El nacimiento o fundación del Psuv ha sido comparado con un parto que debía concluir exitosamente tras un período adecuado de gestación. Lamentablemente, lo que estamos presenciando, al menos en Nueva Esparta, es un conato de aborto, o, peor aún, el nacimiento de un ser que en vez de mostrarse sano y rozagante ostenta taras al estilo de los bebés afectados por la talidomida.
Los neoespartanos aceptamos con verdadero agrado la designación de Rafael Ramírez como partero encargado de recibir a la criatura que nacería como producto de las elecciones regionales. Por desgracia, el ministro y presidente de Pdvsa tiene prioridades más urgentes que le impidieron estar presente a tiempo completo en el alumbramiento insular, donde las trácalas electorales fueron la nota resaltante.
El verdadero resultado de la votación regional no se vio reflejado en los cómputos dados a conocer por algunos personajes que pretenden repicar y andar en la procesión. Nos queda un regusto amargo a consecuencia de dicha circunstancia. En la base del partido, existe la impresión de que a la mayoría de quienes aparecen como beneficiarios de la jornada electoral interna les falta sabor a pueblo.
Resulta triste afirmarlo, pero todos los indicios hacen ver que los casos de "acta mata voto" se produjeron con frecuencia inusitada y bastaría una investigación somera, la comparación de las cifras consignadas por Internet a Caracas con las que se publicitaron regionalmente, para constatar las irregularidades.
A pesar de todo y por fortuna, tuvieron el buen tino de defenestrar al alcalde de Porlamar, a quien, ante la consternación regional, habían aceptado como un conchupante infiltrado en los batallones del Psuv. Sin embargo, no sería por completo errado decir que mataron al perro, pero nos quedó la rabia. O sea, que sus secuaces siguen controlando sectores importantes de la militancia.
El directorio regional ha sido clasificado como una Confederación Unida de Alcaldes Conchupantes (Cuac), donde cada quien copó los batallones con nóminas municipales, contratistas y demás asalariados.
Se demostró que, en Margarita, cada quien jala la braza para su sardina.
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