Muchas de las cosas malas que sufren a diario los venezolanos, vienen siendo causadas por el furioso escándalo urbano de las motocicletas del país, que con sus motores llenos de explosivos ruidos, causan graves conflictos sonoros en calles, hogares, oficinas, escuelas, hospitales, y en cualquier espacio abierto y cerrado venezolano, donde se escuche el enfermizo sonido de la moto.
La inconsciencia es peligrosa, y cuando negamos el peligro, nos convertimos en inconscientes.
No hay duda que todos los venezolanos, estamos enfermos y traumatizados por culpa del salvaje ruido causado por los motores de las motocicletas, que de sol a sol y de luna a luna, van transitando todas las calles de la geografía venezolana, siendo un problema social y ambiental latente que no solo enferma la salud física de los oídos bolivarianos, sino que termina enfermando la mente y el espíritu de un pueblo revolucionario, que todavía oye el sonido del tercermundismo.
Sabemos que el explosivo sonido de las desquiciantes motocicletas venezolanas, es capaz de producir dolor de cabeza, mal genio, sordera, hemorroides, insomnio, estreñimiento, taquicardia y espasmos musculares, que diariamente sufren nuestros enfermos compatriotas del país.
Hace un momento, juramos dejar el cigarrillo, el alcohol y las drogas. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que volviéramos a fumar, a beber y a coger.
Hace un momento, prometimos no volver a ver pornografía en la pantalla del teléfono. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que le chupáramos las tetas otra vez con la verga.
Hace un momento, juramos no volver a pegarle con la correa a Carlitos. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que volviéramos a maltratar a nuestros hijos.
Hace un momento, prometimos no volver a comernos la luz roja del semáforo. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que volviéramos a cometer el delito citadino.
Hace un momento, juramos no volver a comer caraotas con Coca-Cola. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que tanta diarrea tapara el hueco de la poceta.
Hace un momento, prometimos lavar la poceta y bañar al perro. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que no laváramos la poceta y tampoco bañamos al perro.
Hace un momento, juramos reconciliarnos y salvar nuestro matrimonio. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que nos divorciáramos de nuestra odiada pareja.
Hace un momento, prometimos no volver a pegarle un grito al abuelo. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que volviéramos a maltratar a nuestros familiares.
Hace un momento, juramos no volver a robar plátanos para freír tajadas. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que volviéramos a robar plátanos para el almuerzo.
Hace un momento, prometimos no volver a matar con una mala mirada. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que volviéramos a sentir resentimiento social.
Hace un momento, juramos ir a misa y confesarle todos nuestros pecados a Dios. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que ocultáramos todos nuestros pecados.
Hace un momento, prometimos no volver a bloquear a nadie en WhatsApp. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que bloqueáramos a la Madre Teresa de Calcuta.
Hace un momento, juramos no volver a decir nunca jamás una mentira. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que mintiéramos con la mentirosa nariz de Pinocho.
Hace un momento, yo juré no volver a escribir un artículo de opinión. Pero después que la moto me reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que me sentara a escribir un artículo de opinión.
Hace un momento, prometimos leer la Biblia y conocer hoy a Jesucristo. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que cambiáramos a la Biblia por la brocha china.
Hace un momento, juramos pedir perdón a nuestros seres queridos. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que la venganza destruyera a todos nuestros enemigos.
Hace un momento, prometimos estudiar y sacar 20 en el examen. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que no estudiáramos y sacamos 01 en el examen.
Hace un momento, juramos no decir groserías ni palabras vulgares. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que le sacáramos la madre al mal parido coño de madre.
Hace un momento, prometimos practicar el arte del reciclaje en la calle. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que botáramos cinco kilos de basura en la misma sucia calle.
Hace un momento, juramos no volver a coñacear a nuestra esposa. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que coñaceáramos a la esposa, a la puta y a su prima.
Hace un momento, prometimos santificar el Santo Sábado de Jehová. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que santifiquemos el satánico domingo del Mundo.
Hace un momento, prometimos ser eternamente felices en el dulce cielo. Pero después que la moto nos reventó el tímpano del oído, el estrés hizo que cayéramos eternamente en el amargo infierno.
Por culpa del estridente ruido de las malditas motocicletas, que circulan libremente por las calles venezolanas, simplemente no se puede nacer en paz, no se puede vivir en paz, no se puede morir en paz, porque hasta estando cuatro metros bajo tierra, seguimos escuchando los malditos motores de las motocicletas venezolanas, que como el cáncer, corrompen hasta las almas de los enfermos.
Aunque algunos ciudadanos piensan que se "acostumbraron" al infernal escándalo de las motocicletas de nuestro país, y no lo consideran un grave problema de salud pública colectiva, la verdad, es que todos los venezolanos estamos siendo altamente contaminados y perturbados mentalmente, físicamente y espiritualmente, porque es casi imposible pretender silenciar el escándalo de una moto venezolana, y porque resulta imposible tipificar ese escándalo como delito.
El ensordecedor sonido de los furiosos motores de las motos venezolanas, generan trastornos psicológicos en los cerebros de la población venezolana, que empiezan con una constante sensación mental de ansiedad, angustia, desasosiego y zozobra, que luego el cuerpo manifiesta en respuestas físicas llenas de irritabilidad, intolerancia, mal humor e impaciencia, siendo un descontrol emocional que produce la toma de malas decisiones de vida, dificultades de aprendizaje, pérdida de la concentración, y finalmente llega la amargura, inseguridad, depresión y el suicidio.
Aunque millones de cabezas venezolanas, desean explotar las neuronas del tricolor patrio, por culpa de la rabieta que produce escuchar el escándalo de las motos del país, sabemos que miles de ciudadanos piensan que comprando muchas pastillas del ibuprofeno y tragando muchas pastillas de acetaminofén, podrán soportar y suavizar el típico escándalo urbano de todos los días, sin embargo, cuando medicamos el dolor para entumecerlo, cuando reprimimos los sentimientos negativos, y cuando nos conformamos a no poder cambiar la ruidosa rutina diaria, entonces finalmente llegan las úlceras gástricas, el cáncer de colon, los cálculos renales y el último infarto.
Toda la locura acústica que provocan las motocicletas venezolanas, terminan generando un terrible trastorno auditivo llamado Hiperacusia, también conocido como Hipersensibilidad auditiva, el cual provoca fallas en el procesamiento auditivo del cerebro de la persona enferma, por lo que el individuo no puede tolerar ciertos sonidos principalmente medioambientales, que le generan altos niveles de estrés, tensión, dolor y malestar, porque no puede interactuar correctamente con la acústica de su entorno, y por eso el enfermo puede sufrir ataques de ira y pánico, náuseas, vómitos, mareos, vértigo, paranoia, crisis epiléptica y hasta perder la razón.
Millones de venezolanos sufren de hiperacusia, pero millones de venezolanos no saben qué es la hiperacusia. ¿Por qué no saben qué es la Hiperacusia? Porque las millones de ruidosas motocicletas venezolanas, no permiten que el pueblo tenga conciencia de su propia enfermedad.
Por culpa de las motos venezolanas, no podemos realizar tranquilamente nuestras actividades cotidianas, y aunque terminamos haciendo todo lo que siempre hacemos, no disfrutamos hacerlo, porque el maldito escándalo de la moto nos genera un permanente nerviosismo, porque por desgracia, nuestros oídos siempre saben cuando se acerca la moto, cuando llegó la moto, cuando se aleja la moto, y al final del alboroto que no tiene final, nuestra calidad de vida se desmejora y nuestra salud empeora, debido a que el escándalo de las motocicletas se robó nuestra paz.
Yo soy un hombre de oración, y personalmente, he sufrido en carne viva, el gran calvario que produce la habitual contaminación sonora de las motos venezolanas.
Siempre es lo mismo, apenas empezando a orar el Padre Nuestro, y la ruidosa moto me dejó medio sordo. Vuelvo a empezar el Padre Nuestro, y pasa otra ruidosa moto que me enferma. Voy a casa de mi abuela a rezar el Rosario, y cada 5 segundos pasa una ruidosa moto, y ya no sabemos si vamos por el segundo o por el quinto misterio. Voy a la iglesia y pasa lo mismo, el ruidoso sonido de la moto llega hasta el altar, y el escándalo no me deja ni rezar, ni pensar, ni escuchar, ni nada.
Incluso, pongo el reloj despertador a las tres de la madrugada, me levanto de la cama, me arrodillo y empiezo a orar el Padre Nuestro. Pero lamentablemente, aún en la madrugada transitan las ruidosas motocicletas cerca de mi casa, y otra vez no me dejaron rezar en paz el Padre Nuestro, porque el ruidoso infierno de las motos en Venezuela ocurre durante las 24 horas de cada día.
Aunque me encantaría vivir en una bella pradera silenciosa y solitaria, la realidad, es que debo vivir en una ruidosa zona urbana venezolana, donde cientos de motocicletas transitan a diario en sus calles, y por ende, es difícil entrar en santa comunión con Dios, porque las estruendosas motos impiden que el buen cristiano, pueda sentir el silencio necesario para rezarle a su divino Creador Jehová, lo cual me genera estrés y no me permite elevar mis plegarias hasta el trono de la gracia.
Impotente, frustrado y fastidiado, yo salgo a la calle espiritualmente desprotegido, porque el infernal ruido de la motocicleta me robó la paz de Dios, y entonces caminando en la calle observo a un grupo de mototaxistas en una esquina caliente venezolana, donde confluye muchísima gente que desea contratar el servicio de una mototaxi, para llegar prontamente hasta el lugar indicado.
Yo veo al grupito de mototaxistas y con molestia exclamo interiormente: "¡Cuerda de Malandros! Parásitos de la sociedad. Analfabetos de porquería. Un gorila retrasado es más inteligente que un mototaxista. Todas esas motos son robadas, y nadie dice nada. Los mototaxistas son una plaga como las ratas, malandros de barrio con chaquetas sucias, nunca se bañan ni se afeitan, ni se cortan las uñas, malandros hediondos, deberían estar presos por mediocres, no los soporto".
Sin embargo, mientras sigo caminando por la misma calle, y de pronto el sonido de una explosiva motocicleta pasa en frente de mí, debo reconocer que mi repulsión por el grupito de mototaxistas aumenta en gran medida, y con profunda rabia exclamo interiormente: "¡Hijos de putas! Si tuviera una ametralladora, mataría a toda esa banda de sucios mototaxistas. Son basuras. Disfrutaría matarlos, escupirlos y pisotearlos en el charco de sangre. Odio a los mototaxistas. Malandros de miércoles. Algún día voy a tirotearlos a todos, no se me escapará ninguno. Sus malditos cascos y sus malditos chalecos fosforescentes, quedarán ensangrentados en la plaza Bolívar. Me las van a pagar. Le haré un favor a la Humanidad, asesinando a todos los malditos mototaxistas de Venezuela".
Tras sentir tanta discordia callejera, llego a mi casa y quiero llorar por sentir tantas cosas feas, pero justo en ese instante, pasa otra ruidosa motocicleta frente a mi hogar, que me quita las ganas de llorar por tanta rabia que siento, y después de cuestionar mi actitud tan negativa, me pregunto: ¿Cómo es posible que tuviera tan malos pensamientos en mi mente? ¿Acaso soy un psicópata? ¿De verdad disfrutaría matar gente? Siendo yo un buen siervo de Dios: ¿Por qué quiero perjudicar a mis compatriotas venezolanos? ¿Por qué siento que estoy pecando pero no puedo evitarlo?
La respuesta es fácil. El salvaje clima de violencia que produce el escándalo sónico de las motocicletas en nuestro país, hace que la gente buena se convierta en gente mala, y lamentablemente, el estridente ruido de las motocicletas es parte de la cultura socio-ambiental de Venezuela, por lo que como dije al principio de mi artículo, muchas de las cosas malas que pasan a diario en cualquier rincón de la geografía venezolana, fueron originadas directa o indirectamente por el escandaloso ruido de una motocicleta, que genera un constante estado de caos urbano, donde se terminan tomando malas decisiones como consecuencia de la alta contaminación sonora.
Recordemos las palabras del Apóstol Pablo en Romanos 7:19-20, cuya cita bíblica dice "Porque no hago el bien que quiero hacer, sino hago el mal que no quiero hacer. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino lo hace el pecado que mora en mí".
El apóstol Pablo estaba totalmente enamorado de Jesucristo, y estaba claro en que su misión de vida, era la predicación del Evangelio de Dios para ganar la salvación eterna de las almas, no obstante, en la anterior cita bíblica de su carta a los Romanos, podemos sentir a un apóstol Pablo muy confundido, abrumado, enredado, temeroso, culpable y hasta avergonzado en su mensaje.
¿Cómo es posible que el brillante apóstol Pablo sufriera momentos de tinieblas y oscuridad?
Aunque en los tiempos de Pablo no habían ruidosas motocicletas transitando en las calles, sí existía el mismo desorden social callejero que vivimos actualmente, con las distracciones, tentaciones e injusticias de siempre, donde el excesivo ruido medioambiental perjudica al organismo humano, y entre tantas motos, carros, caballos, mulas, camellos, platillos voladores, submarinos y tractores, al final de la jornada, los Seres Humanos podemos terminar muy confundidos y enfermos, por culpa de la violenta perturbación sonora que sufrimos a diario.
Tal vez un motorizado venezolano con un poquito de discernimiento mental, rechazaría mis reclamos con el siguiente planteamiento: Mira hermano ¿Tú crees que yo disfruto el ruido del motor de mi moto? ¿Tú crees que a mi me encanta la bulla de mi moto? Claro que no hermano, a mí también me molesta el ruido de la moto, el que va montado encima de la moto soy yo, pero tengo que aguantar el ruido, porque yo uso la moto para trabajar y para alimentar a mi familia, por eso tengo que tolerar el escándalo de mi moto, todo lo hago por un mejor futuro para mi familia.
Aparentemente él tiene una razón de peso para justificar el ruido, pero yo le diría al motorizado venezolano: Ok hermano, de verdad quiero entenderte, pero ¿Te parece justo que por tu trabajo yo me tenga que enfermar? ¿Tú sabes que por tu culpa yo sufro de Hiperacusia? ¿Te parece justo que por culpa del ruido de tu moto yo no pueda rezarle en paz a Dios ni en la iglesia ni en mi casa? ¿Te parece justo que por culpa del ruido de tu moto, yo tenga que llevar a mi abuela de emergencia al hospital porque otra vez se sintió mal? ¿Tú sabes lo costoso que me sale comprarle mensualmente las tabletas de Betahistina a mi abuela para que se sienta un poquito mejor?
Hermano motorizado, si yo te digo que mi familia sufre mucho por culpa del ruido de tu moto, ¿Acaso tú vas a dejar de manejar tu ruidosa moto en las calles de mi ciudad?
Supongo que el motorizado venezolano me responderá: Lo siento hermanito, pero yo sí voy a seguir conduciendo mi ruidosa moto en las calles de tu ciudad, seguiré con el ruido, porque como te dije, yo uso la moto para trabajar y alimentar a mi familia.
Y así seguiremos viviendo en la egocéntrica vida. Cada quien justificando su propia verdad, cada quien exigiendo sus propios derechos, porque lo que para mí es justicia, para ti es injusticia, porque lo que para ti es justicia, para mí es injusticia, y porque los años seguirán pasando sin saber qué fue primero el huevo o la gallina, y al final de la ruidosa historia, todos moriremos de sordera.
Si bien es cierto que en Venezuela existe un marco reglamentario vigente, que regula los ruidos molestos y nocivos emitidos por vehículos del transporte terrestre, prohibiendo que las motocicletas de cualquier cilindrada excedan los niveles legalmente establecidos, y sancionando a los motorizados que no respeten las políticas ambientales de sana convivencia, la realidad, es que hasta un viejo sordomudo puede escuchar el escándalo sonoro de Venezuela, y ese mismo viejo sordomudo puede gritar a los cuatro vientos, la terrible impunidad de un país adicto al decibelio.
Sea por motivos laborales, por motivos de movilidad urbana, o por el simple capricho de fastidiar a la gente en las calles con los estruendos sonoros, no hay duda que el sonido de las motocicletas tiene enferma a Venezuela, y hasta las motos de los policías son muy ruidosas, por lo que es imposible que un funcionario público, detenga a un motociclista y castigue el delito in fraganti.
Muchos países del Primer Mundo, realmente aplican sanciones al delito flagrante y prohíben que las motocicletas generen contaminación sonora en las calles, pero en la escandalosa y tercermundista Venezuela donde sobrevivimos, todavía la gente se echa un peo para pasar la pea.
Dicen que si cerramos los ojos y contamos hasta diez, encontraremos la mágica solución a todos nuestros problemas. Otros dicen que como los locos del manicomio, debemos taparnos los oídos con nuestras dos manos, cada vez que una ruidosa motocicleta pase muy cerca de nosotros, y otros dicen que escuchar la furia de la moto, ayuda a sacar mejor la arrechera el sábado por la noche.
Pero nosotros creemos que el conflicto socio-ambiental latente en Venezuela, por culpa del escandaloso ruido de las motocicletas del país, tristemente no se puede silenciar, no se puede resolver y no se puede solucionar.
Porque la vida es violencia, y todos queremos vivir la vida.