El semiárido larense del que forman parte caseríos innúmeros del noroeste y occidente de la entidad, tal como señala el Profesor Rafael Damián Camacaro Álvarez en su libro "Baragua: rasgos de su cultura popular" (Imprenta Internacional. Maracaibo. 2007), es fuente de diversas tradiciones culturales. Entre las que destaca la música, tanto en el hogar como en el contexto comunitario en festividades cívicas-religiosas. Además, históricamente nuestros campesinos no sólo son ejecutantes, compositores y cantantes sino también constructores de los propios instrumentos musicales, actividad que otros suelen llamar "Luthier", conformando también agrupaciones musicales mediante lo cual reafirman sus tradiciones como pueblo mestizo y, en consecuencia, une legados aborígenes, africanos y españolas.
Es el caso de nuestro compañero de niñez y juventud Dilio Rivero Saavedra (Caserío El Hato de Mamocito, 1958-Barquisimeto, 2020) quien partió tempranamente después de padecer una dolorosa y terrible enfermedad (leucemia) que apresuró su regreso a la Casa del Padre a principios de este año, como nos lo comentara en la Plaza Salvador Allende del Instituto Pedagógico de Barquisimeto, la sobrina Rosana Saavedra. Noticia que, con un nudo en la garganta, nos remontó a nuestra niñez y juventud. Pensamos de inmediato: ¡Qué de corta se nos hace a veces la vida! Hablamos a veces sin saber que nos estamos como despidiendo. ¡Descansa en paz, querido Dilio!
Sobre Dilio podemos decir muchas cosas, como que una vez tuvo una bicicleta, de las pocas que hubo por esos lares y que llamaba "La burra" en lo que dizque era muy "diestro". Iba con nosotros a la escuela y nadie le ganaba jugando El Escondido, Policías y Ladrones, entre otros; era muy rápido y corría mucho (por cierto, entonces todos usábamos alpargatas con suela de caucho); era cuando él cursaba seguramente 4to. Grado en la Escuela Estatal Rural N° 425, NER 514, allá en nuestro caserío El Hato de Baragua, (también llamado de Mamoncito); en Semana Santa, aparte de comer mucha mazamorra o manjar de maíz, uno también jugaba Metras y Trompo en los patios de tierra de las casas y en eso el primo Dilio destacaba. En verdad era un campeón. Ya en el campo laboral con él compartimos varios meses también como jornaleros en Churuguara, estado Falcón, en una hacienda de los Montenegro, probablemente, hacia 1975-76, donde solíamos discutir a veces hasta acaloradamente, ya no recordamos por qué; tal vez por "juegos pesados", como entonces se decía.
Ahora, pasado el tiempo, valorando el periplo de su vida en un contexto más amplio, podemos decir que él fue sobre todo un honesto campesino tradicional, unido a su tierra. Un músico popular de oído y lutier, todo muy a su mandar; también y sin desmerecer de su ciudadanía sino como parte de su idiosincrasia alegre, que siempre celebraba la vida, en épocas festivas disfrutaba de las bebidas espirituosas. Como se dice por allá recordando viejas rancheras mexicanas, fue "parrandero, jugador y muy enamorado".
Suele suceder que en nuestros campos venezolanos una parte importante de la socialización demandaba ser entendido en cuanto juego de cartas se conocía e inclusive muchos lo consideraban como parte de la hombría, por lo que se "debía" jugar cartas, ajiley, truco, dado y dominó, por lo menos; aficiones que desarrolladas moderadamente, en Dilio Rivero, nunca lo distraían de sus deberes (casó muy joven y levantó junto a su esposa, Elda, numerosa descendencia, siendo en todo un padre y abuelo responsable).
Fue también y a su modo artesano constructor de violines y ejecutante del mismo con lo que tuviera a su alcance (aunque tuvo un violín de fábrica, profesional; ya que su padre, el señor Pablo, fue también músico popular, quien rasgaba muy bien la "Guitarra grande", cantaba y divertía el corro familiar y círculo de amigos con chistes contados con gracia, con situaciones hilarantes); de joven Dilio fue además buen jugador de béisbol aficionado (campeonatos con el equipos "Los indios" frente equipos del pueblo de Baragua, o encuentros ocasionales con equipos Suruy y el Reloj, poblaciones próximas del vecino estado Falcón); eran juegos de pelotas muy típicos entonces o caimaneras de fin de semana, por ahí en la segunda mitad de la década de 1970; era lanzador derecho.
Por cierto, su brazo zurdo sufrió una luxación de niño y era "manco"; pero como si nada, eso poco importaba; sobre todo lo recordamos como un tipo alegre y algo temperamental, pero buen amigo y hasta sentimental; consumía chimó y, por supuesto, escupía por el colmillo. A quien después por razones laborales y estudios formales para adultos, en lo personal, le perdimos el rastro, como se dice; trabajó últimamente en un aprisco del Mamoncito de su compadre Orlando, un coetáneo de generación y cursos escolares, siendo ambos unos terremotos, la verdad, con esas bromas de los niños y jóvenes campesinos de la sexta y séptima década del siglo XX.
Dilio había regresado del estado Zulia donde según trabajó mucho tiempo como dependiente de un bar de ambiente familiar de un tío suyo y había decidido reestablecerse otra vez en su querencia de El Hato. Allí por última vez en 2014 estuvimos hablando por última vez, como dos abuelos ficticios o reales en su propia casa y quedamos en seguir recordando cosas, porque "Primo, por aquí ha pasado el tiempo y ya las cosas no son coma antes". Coincidimos en que una tarea impuesta por las circunstancias venía a ser rescatar tradiciones como los Nacimientos del niño Jesús, la canturía de salves y rosarios; pues, las nuevas juventudes no conocen esas riquezas culturales. Luego en ese diciembre de 2014 fuimos con la demás familia, Elda, Aura "La Negra", Carlita y Tista, Francisca, hijos y nietos al hogar vecino de Pablito Saavedra a recibir la Navidad con actividades muy propias de la época.
En fin, el primo Dilio, aunque tal vez se opusiera a esta denominación, pero nos parece que fue un claro representante de la cultura popular, muy propia de su tiempo y el área geográfica donde habitó, fundamentalmente; donde resulta muy natural que la cotidianidad esté envuelta de vivencias tradicionales, contando con la música como su principal expresión y la construcción artesanal de sus instrumentos ha sido cosa común; por lo que se puede decir, parafraseando al historiador francés Marc Bloch, que la vida individual siempre va a estar vinculada al contexto social y geográfico donde se viva, por lo que uno termina pareciéndose más a su tiempo que a los padres.
Por eso, en efecto, Camacaro-Álvarez (2007) al hablar de la motivación y contenido de su obra destaca que:
"La música es y ha sido siempre un lenguaje universal y una forma muy expresiva de la comunicación y el sentimiento de los pueblos. Música es melodía, ritmo y armonía, combinados. Una locución latina expresa: ‘La voz del pueblo es la voz de Dios’. música y religión siempre presente en las tradiciones y la idiosincrasia de los pueblos, y Baragua es ejemplo de expresión pura de esa cultura popular. En resumen: Un definido y selecto conjunto de tan sentidas manifestaciones, identificando en lo posible a los principales protagonistas que las hicieron y han seguido siendo tangibles" (p. 19).
Junto a las actividades agropecuarias, principalmente el pastoreo de ganado caprino, la siembra en los conucos de las axilas más húmedas de las laderas de esa sierra, riego en las vegas de las quebradas, diversas labores de las artesanías de la madera, tierra de losa o arcilla, hornear y destilado del agave cocuy, pequeños comercios; nuestra gente también se dedica a la música como una expresión sublime del espíritu que cala hondo en los valores de identidad y pertenencia a esa tierra yerma, también vinculada a experiencias religiosas y actividades culturales propias del calendario litúrgico católico. Como vuelve a decir el autor citado anteriormente:
"En el caso específico de los caseríos de la Parroquia Xaguas, la agenda cristiana sigue, más o menos, el mismo patrón, consistente en una misa que oficia el cura del pueblo y un novenario de rosarios cantados (por "rosaristas") en la correspondiente capilla. No faltan, en ningún caso, las actividades complementarias, culturales y deportivas (carreras de sacos, bolas criollas, dominó, etc.,) y los bailes en los clubes, animados por las agrupaciones musicales del pueblo o de los mismos caseríos. A manera de ejemplificación y siguiendo la secuencia enero-diciembre, se consigna un cuadro con una sinopsis al respecto de 8 de los 67 caseríos (descritos en la contraportada del libro) que conforman la geografía de la Parroquia Xaguas: El Hato de Mamoncito, 15 de enero, Fiesta del Niño Jesús; Sicuá, 19 de marzo: Fiesta de san José; El Zumbador, 15 de mayo: san Isidro; La Mamita, mayo-junio (movible): Santísima Trinidad; Ojo de Agua: 13 de junio: san Antonio de Padua; Arenales: 24 de junio: Nuestra Señora del Perpetuo Socorro; El Paso, 4 de agosto: santo Domingo de Guzmán; El Hatico, 13 de diciembre: Santa Lucía" (ob. Cit., p. 30).
Por lo que respecta a El Hato de Mamoncito, la fiesta del Niño Jesús cada 14 de enero representa un momento importante que comprende además la Víspera el 13 y los otros días como son el 15 y 16, recordamos que a finales de 1960 y principios de 1970 participaban músicos populares del lugar con sus violines, cuatros, maracas, guitarrones; pero posteriormente esa tradición se fue perdiendo, difuminada con aires de modernidad con los grupos de música tropical o bailable. O sea, se impuso la costumbre de llevar otros músicos populares contratados, la verdad muy buenos, profesionales. Entre ellos, nada más y nada menos, una vez estuvo don Pastor Jiménez y don Marcial Perozo, dos virtuosos de la música serrana de violín; quienes hicieron su ofrenda frente a la Capilla del pueblo y después animaron un rumboso baile en el negocio de Lola Delgado (Q.P.D), diagonal a la actual placita de Bolívar y la escuela del lugar. Sin embargo, como no sea marginalmente en alguna casa particular los músicos autóctonos no se han vuelto a convocar, ya no hay los famosos "Conjuntos" de violín locales; sin embargo, es cuestión de investigar mejor las razones de tal dejación.
Convendría comentar finalmente que hace poco una participante del Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña, de la UPEL-IPB, natural de Baragua ella, Profesora Barrios, quiso aproximarse a ese complejo cultural del semiárido larense bajo la línea de investigación "Historia, Cultura y Sociedad" que coordina el historiador Dr. Reinaldo Rojas. Sin embargo, nos enteramos que abandonó ese esfuerzo a pesar del nivel de avance que había tenido. En lo que sí estamos seguros es de la existencia de muchas referencias y testimonios de la vivencia del hecho cultural en semejante marco geográfico, como el compañero que aquí quisimos de alguna manera homenajear más allá de la proximidad afectiva.
A él se podría agregar otros cultores de la música popular como Perucho Giménez en La Culebra y cantores de salves y rosarios, ya fallecidos, por ejemplo, Jesús María Saavedra, Pedro Ladino, Roso Saavedra, entre varios, que ahora olvidamos; cuyas actividades cívicas-religiosas aún son gratamente recordadas; de hecho, que por ahí hacia 1969 o 1970, ahora nos viene a la memoria una celebración nocturna de un rosario cantado en la casa de Félix Saavedra, ubicada en la vega de la Quebrada de El Ralo, bajando desde el estanque por el Camino Real, donde también participó, con gran sorpresa para nosotros, tocando el cuatro y cantando, el primo-hermano Marcos Saavedra-Flores (Q.P.D), entonces muy joven él, pues, había nacido en 1943, quien junto a otros jóvenes de entonces consumían "clarito" para aclararse la garganta. Salud …