Domingo 8 de marzo -2020: decido hacerle una visita al amigo, escritor, politólogo, dirigente social de sesenta y cinco de lucha, el gran Juan Veroes. Van ya, varias semanas sin poder visitarlo. Pienso que llevarle algo, y a la final me decido por un kilo de arroz de los cinco que me dieron ayer en un Clap (de esos cinco también le di un kilo a mi hija Adriana). Son las 3 de la tarde, y meto también en mi morral de campaña, una chaqueta y una botellita con agua (el camino es largo y culebrero).
Veroes fue operado a mediados de diciembre del año pasado. Le extrajeron un cáncer que tenía alojado en la laringe, gracias a una ayuda del gobierno y con el gran apoyo del director del Seguro Social, el doctor Ramón Nieves. Es decir, Veroes quedó sin posibilidad de hablar y sólo de alimentarse mediante una sonda gástrica. Luego de operado, repentinamente, por complicaciones personales, Juan quedó sin un hogar al cual recluirse después del post-operatorio. Pasó 24 y 31 de diciembre postrado en una cama del Seguro Social, siempre muy bien asistido por el doctor Ramón Nieves. Luego surgió un alma caritativa, la Negra Fanny quien se lo llevó a su casa.
Tomo la buseta del Sector F, pago los 3.500 bolívares entre billetes de doscientos y de cien que aún al parecer los están aceptando. Y yo que vengo pensando en lo difícil que es llevar la vida, perdiendo uno el habla, me ubico en un lugar donde un grupo de damas y dos caballeros se están comunicando por señas, son todos mudos. Reconozco entre ellos al señor que vende en la frutería El Enlace, un mudo que cuando yo quiero pedir un coco frío me doy con los nudillos de los dedos en la cabeza, y de inmediato se dirige al refrigerador. Pues bien, me impresiona la manera enfática como en el referido grupo se están expresando mediante señas, seguramente relatando unas historias que deben ser terribles o de terror …
Me quedo en la parada que está frente al Circuito Judicial, y emprendo una caminata hacia Glorias Patrias, buscando la dirección que me ha enviado Veroes. La ciudad está absolutamente desierta, melancólica, apagada. Debo decir que es realmente impresionante esta soledad, esta calma chicha, este silencio de muerte.
Finalmente, encuentro la dirección, y me veo con la esposa de Veroes, la señora Ana, luego aparece la Negra Fanny y finalmente mi amigo quien me da un abrazo del alma. Encuentro a Veroes muy flaco: ha perdido catorce kilos. Pasamos al cuarto donde vive Juan, está allí una cama que es de Fanny, se oye un radio que es de Ana, no hay televisor, hay una mesita y tres sillas. En un rincón tiene lo básico para poder alimentarse: una licuadora, porque todo lo que le pone a su estómago tiene que ser licuado.
Veroes no se queda nunca tranquilo, y se dedica a preparar una comida que debemos compartir con él, y reparte el contenido del envase de la licuadora. Luego chocamos nuestros vasos, mientras él va colocando en una inyectadora lo que debe ir la sonda gástrica. Para él conocer el sabor de lo que se está inyectando previamente lo prueba, pero no debe tragárselo porque se le saldría por la abertura que tiene a nivel de la traquea. Lo que se lleva a la boca debe escupirlo. El procedimiento es lento, no exento de momentos complicados producto de que se produce alguna regurgitación por cualquier movimiento.
Veroes me va escribiendo en una pizarrita algunos problemas que debe resolver, entre ellos mudarse. Que debo ayudarlo buscándole algunos utensilios de cocina, algunas tablas y ladrillo para montar su biblioteca. Que debo hacerlo una mudanza para traerse desde la urbanización Santa María algunos elementos para poder acondicionar otro lugar a donde tendrá que irse a vivir. Debo decir que sus hijos están pendientes de su situación, pero están tan lejos.
Ya comienza a oscurecer y debo irme. Voy andando con una opresión en el corazón. Cómo ayudar, cómo ayudar, cómo hacer n este momento con tanta gente rodeada de tantos problemas… De modo, que esto es un mensaje para todo aquel que le pueda echar una mano a nuestro querido amigo Juan Veroes…