El dilecto olor a gasolina… (Confesiones en el frente Andino…)

  1. Aquí resumo una vida de mil horas tras algunos galones de gasolina en la ciudad de Mérida, problema que con el tiempo se ha ido agravando. Sabemos que la causa es el bloqueo gringo, ¿pero por qué esto se intensifica de manera tan terrible en Mérida, incluso más que en Táchira que está a un lado de Colombia? En Mérida todo huele a gasolina, en Panaderías, restaurantes, colegios, licorerías, clínicas, ferreterías, abastos… La obsesión hoy en Mérida gira alrededor de tener, buscar, comprar, bachaquear, vender y revender gasolina. Muchos la transan en dólares, pesos colombianos y en euros. En la población de Canaguá te ponen 15 litros por un kilo de café en azul. Hay residencias de clase media y alta que apestan a gasolina apenas usted entra en ellas. Por eso hay multitudes de negociantes, cuyo único trabajo es vivir haciendo colas frente a estaciones de servicio de combustible. Podría ocurrir una conflagración a causa de acumular bidones y pimpinas en apartamentos y casas, pero ya se sabe que esto a los mercaderes les importa muy poco...

  2. A donde uno vaya en Mérida, siendo reconocido como chavista, percibe (sin ser para nada paranoico), un ambiente de peligrosa agresividad. De cualquier lado puede salir un ENEMIGO, de los desquiciados por las redes, y desafiarte, agredirte, porque él se siente soldado de una guerra civil proclamada desde Estados Unidos y la Unión Europea. Yo lo he vivido muchas veces. En lo particular, he tomado la precaución de evitar cualquier confrontación, provocación, celada o desafío violento, porque sé que eso es precisamente lo que persiguen para nosotros los interesados en que nos matemos para que luego se produzca lo que ellos persiguen: RECOLONIZACIÓN. Es una situación compleja esa de ir resistiendo y, a la vez, la de ir poniendo la otra mejilla para no entrar en el desmadre, y perder los estribos ....

Da lo mismo un insulto a la agresión física, pero más allá lo que se persigue es que esa agresión no lleve nada personal, sino que sea desatada o provocada por una turba enfurecida, desquiciada, sin control…

Todos los nombres que utilizaré a continuación son imaginarios, aunque los hechos ciertos, formales y netos.

  1. Existe un espectáculo que se presenta diariamente en muchos lugares de Mérida, protagonizado por ciertos "pelabolas" (desclasados o lumpen, ver Carlos Marx), esos que quieren elevar su estatus social... Son los que ansían ser admitidos o consentidos, aunque sea con asco y a regañadientes, por la clase media o alta. Quieren elevar su "nivel estético", a fuerza de maldecir al chavismo. Es común verlos gritar con histérica furia, para recoger los aplausos de esa clase media o alta que los desprecia: "-¡Maduro!, ¡coño de tu madre!" (el estribillo más repetido por esta clase de "pelabolas" en este momento).

  2. Pues bien, nos dirigimos el día 4 de junio a La Parroquia, uno de los lugares más hermosos de Mérida, y próximo al liceo Caracciolo Parra. Debajo de un árbol, vimos a un sujeto dirigirse a unas cien personas. El sujeto era un mulato desgarbado (como uno mismo), vestido todo de blanco, carente de coherencia en sus palabras, tratando de complementar sus ideas, sacudiendo los brazos, con muecas y guasas. Tenía el susodicho, y ya lo estaba esperando (como ocurre con todo opositor en Mérida), un as bajo la manga. Sus gestos y risas eran evidentemente forzados, iba de anécdota en anécdota, en un largo relato para personas urgidas por lograr poner gasolina a sus carros. Mérida lleva meses viviendo una de las peores crisis de desabastecimiento de combustible en décadas. Las víctimas que se congrega en esta búsqueda, han tratado de inventar un sistema para evitar apostarse con sus carros durante varios días a la espera de que llegue una gandola... Fue así como se inventó lo de los LISTADOS. Llega un voluntario y comienza a hacer una lista, y éste tiene la potestad de colocar en ella, entre los primeros, a un grupo de su preferencia. Terminada esta lista la gente se puede retirar a sus casas la espera de ser llamada cuando se esté seguro que habrá combustible.

  3. El desgarbado personaje en su relato, repentinamente, para levantarle el ánimo a su grupo exclamó:

"…Pero entonces yo le dije a esa mujer viendo sus desastres: "PARECES CHAVISTA", y fue cuando ella me respondió muy brava: "NO ME OFENDAS!". ¡Bingo!, al sujeto lo aplaudieron a rabiar… además de estallar algunas fulminantes carcajadas, también forzadas.

  1. ¡Qué tal el relato del referido personaje!: Una connotada opositora causa un descomunal desastre, pero entonces su propia gente no la condena sino que en función de su aberrante conducta se le califica de CHAVISTA: "¡PARECES CHAVISTA!", y luego la jauría aplaude complacida, y listo. Y esos, misterios y paradojas, los que "PARECEN CHAVISTAS" son los que se roban CITGO, son los emisarios del tipo que Guaidó envió a Cúcuta para el asunto de la "Crisis humanitaria" y acabó aquello en un gran saqueo y estafa…, de modo que Enrique Capriles Radonsky, María Corina Machado, Julio Borges, el mismo Juan Guaidó y toda la plana superior de la Asamblea Nacional, según este formato de insulto también "¡PARECEN CHAVISTAS!".

  2. La Parroquia es un enclave andino de lo más auténtico y representativo de la vieja Mérida. En ella se celebran anualmente, cada 2 de febrero, las famosas procesiones de Los Vasallos de La Candelaria, con trajes, música y danzas a la usanza de los antiguos pobladores de la región, un vistoso y atractivo acto que congrega a católicos que vienen a pagar promesas a la Virgen de La Candelaria y también a turistas.

  3. La espaciosa Plaza Bolívar de La Parroquia posee umbrosos y descomunales árboles, unas muy espigadas palmeras empinadas hacia el cielo. La Plaza y lo que le rodea es en sí mismo un mundo animado que colma de gracia y serenidad a todo aquel que se ubique en uno de sus bancos a contemplar a los viandantes, a oír a los pájaros, a ver los niños que corren por sus amplias calzadas. La Plaza está bordeada por una imponente iglesia, un pequeño centro comercial, licorerías, venta de pastelitos, heladerías, fruterías, quincallas, abastos, la prefectura, todo en un bullir permanente de estudiantes, ancianos, amas de casa, enamorados y de esos jubilados cuyo placer es conversar serenamente con viejos amigos sin tener que reparar para nada en el tiempo ni en compromisos laborales. Allí algunos echan con larguezas sus bocanadas de humo, y también sus buchecitos. Hay los que liban encaletados en bolsitas, carteritas de anis, cocuy o miche callejonero.

A partir de las 9 de la noche el lugar va quedando enteramente solo, las calles desiertas y un silencio sepulcral lo envuelve todo.

  1. Eso ocurrió el día 4 de junio de 2019, digo, a las 8:25 de la mañana, cuando nos dirigimos a La Parroquia para informarnos sobre el problema de la gasolina. El energúmeno que quería recoger los aplausos de los opositores estaba tratando de dar explicaciones sobre unas listas para aquellos, que en medio de esta gran escasez de combustible, necesitaban poner a sus carros gasolina.

  2. En un abasto frente al liceo Caracciolo Parra nos dijo una señora:

  3. Miren, en la Plaza Bolívar están haciendo un listado para que vayan y se anoten… Nosotros pudimos, gracias a Dios, echar anoche.

Apuramos el paso. Llevamos meses, quizá años, apurando el paso. Todo el que me vea con mi esposa por este sector de La Parroquia, se enterará que vivimos en una permanente carrera por todos lados venciendo los mil cercos y emboscadas que desde el Norte nos han colocado. Nada estético debe ser vivir corriendo de un lado a otro, por cierto, pero lo que sí sé es que resulta muy saludable. Hemos rebajado en los últimos meses tanto mi esposa como yo, unos siete kilos. No hay día en que no lleguemos a casa empapados de sudor, y como en Mérida nada es plano, pues entonces sometemos a duras pruebas el cuerpo. (ESTA HISTORIA CONTINUARÁ…)

¿????

Al ir acercándonos a la plaza, en un recoveco, vimos a un grupo de unas diez personas rodeando a una señora que estaba haciendo un listado. El día era asoleado y cada cual andaba buscando una sombrita. No estaban, así, haciendo la lista propiamente en la Plaza Bolívar, sino al frente a una entradilla de una casa del sector. Al otro lado de la calle estaba un señor reenumerando los carros, que a pesar de haber estado haciendo cola durante todo el día y la noche de ayer no habían conseguido echar gasolina. Según pudimos enterarnos, quedado 472 carros sin lograr poner gasolina.

Nosotros estábamos atentos a una joven que sentada en la acera iba anotando a los nuevos que se incorporarían para tratar de colocarle gasolina a sus carros. Ahí nos íbamos a encontrar gente que se convertiría en lo más cercano a nosotros, una "nueva familia", decían los ya habituados a vivir en estas colas.

Mientras estábamos en esta espera estuvimos observando cómo se desenvolvía lo que ocurría enfrente, donde se llevaba el registro de los que no habían podido poner el día de ayer. Sobre el capó de un carro un señor alto y moreno, de nombre Joaquín, finiquitaba esa lista realmente envidiada por los nuevos damnificados de este criminal bloqueo gringo. Para la inmensa mayoría de los merideños que padece este horror, no piensa que el gobierno norteamericano tenga algo que ver con esto. Para ellos esto es otro caos provocado por la mala administración de los chavistas.

De modo que es frecuente escuchar en estas colas toda clase de sandeces insólitas, una sucesiva cadena de maldiciones plagadas de insensateces y estupideces inútiles de responder. Todo es sólo culpa de los chavistas, y punto, y sobre tratar de pensar un poco más allá,… imposible.

Comenzamos a observar que una mujer obesa y algo retaca, de un color de piel indefinida, de unos cuarenta años, de pelo oxigenado, se está batiendo muy agitada, manoteando una lista que ella misma ha hecho, en la que se encuentra un grupo de comerciantes del sector. Le grita al señor Joaquín de manera vulgar y muy agresiva:

  • ¡Usted tiene que meternos en la lista porque nosotros nos pasamos toda la madrugada en la cola! ¡Tenemos derecho a poner gasolina…! ¡No nos pueden dejar por fuera! ¡Eso no es justo! …

  • Usted no me va a imponer esa gente – le contestaba serenamente el señor Joaquín-, sin darle la cara y manteniéndose concentrado en lo que estaba haciendo.

Forcejeaba la agresiva señora de nombre Leticia, con su pesado cuerpo y de manera ágil yendo de un lado a otro con su listado como si fuese un gonfalón. Tenía doña Leticia unos brotados ojazos y una mirada oblicua y punzante, semejaba a la de un pez recién arponeado. Su boca se abría y cerraba también como la un pez. Se le veía girar en círculo alrededor de don Joaquín, agitando el gonfalón de su lista escrita en una hoja de papel ministro, y hacía girar su recortada nuca como una peonza, mirando estrábicamente sin dejar de batirse a gritos contra el señor Joaquín. Qué fastidio tan intenso era verle exigir que debían meter en aquella lista a sus amigos porque, recalcaba, ellos llevaban muchos días luchando y sufriendo por intentar echar gasolina en esa zona.

  • Lo que tiene uno que ver y escuchar –dijo uno que estaba delante.

  • Y todavía lo que nos falta por ver y por escuchar durante las largas noches y días que tendremos que estar en estas colas –dijo otro.

  • Ay Dios, pero si sólo fuera echar gasolina. Hay que hacer otra cola para sacar efectivo del banco…

  • ¿Quién podía imaginarse unos años atrás que íbamos a pasar por esto? Increíble.

  • ¿O si necesitas comprar medicina que no se consigue en ninguna farmacia?

  • ¿O pagar en un punto en el que tarda bastante pasar la tarjeta?

  • ¿Y si tienes que verte con un médico?

  • ¿Dónde y con qué? ¿O apostillar en el registro un documento? ¿O buscar el gas?

Nosotros, todo esto lo estábamos viviendo como en un sueño de aleteo de zamuros, ahora que cunden tantos en cada esquina. Las voces de la gente suenan más sonoras, y en el cielo hay manchas turquesas y un rugir lejano como lloros de perros lastimeros.

Quien llevaba esta nueva lista frente a la que nosotros nos encontramos, es una joven de nombre Lucía. Quién sabe de dónde salió Lucia, qué hace en este mundo, pero ella ahora para nosotros es muy importante. Es casi una heroína, y merece todo nuestro respeto. Mientras ella va anotando presta atención al niñito que está sentado a su lado, de unos siete años. Observamos que un señor moreno de nombre Octavio Pelis, de regular estatura, ejercer un papel administrativo en este min-gobierno que se ha formado. Cualquiera allí podría decir que es un segundón de la joven Lucia. Pronto nos íbamos a dar cuenta de que Octavio tenía un rango superior.

Nos dijeron que el señor Octavio era taxista.

Delante de nosotros se ubicó un gordo de nombre Sebastián con una panza descomunal parecida a una batidora de cemento. Le seguía el señor Tico, un espectral moreno que al parecer era oriundo del estado Apure quien lucía lentes oscuros; más allá un tal Franco Antonio, un profesor jubilado de la Facultad de Ciencias Forestales, luego seguía un muchacho, Juvenal, de boina negra con su padre de unos ochenta y cinco años; más allá un joven de lentes, meditabundo y aletargado, quien hacía quinielas y cálculos imaginarios, adivinando el momento en que podría llegar la próxima gandola con gasolina.

El señor Joaquín, firme y determinado, había sido tajante en rechazar el listado del grupo de comerciantes que pretendió meterle doña Leticia. En realidad la exigencia de esta señora era un abuso a todas luces: tratar de hacer pasar a un pelotón de comerciantes de la zona como si realmente hubiesen estado haciendo cola toda la noche anterior para intentar echar gasolina, cuando a nadie allí le constaba.

Estando nosotros (mi esposa y yo) haciendo la cola, escuchábamos a una señora también gruesecita, de nombre Prudencia, joven, muy modocita ella, teléfono en mano, dictándole a la joven Lucía una ristra de personas para que las anotara. Aquello era interminable y agobiante, insólito y tan abusivo como lo que estaba pretendiendo doña Leticia con el señor Joaquín. Era un listado inmenso el que manejaba Prudencia, y fue entonces cuando estalló la indignación de los que estábamos en la cola "¡Basta, coño!". Le reclamamos educadamente,… que eso no era correcto, que los interesados deberían estar presentes. Pero estábamos comprobando que la señora Lucía era muy débil y mientras Prudencia no paraba de dar nombres en su letanía la otra, misia Lucia no dejaba de anotarlas.

  • No hay mal que por bien no venga – comentó el circunspecto señor Tico, y echó un largo relato de lo que un mes atrás le pasó viniendo de Barinas por el páramo y en San Rafael se quedó sin gasolina. Entonces tuvo que venirse desde esas inmensas alturas con el carro apagado. Ni Ulises.

Escuchábamos argüir a doña Prudencia que ella estaba tratando de ayudar gente que no se podían valer por sí misma para venir a anotarse, gente con problemas de salud, algunos parapléjicos, otros de la tercera edad, y esto lo decía con una vocecita de niña mimada, abogando por ellos con ardor y mucha solidaridad. Se hacía tan larga la lista que pretendía incluir la referida Prudencia que se generó una fuerte protesta. Prudencia tuvo que retirarse y darle paso al siguiente. Seguidamente se apostó ante Lucía una señora de nombre Florencia, quien dijo trabajar en el Colegio católico El Rosario y traía también su propia ristra, que en este caso se trataba de un grupo de profesores de la referida institución.

Fue en este punto cuando nos dimos cuenta de que quien estaba organizando la lista, misia Lucia, tenía sus propios intereses y entre los primeros que colocó en la lista, unos diez, eran personas de su familia y de su entorno. Por eso se permitía ser permisiva con los que traían ya largas listas pre-elaboradas.

Aquello se estaba tornando agónico, preocupante, y cuando casi nos tocó nuestro turno, entonces vimos que irrumpió de manera agitada y violenta la señora Leticia, abandonando el acoso que le tenía montado al grupo organizado por el señor Joaquín, anterior a nuestra lista. Se podía ver que el señor Joaquín tenía carácter y no se dejó amedrentar por doña Leticia.

Pues bien, llegaba doña Leticia con sus ojos desorbitados, cornetera y como atronada, exigiendo un lugar prioritario en esta nueva lista.

- ¡Uy, Señor! – volvía a repetir el señor Tico –todo lo que uno tiene que soportar. Pero no somos autoridad. Aquí nadie es autoridad y ese es el problema, a quién podemos exigirle algo. Aquí, así nos puede coger la tarde…

No había, decimos, podido doña Leticia incluir a su gente en el listado del señor Joaquín, ahora venía a meterlos a empellones en esta otra lista de manera que se le veía agitada y belicosa.

Se presenta un jaleo, es entonces cuando interviene el señor Octavio Pelis, quien parecía no tocar ningún pito en este concierto; en un intento por impedir que doña Leticia se impusiera vino él y le arranca la lista a Lucia y se desprende del grupo y comienza a dar vueltas por la calle, pero seguido muy de cerca por doña Leticia. Aquello era cómico y cruel: Octavio perseguido por doña Leticia, girando ella como un trompo, y él tratando de impedir que lo cojan.

  • Señora – le digo, ya cansado-: ¿A quién le consta verdaderamente que usted haya estado en la cola hasta la madrugada.

  • Yo soy testigo –intervino un moreno que evidentemente por el modo de molestarse y de asumir el pleito como suyo, se notaba que era empleado de la tal Leticia.

Se desgañitaba doña Leticia dando vueltas con su pelo alborotado, con sus ojos brotados, ágil, embutida en unos bien apretados vaqueros:

  • ¡Si no anotas a mi gente que pasó toda noche en la cola, no dejaré que aquí se haga ninguna lista!

Iba Octavio levantando su papel para impedir que se lo cogiera la lagarta quien se le abalanzaba y trataba de bloquearlo.

Don Tico abría los brazos y decía:

  • Lo que viene uno a ver a los 78 años de vida. Lo que uno tiene que aguantar, pero claro si nadie tiene la razón, ¿cómo se hace valer un derecho? Es lo que pienso, dígame. Hay que llegar a un acuerdo – intervino el moderado y espectral Tico -: ya no podemos retrasar esto por mucho tiempo. Acordemos que por cada uno que doña Leticia coloque, nosotros que estamos en la cola coloquemos tres.

Entonces Octavio dirigiéndose a nosotros preguntó si estábamos de acuerdo.

Se aprobó por unanimidad. Y continuó la tediosa tarea de seguir tejiendo aquella lista.

Cuando finalmente pudimos anotarnos, en aquella soleada mañana, respiramos hondo sin saber todo lo que nos estaba esperando por delante, porque en esta larga lucha a retazos a cada victoria le sigue un fuerte encontronazo, un cangrejo, una trampa, una emboscada. Luego de varios meses sin echar gasolina esta podría ser nuestra oportunidad, me dijo mi esposa, aunque lo mejor siempre es no hacerse ilusiones.

Escuchamos algunas órdenes y recomendaciones de Octavio quien nos dio su teléfono y nos pidió que nos reuniéramos a las 4 de la tarde frente al liceo Caracciolo Parra para mantenernos informados y organizados: "-No olviden que somos una familia", dijo.

Debemos decir que, previo al 4 de junio, nosotros habíamos hecho una revisión de las colas en varias estaciones de gasolina. Veíamos por doquier los carros enumerados en sus parabrisas con pintura al frío, sobrepasando los mil. Había mucha gente durmiendo con la boca abierta en los vehículos, algunos con mantas, con mesas y sillas para pasar el rato en las aceras. A cientos de personas se les veía ir de un lado a otro cuando se anunciaba que estaba por llegar una gandola con gasolina, como si al fin con ello estuviesen logrando lo más ansiado en sus vidas.

Subí, por ejemplo, hasta la estación Libertador en la Avenida Los Próceres, y me enteré que tenían unos 21 listados, cada uno como de cien a ciento cincuenta personas.

"Quizá haya mejor posibilidad –dije- en la estación que está al lado del Aeropuerto en la Avenida Urdaneta, cerca de donde viven mis suegros".

En este recorrido me encontré a mi yerno Remigio, metido en una cola, que empezaba cuatro kilómetros más arriba, en Buganvillas. Mi yerno tiene una finca en las afueras de la ciudad y le urge ver cómo hace para atenderla, porque su traslado le exige mucha gasolina semanalmente. Por un momento pensé en ir a buscar mi carro y colocarme en esta cola que no se guía por ningún tipo de lista, pero me puse a considerar que en sólo ir hasta la casa me llevaría más de media hora, tiempo en el cual aquello se anegaría de carros. Desistí.

Pues bien, volviendo a la odisea emprendida en La Parroquia, nos preparamos para asistir a la reunión convocada por Octavio. Hago a pie con mi esposa el trayecto desde donde vivimos hasta La Parroquia. Bajamos hasta el Enlace, pasamos por la frutería El Frutero, luego subimos una cuestecita hasta el centro comercial Milenio. De allí, por un costado del centro comercial, tomamos una veredita, y un kilómetro más allá nos topamos con un parquecito, plagado de manigua, y cerca del borde, dando con una esquina, unas barras en las que hacen ejercicios los muchachos.

  • ¿Y qué se sabe?

  • Que a lo mejor llega gasolina para este lunes.

  • ¿Tan rápido?

  • Uno no sabe a quién creerle.

  • Nadie está contento.

  • Ojalá esto se resuelva. Y usted que es profesor y que está informado, ¿tendrá esto una solución?

  • Cuidado que los carros están retrocediendo.

  • La gente si es atorada.

  • Ja ja ja, buscaba gasolina y ya encontró leche.

  • Pura paja.

  • ¿Será que la gente es masoquista?

  • Se acaba encontrando gusto a todo, amigo. ¿Usted está casado?

  • Ja j aja ja…

  • Parece una diversión.

  • Sí.

  • Aquí como que nadie trabaja.

  • No se crea, aquí cada cual es un payaso. Trabajamos de gratis.

  • Qué bueno.

  • Cuando no hay luz la ponemos, cuando llega nos olvidamos que existe.

  • Quién nos entiende.

  • Hay cientos de miles de resignados postrados y mirando el techo.

  • Después de todo como que las colas me entretienen, que voy yo a hacer metido en una casa todo el día, sin luz y sin trabajo.

  • Dígame.

Se ha ido formando un tumulto cerca del liceo Caracciolo Parra. Sombras que van y vienen con una cordial tibieza. Andamos todos en lo mismo. Son ya las 4 de la tarde. La cosa está animada. Mientras mi esposa se queda enterándose de los intríngulis de la reunión yo me dirijo a ver al doctor Genaro Orgaleta, oftalmólogo de unos ochenta años, quien me está tratando un problema en un ojo (realmente no sé cómo hace este médico para llegar a su consultorio). Luego me entero que el doctor Orgaleta le extrae gasolina a un carrito que tiene parado desde hace meses y con esa poca gasolina ha ido movilizándose para sus diligencias más imperiosas. Hay también un bachaquero que se la consigue cuando la cosa se le pone fea.

Bueno, en nuestro caso, tenemos que ver cómo ponemos gasolina porque tenemos una casita en los Pueblos del Sur, y allá tenemos una hija (nuestra perra), y una siembra de maíz, café, cambures, limones, una bella huerta.

Está cayendo una tenue llovizna. La gente merodea, anda silenciosa y serena, en medio de todo. No creo que esté resignada a nada. El venezolano es una vaina bien seria. El punto de chequeo de las listas se está ´poniendo abarrotado. La gente lo que busca es que la "familia" lo vea. Hoy deben entregar los ansiados números, saber en qué posición nos toca. Hay que ver todo lo que se logra con sólo saber que se nos ha asignado un número.

  • De que ponemos ponemos. Yo soy optimista.

  • ¿Cómo dijo? ¿Optometrista?

  • Deja la broma. Ponte serio, vale.

  • Esto yo lo veo como burro sentado en taburete.

  • Si a mí me toca el 1.275 me juego un quintico.

  • No seas necio que hoy le entramos estamos entrando al setecientos.

  • El que vive de ilusiones termina pagando con tarjeta sin saldo.

  • Cállate, vale.

Se ven varios grupos consultando a los que llevan las listas. Se grita, se presentan métodos, corren las propuestas. Repentinamente se presenta doña Leticia. ¡Llegó la cucaracha! Quién calmará esto. Horror, vamos a ver qué pasará ahora.

Doña Leticia trae una carpeta y puede ser que esté montando su propia taguara paralela, la que favorezca a los comerciantes. Guillo, guillo. El señor Tico nos dice:

  • Por allá jumea. Algo raro se trae entre manos. Como esto es al boleo, no se puede confiar en nadie, y a quién y cómo se reclama…

Lo que uno nota, lo que más se destaca son los abultados vaqueros de doña Leticia, que busca imponerse. Y ahora ha llegado con su hijo, un fornido muchacho, de nombre Jackson, de franela ajustada, músculos brotados, pantalones de pana morados; es un encuerpado que para completar luce unos botines de cuero verde, lleva zarcillito y corte de pelo cepillado.

  • ¿Es lo que llaman un metrosexual?

  • Si usted lo trata verá que es simpático.

  • Para qué.

  • Altanero, sí lo es.

  • No recelemos de nadie.

  • Verdad, somos una familia. ¿Y mi tío?

  • ¡Yo! ¿Con tantos abuelos?

  • Respeta, chico.

  • ¡Zape!

Jackson es dueño de un abasto en el sector, muchacho muy embutido y equipado en sus indumentos de marca, principalmente con esos botines verdes con flecos, tan raros y llamativos. Dueño de varios carros que ya están en las listas, principalmente un lujoso todoterreno blanco que revela a las claras que a quienes menos le ha afectado la crisis económica, sino todo lo contrario, es a los comerciantes. Son los comerciantes los que se dan el lujo de viajar en estos tiempos, de ir a restaurantes y hoteles, de comprar buena ropa y de echarse encima cuanta virguería electrónica sale al mercado.

En otra súbita sampablera que estalla, se ve resaltar a un profesor de la universidad de Los Andes, de aspecto desmadejado, flaco, con una barba de varios días, grandes ojeras y despeinado. El profesor le está exigiendo respeto a Jackson porque éste le desconoce su lugar en la lista. Jackson le grita con desgarro, como un energúmeno y es cuando entra en escena una fornida dama quien abriéndose paso dice que va a llamar a su esposo para que vuelva papillas al de los botines verdes. Jackson lanza una maldición, se da la vuelta y se retira a quemar bajo un árbol un cigarrillo.

De la gran tensión se retorna repentinamente a la calma. Así vamos.

  • Qué se oye…

  • Uy, ese tipo me revuelve el neuma.

  • No se moleste amigo, que allá en el cielo está la verdadera lista.

  • Todavía me quedan unos churupos para mandarme a hacer la urna.

  • Ni lo sueñe que no hay ni entierros.

  • Muerto no hace cola.

  • ¿Y yo qué hago en esta?

Mi esposa, en otro grupo, trata de mediar en una discusión, y acaba por enfrentarse con Leticia quien la insulta. Leticia le espeta: "¡Pareces chavista!". Ha dicho la frase favorita que muchos llevan encaletada bajo la manga, cuando ya los argumentos se hacen inútiles.

  • Lo que sí sé –le responde mi esposa- es que para nada me gustaría parecerme a usted. A cualquier cosa menos a usted.

  • ¡Pareces chavista, chica!

  • ¿Y tú tienes idea a lo que pareces?

La ofendida Leticia se retira buscando a Jackson para decirle que la están acosando. Que hay unos chavistas que la están agrediendo.

En estos tumultos nos vemos obligados a movernos con cierta cautela y prudencia, y los movimientos de Leticia, alzando la voz al lado de su hijo puede ser la chispa de un polvorín. Se escuchan expresiones soterradas, desafiantes al boleo:

  • Esto nunca se había visto, y ya no sé porque no actuamos como deberíamos.

  • Es que todos son unos malditos corruptos.

  • Destruyeron PDVSA, el país se está quedando solo.

  • Esto está arruinado.

Apenas Leticia ha lanzado el dardo de que mi esposa parece chavista, aquello se ha ido agitando: algunas miradas se comienzan a centrar en nosotros. De pronto, de entre las sombras de unos árboles emerge un enano barbado con un casco de motorizado en la mano. Percibo inmediatamente algo extraño en el ambiente. El enano barbado se dirige hacia a mí y de manera desafiante me lanza:

  • ¡Ustedes, cabrones, que volvieron mierda el país!

El enano barbado va acompañado de una señora sesentona, esbelta, quien al momento de montarse en la motocicleta, exclama:

  • Ustedes chavistas no tienen ningún derecho a poner gasolina.

En aquel momento sentí ganas de responder y de desafiar al enano que merodeaba moviendo de un lado a otro su moto. Me incorporé porque había estado sentado en un tronco, porque hay que ubicarse…. Le dije al enano:

  • Échale, pues. Vamos échale…

El sujeto enciende presto la moto y se larga con su mujer. Estoy seguro que si se hubiese formado una trifulca, el noventa por ciento de los presente se habrían puesto del lado del enano. Bastaba con que se nos acusara de chavistas para que ellos tuviesen carta blanca para hacer con nosotros los que les viniera en gana.

Sigue la lluvia. Son las 6:30 de la tarde. Comienza a oscurecer. Veo figuras agachadas, orangutanes fisgones, ancianos apacibles, momias sonrientes o cándidas. No aparece Lucía por ninguna parte. Muchos creen que Lucía ha desaparecido con el listado por lo que se comienza a pensar que habrá que hacer uno nuevo. ¡Y Leticia! ¡Uno nuevo con Leticia!

Llaman insistentemente al teléfono de Lucía.

  • Ella vive muy lejos, vive por El Chama, y su carro está estropeado.

  • Para qué se meterán a organizar listas si después no pueden.

  • Yo eso lo pensé esta mañana, ¿y si después esta mujer no aparece?

  • Nos dejaron con los crespos hechos.

  • El cuento del gallo pelón.

  • Y no olviden que somos una familia, en la que cada cual coge por su lado.

  • Como pasa en todas.

  • ¿Y los abuelos?

  • Esos no faltan.

El señor Octavio se encuentra nervioso, y dice que tendrá que depurar otra vez la lista y sacar a todos aquellos que no están asistiendo a las reuniones.

Me encuentro con el viejo amigo Celestino Zambrano, quien está organizando el tercer listado. Celestino vive en Tovar y me dice que tuvo que pagar diez dólares en gasolina para traerse su carro a Mérida porque en su pueblo se tardan hasta doce días para poder ponerle combustible a los carros.

Pienso en ese pueblo de Tovar y un escalofrío me recorre el espinazo. Recuerdo un terrible momento que pasamos en el 2015 cuando nos tocó depositar el voto en esa localidad. Se vivía un ambiente de indescriptible conflictividad, viendo seres realmente salidos de sí, decididos a matar a todo el que se atreviera a decir que era chavista. La casa del alcalde Puliti fue quemada. A la Secretaria de gobierno del gobernador Alexis Ramírez, María Castillo, la secuestraron junto con su familia y trataron literalmente de lapidarla. Un territorio tan hostil y violento que difícilmente uno puede creer que allí sea posible vivir en paz alguien que apoye al presidente Maduro. Sin embargo, Zambrano nos contó que ahora la gente está pidiendo a gritos que vuelva Puliti como alcalde.

  • ¿Qué se sabe?

  • Ahí, a la espera.

  • Yo tengo que hacer labores domésticas, me tengo que ir.

  • Qué broma., imagínense si ahora no aparece Lucía.

  • Lucía viene siendo como mi sobrina, más irresponsable.

  • Ja ja ja ja…

  • Qué familia.

  • Me voy a dar una vuelta por la plaza.

  • Mire no se vaya lejos porque de pronto llega y queda afuera.

  • Pero es que es mi sobrina, no le digo…

Va transcurriendo el tiempo entre miradas en las sombras, saludos y recuentos de lo que está pasando en otras estaciones de gasolina. Me encuentro también con Fidel, un viejo amigo que trabaja en CANTV quien me da un reporte tétrico de lo que ha pasado, tratando de echar gasolina en la estación Chama. Nos colocamos bajo un frondoso árbol, enfrente hay un parque al que acuden todos los hombres que necesitan orinar. Más abajo están las quintas, entre tinieblas porque se ha ido la luz.

Corre el rumor de que ha llegado Lucía.

  • Menos mal.

Sí, a lo lejos se ve al señor Octavio que tiene la lista. Comienza Octavio a leer nombres y placas de carros. Unos se asoman para ver si los suyos están bien escritos. Mi esposa encuentra que su nombre lo han tachado. Qué buena vaina. A cada lectura algún fantoche interrumpe con un automatismo reumático. Por favor, silencio. Repitan por favor. Orden. No se oye… y es cuando nos enteramos que a mi esposa le corresponde el número 534 y a mí el 533.

¡Qué jornada, carajo!

Regresamos a casa a las 9 de la noche. Qué silencio, qué soledad en el trayecto que va desde La Parroquia hasta el sector La Floresta. Hay que llegar a casa a adelantar tantas cosas. Desde cuándo no se lava ropa, desde cuándo no se revisan los correos. Qué será de nuestros familiares. Hay que hacer un mercadito. Sobrevivimos a fuerza de arepitas y cambur verde.

Hemos quedado en volvernos a reunir mañana a las 9 de la mañana.

Todo lo que las familias hablan en estos días tiene que ver con el problema de la gasolina: cantidades de carros varados en las casas. Mi ex esposa Rosalía tiene varias semanas sin poder movilizarse, el vecino de ella, el señor Comte, en la urbanización La Nena, pasó siete días en una cola similar a la que nosotros estamos intentando.

Al llegar a nuestro nicho encontramos regueros de libros y zapatos. Un impermeable sobre la silla, celulares apagados. De nuestra vecina doña Lila, de ochenta años, desde hace días no sabemos nada.

Luego a la cama. No ha llegado la luz. Buscamos el sueño, pensamos en tantos relativos y parientes nuevos. Que sea lo que sea.

Al amanecer estamos arreglando trastos, preparando desayuno.

  • ¿Y qué iremos a almorzar hoy?

  • Será espagueti.

  • ¿Otra vez?

  • Qué más.

  • No tengo para aliñar nada.

  • Que sea lo que sea.

Asistimos a la reunión convocada por Octavio.

Apreciamos el hecho de que el señor Octavio ha resultado una persona responsable aunque algo débil. En estas lides la debilidad resulta una cualidad formidable. Si él se pone muy rígido y estricto se puede formar una guerra. Habrá que ir con pie de plomo.

Hemos constatado que Octavio contesta todas las llamadas telefónicas, que está entregado con dedicación a atender a todos los que lleva en su lista: visita temprano la estación de gasolina y se informa al detalle. Consulta con los expertos que han podido llevar en el pasado otras listas sin inconvenientes.

Hemos visto el carro de Octavio, un taxi Lada bastante destartalado. Octavio también se desempeña como albañil, y va sobreviviendo de matar tigritos.

Viernes 8 de junio: Pasan la lista, esta vez en la Plaza Bolívar de la Parroquia. Ahí nos volvemos a encontrar a toda la familia de los damnificados de la gasolina: a Tico, a Franco Antonio, Celestino Zambrano, Fidel, Jackson (el hijo de doña Leticia), Prudencia, Sebastián y Hermenilda su señora madre, Juvenal y su señor padre…

  • ¿Ustedes no se han preguntando por qué cada vez que llega la gasolina a esta bomba de La Mata, llega de noche? ¿No les parece raro?

  • En Pie de Llano no se hacen listas. Allí el que llega tiene que morir en la cola.

  • Dicen que la dueña de la bomba lleva un control muy estricto.

  • A rezarle a la Virgen.

  • No hay que acalorarse ni quejarse.

Terminada la reunión en la que nos vieron la cara y nos reconocimos como del grupo, quedamos en volver a vernos a las 4 de la tarde, quizá entonces para emprender la cola al momento en que nos enteráramos que pudieran echar gasolina.

A las 10 de la mañana se desata el rumor de que ha llegado la gandola. Otros lo desmienten.

  • Habrá que esperar.

  • Pendiente.

  • Huele a chicharrón.

  • Son pastelitos.

  • Quién se pudiera comprar uno.

  • Los tiempos han cambiado.

  • El placer sigue siendo el mismo.

A las 12 del mediodía todavía no se sabe si ha llegado la gandola.

Se está formando una enorme fila de carros que parte desde el centro comercial Milenio y corre hacia Madusa.

Es una medusa.

Como nosotros no tenemos aún chance, decidimos concentrarnos a las 4 de la tarde frente al liceo Caracciolo. Esta vez decidimos llevar los dos carros. Por ahí vemos al enano barbado de amplia befa y luenga capa. Le digo a mi esposa que no nos vayamos a poner a pelear con ese pendejo ni ningún otro porque eso es lo que quieren los gringos, que nos matemos unos con otros para que luego ellos vengan con sus marines a "salvarnos".

Nos ponemos a hablar con los miembros de la "familia", Celestino Zambrano y Fidel a la espera de los acontecimientos.

A las 6 de la tarde llega la noticia de que ha llegado la gandola. Que está descargando. Que van a comenzar a repartir doscientos números que serán los primeros en tanquear. Se dice que se repartirán por carro 40 litros otros aseguran que sólo 30.

A las 9 de la noche comienzan a organizarse todos los que tiene en su listado el señor Joaquín.

Mi esposa y yo nos estacionamos frente al liceo Caracciolo Parra, a la espera de que se nos dé la orden para ubicarnos. Aquello es un inmenso movimiento de motores, humo, llamados a gritos de los números que debe ir colocándose en la fila.

A eso de la 11 de la noche nos toca al 533 y al 534 ponernos en fila. Se inicia el lento movimiento a lo largo de la avenida principal de La Parroquia. Un desplazamiento de cinco carros cada quince minutos. Nos recomienda Joaquín, que una vez que termine de echar gasolina el último carro, no nos vayamos a retirar sin que se haga una nueva reenumeración de los que quedan, porque de otra manera se destruirá todo lo logrado y nadie sabrá en que puesto quedó.

En medio de la cola que avanza lentamente, da tiempo para salir del carro y ponerse a esperar que se reinicie el desplazamiento. Va delante de mí el gordo Sebastián pero no su madre doña Hermenilda, quien no ha podido llegar a tiempo. Delante de Sebastián va el señor Tico, luego más adelante Juvenal... Fidel es el número 475.

Vemos cómo Sebastián se planta frente al carro de Jackson y le pide a éste un cigarrito. Son las 2 de la madrugada cuando ya estamos pasando frente a la Plaza Bolívar. A Jackson, su señora madre le trae una vianda: espagueti, pan, huevos escalfados, jugo y café. Comen sentados en la acera.

Estamos en un lugar espectral lleno de carros pero todo en silencio. A lo lejos, al fondo de la última fila de carros que ya están a nivel del liceo Caracciolo, sombras se mueven a la espera de otro movimiento. Nunca habíamos reparado en tantos edificios nuevos con amplios y hermosos apartamentos en el sector.

Nosotros, ya a nivel del Colegio el Rosario, observamos cómo la cola se detiene completamente.

  • Algo debe estar pasando. Tenemos veinte minutos aquí paralizados.

  • Aquí llegan unos ladrones y nos dejan fritos, con los calzones en el piso.

  • La inseguridad es algo que se atrae con malos pensamientos.

  • Tienes razón.

Salgo del carro y me pongo a hablar con Tico y con Sebastián. Sebastián me pregunta:

  • Dígame profesor, ¿este gran problema por el que pasa Venezuela algún día tendrá solución?

Le respondo:

  • Entiéndelo así: El gobierno de Estados Unidos jamás dejará en paz a un país que no sea su aliado y no esté de manera servil sujeto a sus intereses, a sus negocios.

  • ¿Entonces cuál ha sido nuestro error? –pregunta Sebastián.

  • Fue un desafío para Estados Unidos, no un error, el que nosotros hayamos elegido presidente a Hugo Chávez y el haber escogido nuestro propio camino. No nos perdonan ahora mucho menos, el que estemos resistiendo con tanta determinación.

  • Entonces esto no tendrá compón.

  • Mientras ellos nos estén amenazando e imponiéndonos sanciones…

Nos ponemos a comentar un hecho que ocurrió en el Municipio Santos Marquina… De cada bomba de gasolina llega alguna historia, unas inventadas otras dudosas, inciertas. Se comenta el caso reciente de un hombre en una cola acribillado en Los Llanitos de Tabay.

  • Al parecer un comisionado jefe de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) de nombre Juan Bautista Cordero, y los oficiales Luis Gerardo Dávila, Freddy Bladimir Rodríguez, Daniel Antonio Vivas, Junior Valera y Erica del Carmen Peña, mataron a Wildeman Paredes y le produjeron lesiones a su hermano.

  • El hecho ocurrió de noche. Se presentaron en la estación de servicio para abastecer a lo macho combustible, a una motocicleta y a algunos vehículos de civiles que los acompañaban. Esto generó una gran protesta. Para dispersar a las personas, Cordero y los demás oficiales accionaron sus armas y Paredes recibió dos disparos en el pecho y su hermano resultó herido por perdigones.

  • Ya los seis implicados están a la orden del Ministerio Público. Imputaron a Cordero por el delito de homicidio calificado por motivos innobles.

  • De igual forma, los oficiales Rodríguez, Vivas y Valero fueron imputados como cooperadores inmediatos del tipo penal antes mencionado, además de uso indebido de arma orgánica.

  • Por su parte, Peña fue imputada como cooperadora inmediata del delito de homicidio calificado por motivos innobles, y quedaron recluidos en el Destacamento de la PNB en Bailadores, municipio Rivas Dávila del territorio merideño.

Son las 3 de la madrugada. Va subiendo un motorizado y le pregunto qué está pasando allá abajo que la cola no avanza:

  • Ya cerraron la bomba de gasolina- nos dice-: Quedaron detenidos en el número 389.

Vemos a Octavio quien viene con un grupo, reenumerando los carros. En esta nueva reordenación, a mi esposa y a mí nos tocan el 109 y el 110.

Antes de dispersarnos, quedamos en vernos a las 7 de la mañana siguiente en la plaza Bolívar de La Parroquia para determinar la estrategia a aplicar al retomar las colas.

Nos reencontramos con nuestra casa, ahí todo desperdigado, libros abiertos, ventanales cerrados, la cafetera, el pijama, el maíz pilado, el cepillo, los parpadeos de las luces en el cerro Los Maitines, la misma querencia, el empeño, el cojín, el mensaje, el correo, la perra del vecino, los loros, el silencio amplio, el sueño bermejo,…

Nos encontramos el día lunes 7 de la mañana en la Plaza Bolívar, ahí con nuestra nueva familia, el Tico, Franco Antonio, Juvenal y su señor padre, Celestino Zambrano, Lucía, Fidel, Jackson, Prudencia, Sebastián, Hermenilda… nos saludamos como la familia que somos, echamos cuentos o chistes, pero para nada se habla de política, sólo se comenta que al parecer han incendiado una refinería en el oriente del país. Cuando uno habla de estos horrores, que de hecho nos deberían preocupar a los que estamos en esta ordalía por poner combustible, uno nota no obstante, una cierta áurea de felicidad en los rostros opositores. Nunca uno verá a un opositor sentirse mal o criticar un apagón nacional producto de un sabotaje, nunca lo verá usted lamentarse realmente cuando destruyen o queman cavas con comida, cuando bloquean cisternas con gas o gasolina. En el fondo, todos estos horrores que son realmente actos terroristas, para ellos se justifican si se trata de derrocar el gobierno, y así ha sido desde que el pueblo cometió el espantoso pecado de votar a Hugo Chávez.

Se vuelve a pasar la lista.

Algunos plantean que debemos estar con nuestros carros en las colas desde la 10 de la noche, y así lo propone tajantemente Octavio.

Nos retiramos.

Volvemos a nuestras casas, y todo lo que hacemos se centra en la jornada de esta noche. Seguramente tendremos que amanecer.

Nos volvemos a reunir a la 5 de la tarde y se ratifica lo del encuentro para las 10 de la noche.

En casa, mi esposa prepara arepas para la cena y las que llevaremos para el desayuno de mañana en medio de la cola en La Parroquia. Preparamos un termo con café. Nos llevamos linternas, libros, una grabadora, impermeable, chaquetas, jugo de limón con panela.

Serían las 8 de la noche, cuando mi esposa me dice:

  • ¿Qué vamos a hacer aquí? No esperemos más vayámonos de una vez a hacer la cola. A lo mejor, la gente se adelanta y se pone a hacer la cola desde ahora mismo.

Pues bien, partimos en los dos carros.

Cuando llegamos a la parroquia para ubicarnos en el mismo lugar en el que quedamos el viernes, frente al Colegio El Rosario, encontramos aquello desolado. Estaba cayendo una garuíta. Nos sentamos en un escalón frente a la Prefectura.

Nos ponemos a dar vueltas por los alrededores de la plaza, muy solitaria. Aquella estaba en un estado de ingrimitud verdaderamente preocupante. Por todos lados se respira ausencia y desolación y cada vez que se ve a alguien emerger por los boquerones que dan hacia Los Curos, uno se pone en guardia. Hay un restaurante árabe profusamente iluminado. Están dos policías en la puerta del restaurante, como maniquíes, más asustados que otra cosa. Nada más peligroso que unos policías en aquellas cavernas o bocas de lobo.

Como a las 9 de la noche, todavía medio garuando, vemos al dueño de una venta de pastelitos que nos saluda amablemente. Se presenta como miembro de la "familia". Se trata de Arturo, un maracucho que lleva 45 años viviendo en La Parroquia. Dice que me conoce, y que él en la lista tenía el numero 89. Nos ponemos a recordar los tiempos en que La Parroquia era un bello y dulce lugar en el que todo el mundo quería vivir.

Ya nos sentimos un poco más tranquilos.

Al poco rato vemos a los lejos los focos de dos carros que vienen a la altura del liceo Caracciolo: se trata de Juvenal y su padre, quienes se colocarán delante de nosotros.

Por ningún lado vemos al gordo Sebastián.

Luego aparece el señor Tico.

Van llegando unos tipos que nunca habíamos visto en las colas ni en las reuniones. Al parecer se tratan de aquellos señores metidos de primeros por Lucia pero que no se presentaron el día viernes y que debieron haber quedado eliminados de la lista. Un poco antes de las 10 llega el Octavio con su listado. Ya nos encontramos unas treinta personas, y Octavio da la orden de que nos dispersemos y que nos presentemos a las 5 de la madrugada, que para nada vale la pena amanecer cuando ya cada cual tiene asegurado su número.

Nos retiramos.

Llegamos a nuestra casa y nos ponemos a ver un rato televisión aprovechando que hay luz. Colocamos la alarma para 4 de la madrugada.

Nos dormimos casi a las doce de la noche y antes de la 4 ya estábamos en pie de guerra. Recalentamos el café de la noche anterior, lo colocamos en el termo y partimos. Nuevamente fuimos de los primeros en llegar, y al ubicarnos encontramos delante de nosotros un carrito marca Fiat, allí solitario, de color beige. Fueron poco a poco apareciendo los demás miembros de la "familia". A las 5 de la madrugada se presentó Octavio colocando en los parabrisas la nueva numeración. Hubo que reubicar muchos vehículos que estaban fuera de orden, cuestión bastante complicada dada la estrechez de la vía. Nos enteramos que el carrito Fiat es de la mamá de Sebastián, de doña Hermenilda.

Un anciano se colocó arbitrariamente delante de nosotros y no había manera de convencerlo de que debía colocarse diez puestos atrás. Decía tozudamente que cuando comenzara el desplazamiento que lo fuéramos sobrepasando, hasta él llegar a su número. Allí se quedó plantado. Preocupación típica de los que creen que si se mueven quedan fuera del juego.

Otros también llegaron a ocupar puestos que no les correspondían y se negaban redondamente a moverse. Se preveía un caos si no nos imponíamos con carácter. Se lo dije a Octavio que debíamos actuar con rigor, si no aquello se embochincharía terriblemente.

Repartimos nuestro café que le supo a gloria a Octavio y a uno de sus compañeros que remarcaba los vehículos. Luego liquidamos nuestras arepas.

A las 7:30 vemos subir a Octavio con una señora de la gasolinera repartiendo los primeros doscientos números; en la nueva reordenación nos tocaron los números 96 y 97. "-Así pues que con toda seguridad echamos gasolina hoy", dice todo el mundo.

Ya reubicados casi todos los carros, de acuerdo con la experiencia en estos casos, consideramos que teníamos tiempo para ir a pie hasta nuestro apartamento, ir al baño, servirnos un café y volver en unas dos horas. Así pues, que tomamos de nuestros carros nuestras mochilas, y partimos a pie, para cubrir un trecho de unos cuatro kilómetros. En el trayecto nos encontramos con mi hijo Andrés quien tenía el número 230.

A medio camino, nos detuvimos en una frutería para comprar un kilo de cambur, pero al tratar de pasar nuestras tarjetas nos encontramos con que ninguna tenía saldo.

Lástima.

Desde que se desató esta crisis hemos prácticamente dejado de comer frutas. Ya no podemos comprar naranjas, lechosa, melón, aguacates,… frutas que eran infaltables en nuestra mesa, y de manera abundante. Ahora ni limones podemos comprar con lo costoso que se han puesto. Por cierto, los limones que tenemos son del tipo chinoto porque el amigo Ángel Mora nos regaló medio saco. Es el jugo que tomamos: limón chinoto con agua panela.

Cubrimos el trayecto hasta nuestro apartamento a paso forzado, y llegamos empapados de sudor, desprendiéndonos de todo en pocos segundos. Mi esposa corre al baño, yo enciendo la computadora y coloco la greca para hacer café. Revisamos los mensajes. Nos cepillamos, nos lavamos la cara…

Me estaba conectando con mi correo cuando mi esposa me dice alarmada:

  • Mi vida, llegó la gandola, me acaba de mandar un mensaje Zambrano.

Venga a correr. A buscar los pantalones y la camisa, a ponerse las medias, a recoger el morral…

Mi esposa toma su mochila y sale adelante. Yo apago la computadora, me despabilo echándome agua en la cara y salgo en volandas.

Cuando traspaso a toda carrera la garita de nuestro edificio me asomo creyendo que debo estar pocos pasos de mi esposa, pero no le veo ni el celaje. Ella va prácticamente corriendo adelante. Decido apresurar el paso a todo lo que me dé el cuerpo. Voy bufando como un toro, y pensando en lo horrible que podría ser el que los carros hayan comenzado a desplazarse, dejándonos rezagados, e incluso perdiendo la oportunidad hasta de echar gasolina.

Aquello es un trote a toda máquina, y muy a lo lejos voy viendo a mi esposa a quien a ratos pierdo de vista. Casi llegando al centro comercial Milenio veo a mi hijo Andrés quien me grita: "- ¡Papá, qué pasó, te he estado llamando y no contestas, llegó la gandola, ubíquense que ya se prepara el desplazamiento…!".

Nos quedaba todavía un kilómetro por delante.

Siento que me falta el aire.

Vamos viendo la enorme ristra de carros y nos tranquiliza el hecho de que todavía al menos no vemos movimiento.

Finalmente hemos logrado estar al frente del volante. Todo el mundo está alerta al pronto desplazamiento de vehículos, pero no veo por ningún lado al gordo Sebastián y lo comienzo a llamar por teléfono para que se ubique. Los motores están encendidos.

Aparece el gordo Sebastián, ¿pero y su madre doña Hermenilda?

A las 9:30 comienza el movimiento.

El gordo Sebastián tiene que mover dos carros, el suyo y el de su señora madre, y lo va haciendo por partes, adelanta uno, lo detiene y luego va a por el otro. Es un trabajo duro para este muchacho tan obeso. Todo un fenómeno al estilo de Moriarty el protagonista de la novela "En el camino", de Jack Keruac. Cuando ya hemos avanzado medio kilómetro, aparece doña Hermenilda quien se pone al frente de su Fiat. El Fiat va tremendamente averiado echando humo como una cafetera. Cerca de la Cauchera La Mata vemos a Octavio chequeando todavía los carros. Ha sido una odisea. Lo hemos logrado.

Toda esta locura puede volverse realmente pasional, puede crear incluso una extraña adicción. El masoquismo tiene una tendencia enfermiza y aberrante que a los torturados hace amar a sus verdugos, y a los esclavos suspirar por sus cadenas (lo decía Bolívar). Un fenómeno bien extraño. Octavio se detiene frente a la ventana de mi vehículo para despedirse. Le pregunto que qué va a hacer ahora y me dice que él va a seguir en el asunto de organizar otras listas. En realidad le ha dejado la sensación de que durante varios días ha sido un líder y ha sido un héroe. Ha vivido en medio de todo, días de gloria. Hay algo parecido a la nostalgia.

  • No deje de llamarme – me dice Octavio-, justo cuando bajan la soga para que entre mi carro...



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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