.
Yo tengo la capacidad de magnetizar el Medio Ambiente, gracias a un don otorgado por la hermosa Pachamama, y me duele observar en retrospección el paisaje frío, rocoso y montañoso de los andes venezolanos, sabiendo que el cóndor andino debería estar justo ahora, volando libremente en su ancestral refugio de vida.
Puedo sentir que el cóndor andino pertenecía naturalmente al estado Mérida. Su casa NO era Táchira, su casa NO era Trujillo, y su casa NO era la Sierra de Perijá. Su hogar de vida era exclusivamente la geografía merideña, por lo que aumenta la amargura y el luto de su funesta ausencia.
Mérida tuvo la fortuna de contar con el ave voladora más grande del Mundo, pero eligió morderse los sabrosos pies con el miserable sabor del pan canilla.
Sea sincero y respóndame con total sinceridad: ¿Qué es Vultur gryphus? ¿Dónde anida Vultur gryphus? ¿Cómo llora Vultur gryphus?
Es una calamidad que los niños y adolescentes no recibieron la educación ambiental en los colegios, para identificar el nido y defender el destino del extraordinario Vultur gryphus.
Vultur gryphus es el nombre científico que recibe el cóndor andino. Fue un verdadero milagro su presencia en Venezuela. Resulta evidente que los gobiernos de turno y los ministerios ambientales, se lavaron las manos y se ensuciaron las pantorrillas para legalizar su infame extinción, porque el arcoíris no pierde su color por la simple confusión de un tuerto.
Sin la libertad del cóndor andino para despejar el cielo merideño, pues los cielos andinos viven nublados y desprotegidos. Por eso los aviones ya no vuelan como antes, y se convirtieron en la pesadilla del 21 de febrero del 2008.
Los merideños se consideran auténticos creyentes del Cristianismo, pero le arrebataron un angelito al creador de la Tierra y del Universo. Dios les obsequió un ave que volaba cerquita de su trono celestial. Un ave que coqueteaba con la luz de los santos y de los ángeles, y que seguramente escuchaba las trompetas de la misericordia.
Vivo con la tercermundista gente merideña, que hoy roba un diminuto cartón lleno de huevos de gallina, porque ayer se cansó de robar los huevos, los nidos y los pichones, de todos los gigantescos cóndores andinos que embrujaron con supersticiones, a la gran piedra del mayor ecocidio andino del siglo XX.
Por culpa de la desidia ecológica en el estado Mérida, ahora yo no puedo disfrutar del vuelo rapaz del cóndor andino, y solo me queda usar la imaginación para extender las alas del siglo XXI, y rememorar la poesía de su espléndida belleza natural.
Yo soy un eterno soñador, y no siento vergüenza de aceptarlo. Sueño con un cóndor andino en absoluta libertad, que sigue volando por los fantasmagóricos andes venezolanos. Un mágico cóndor multicolor llamado Alfio, que con valentía atraviesa la espectacular cordillera merideña, sin miedo de subir y bajar de norte a sur y de este a oeste.
Un cóndor que luce majestuoso bajo el sol de Bolívar, y que solo yo puedo contemplarlo de madrugada.
Con el viento a favor o en contra, nadie matará mi espíritu de lucha. Jamás seré un mediocre como usted. El corazón es mi alma, y en la oración encuentro la paz que sosiega mi llanto.
Querido Cóndor Andino, hoy Carlos Ruperto te regaló la pluma de sus palabras. ¿Me conoces? Soy el tonto que escribe tonterías, para seguir huyendo del terrible manicomio. Yo siempre me acuerdo de ti. Anhelo poder conocerte personalmente, y espero que no rechaces la vibrante tragedia de mi prosa.
Rómpeme las canillas. Enséñame a volar. Y escapemos muy lejos de aquí.