Jacinto Convit vence las enfermedades y el tiempo con trabajo y más trabajo, paciencia y más paciencia. Es un orfebre de la vida que teje con finas hebras de amor la esperanza de quienes sufren penosos males como la lepra y el cáncer. Probablemente casi un siglo de sabiduría le habrá hecho comprender que en este mundo capitalista, solo desapercibido podría llevar a cabo tan extraordinaria labor que precisamente cura uno de tantos efectos nefastos de ese mundo.
Ya otros camaradas han expresado con certeza, sobre las desestimaciones a sus trabajos con las cuales la industria farmacéutica pretende ocultar lo que tal vez sea el mayor aporte a la salud en los últimos cien años. A ese silencio mediático, cómplice, lo ha ignorado y trascendido con la tenacidad que los mediocres atribuyen a los locos. Piaras de inmorales que de acuerdo a José Ingenieros, solo saben prestar servicio para roer glorias que nunca serán suyas.
Confío que en estos tiempos de revolución, sus avances alejen definitivamente la indiferencia del vil egoísmo. Su trabajo debe ser protegido de la asechanza capitalista, que seguramente al ver que no logra ocultar su fulgor con una garra, quiera mediante vericuetos obtener ganancia de su panacea.
He allí la razón y la sin razón de todos aquellos que no divulgan estos hechos maravillosos que nos hacen pensar que sí somos imagen y semejanza de Dios, que el ser humano es capaz de obrar milagros para trastocar la muerte. Es Jacinto Convit un venezolano universal, que lleva luz a las familias que atraviesan las tinieblas dolorosas de estas enfermedades.
Cómo quisiera que algún día, más temprano que tarde, alguien pudiera sintetizar una vacuna que cure el alma de tantos apátridas, de tantos roedores de glorias y darles la mayor suma de felicidad posible. Sueño que tal vez muchos consideren irrealizable, como los que acarició Jacinto siendo un neófito investigador. No es casualidad que los desquiciados que amenazan al planeta con una conflagración nuclear llamen locos a quienes buscan un presente y un futuro de vida. El “Peligroso Loco del Sur”, como ellos llamaban a nuestro Libertador, sobrepasó su propio tiempo y su legado vive en los fundamentos de la revolución.
Por ahora, sin antídotos para su infelicidad, apelan presurosos a las herramientas de la muerte para configurar un camino del que se asumen adalides, cuando no son más que recuas del imperio.
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