La galénica era la práctica
Cuando estudiamos los inicios de la profesión del farmacéutico en Venezuela, como tal, este era un persona que fabricaba el medicamento en su totalidad, obtenía el o los principios activos así como los excipientes, le daba una forma farmacéutica a la preparación para que pueda ser administrada y por último la envasaba y la dispensaba. Todo el trabajo de producción, elaboración y dispensación recaía en una sola persona.
Es el tiempo de finales del siglo XIX, cuando la Farmacia se convirtió en ciencia, paralelamente la Revolución Capitalista comienza a concentrar las personas en las urbes, se formaliza el ejercicio de la profesión en la botica y nace como carrera universitaria.
La Universidad, de la época, como institución del Estado capitalista primitivo tenía como misión formar el antiguo farmacéuta (boticario) y graduarlo de farmacéutico con un perfil “galénico” para desempeñarse como dirigente del establecimiento cuya importancia social era proveer los medicamentos necesarios para rehabilitar los trabajadores enfermos y poder reinsertarlos en sus unidades laborales.
En Venezuela los estudios universitarios de Farmacia se inicia con la creación de la Facultad en 1894, durante el segundo mandato del Presidente de la República Joaquín Crespo, discípulo de Antonio Guzmán Blanco el Ilustre Americano, cuando el país atravesaba una etapa de múltiples problemas económicos por la baja de los precios del café, similar situación a la que estamos viviendo hoy día con la caída de los precios del petróleo, y un conflicto territorial por la Guayana británica.
En cuanto a las materias se enseñaba una física general que incluía calor y electricidad; tres químicas: inorgánica, orgánica y una aplicada al análisis farmacéutico; una farmacología; una toxicología y tres fundamentales materias más: mineralogía, botánica y zoología, estas últimas son las relacionadas con el estudio de los minerales, plantas y animales. Las preparaciones galénicas caracterizaban la práctica farmacéutica.
Mineralogía, su estudio era fundamental, ya que buena parte del arsenal terapéutico eran sustancias inorgánicas provenientes de los minerales, había que ir por el principio activo en su yacimiento, dependencia cero. Desde el arsénico, pasando por el cloruro de sodio, el yodo o la famosa leche magnesia son algunos de los ejemplos que podemos citar de los cientos de compuestos medicamentosos que formaban parte de la herencia médica europea (greco-árabe) y que hoy día se resisten a ser descontinuados por el mercado.
Botánica, el estudio de la plantas, pues la materia vegetal era la fuente original de todos los principios activos orgánicos, arsenal enriquecido con el conocimiento ancestral de la población aborigen americana, que ahora está siendo sustituido por derivados sintéticos luego de la aparición de la industria química y petroquímica.
Zoología, el estudio de los animales era necesario para poder entender la tercera fuente de donde emanan los medicamentos, desde el legendario aceite de bacalao, pasando por el anticoagulante heparina o las enzimas digestivas pancreáticas hasta la invencible insulina. Casi todo hoy monopolizados por la ingeniería genética.
La importancia de esta publicación, para la soberanía farmacéutica, puede detectarse leyendo el Prólogo de la misma, escrito por su autor el Dr. Rísquez, del cual queremos transcribir el primer párrafo por la fuerza rotunda de sus palabras:
“La existencia de un Código Farmacéutico es una necesidad para todo país civilizado. La diversidad de climas, de costumbres, de producciones, de recursos, hace indispensable modificar para cada localidad las fórmulas, las dosis, los modos de preparación de los medicamentos; y desde que cada Médico, ó cada Farmacéutico introduzca esas indispensables modificaciones conforme al sentir individual, desaparece la uniformidad necesaria para la aplicación concienzuda de las drogas y de sus compuestos.”
Un instrumento legal que nos deslastró del Códex francés, cargado de soberanía como se aprecia en el siguiente segmento del texto de su prólogo:
“Y luego, sin contar con esa aspiración legítima, desde la nación hasta el individuo, á la autonomía científica, á la independencia legislativa, fuera de toda tutela extraña, al deseo de figurar siempre con personalidad propia, no teníamos siquiera el recurso de acoger una Farmacopea americana, pues la de los Estados Unidos, á imitación de la Británica, no emplea las medidas métricas adoptadas en Venezuela; la de Chile, única que sabemos haya aparecido en la América latina, no satisface todas las exigencias de nuestra práctica médico farmacéutica, y ni la una ni la otra se avienen con nuestros usos y necesidades.”
No cabe duda que la Farmacopea Venezolana fue una herramienta para construir Patria. Sin negar el saber científico y tecnológico heredado de Europa, fomentó un conocimiento y una tecnología propia y pertinente, atendiendo a una concepción nacionalista y americana en la búsqueda del desarrollo endógeno y soberano.
En el transcurso de la primera parte del siglo XX, el ejercicio de la Farmacia, al igual que su estudio, fue adaptándose a los cambios científicos y tecnológicos en la medida que maduraba la República, siempre apegado al mismo modelo económico social de un país que vive del extractivismo y la renta petrolera.
Las modificaciones de los pesum de estudio se realizaban cada vez que se renovaba un gobierno, debido que eran impulsados por reformas legislativas, todo esto sin producir un cambio significativo en el perfil del profesional egresado.
El tecnólogo y la tecnóloga, especializados
El perfil del farmacéutico tecnólogo se comienza a configurar alrededor de 1941, quedando bien definido en 1964, fecha en que se consolida el modelo económico desarrollista industrial.
Culminada la segunda guerra mundial, los Estados Unidos de América, uno de los fortalecidos vencedores, intensifica la doctrina Monroe sobre Latinoamerica y expande su industria de manufactura fuera de su territorio.
Se acelera la instalación de industrias farmacéuticas de capital extranjero bajo un modelo económico dependiente, caracterizado por el ensamblaje y terminación de productos. Comenzamos a acoplar las materias primas, insumos, material de empaques en maquinarias y tecnologías, todo proveniente del exterior y demandante de divisas igualmente extranjeras.
Para 1964 ya el modelo se encontraba claramente definido y hasta habían creado un Organismo internacional dependiente de Naciones Unidas para implementarlo desde todas las aristas, la CEPAL (Comisión Económica para América Latina).
En este panorama el viejo farmacéutico galénico no era de utilidad, el sofisticado capitalismo requería de un profesional con perfil de tecnólogo y además especializado e incorporan a las mujeres como mano de obra profesional.
El inicio del proceso de industrialización en Venezuela se correlaciona con en número de especialistas venezolanos formados en el exterior, como podemos evidenciar en el gráfico estadístico publicado por Humberto Ruiz Calderón en su libro “Tras el fuego de Prometeo”:
La máxima aspiración de la egresada o egresado de entonces era trabajar para un laboratorio multinacional. El ejercicio se limitaba al ensamblaje de medicamentos, el profesional no tenia que preocuparse por formular una presentación ni del origen del fármaco ni siquiera de los excipientes, todo estaba allí para ser ensamblado bajo un manual.
Los estudios de Farmacia, guardaban coherencia con el modelo económico, así puede analizarse a través del pensum; Irrumpe la Tecnología Farmacéutica atropellando la Galénica, nacen las menciones o especializaciones acordes a la división social del trabajo. Como ya no era necesario conocer el origen, la Botánica es sustituida por la Farmacognosia, la Mineralogía por la Química de Medicamentos Inorgánicos y la Zoología se degradó hasta transformarse en Parasitología.
La Química se fragmentó hasta no poder y la Biología corrió una suerte similar, perdimos por ley toda potestad sobre los medicamentos para uso animal (veterinarios) y de los medicamentos para las plantas solo nos quedó el área toxicológica; la interacción del agroquímico con el cuerpo humano.
El modelo desarrollista nacido en la postguerra que acompaño el periodo de la llamada guerra fría, para nuestro país, se agotó con la caída del bloque soviético.
Sanitarista facilitador del consumo
El hito de 1989, la caída del muro de Berlín y el Caracazo, marcaron una inflexión en nuestra sociedad. Comenzó la implementación de neoliberalismo, un nuevo modelo económico caracterizado por el libre comercio, impuesto por los que se declaraban vencedores del “fin de la historia”.
Un área de libre comercio es creada entre los cinco países andinos en 1994 y en 1995 nuestro país ingresa a la Organización Mundial del Comercio, ambas acciones tuvieron profundas influencias en nuestro destino económico e industrial.
Las nuevas tecnologías permitían instalar una sola fábrica de medicamentos en un país para satisfacer la demanda de todos los países de la región. Así lo hicieron la inmensa mayoría de empresas transnacionales que poseían plantas en Venezuela, desmantelaron sus infraestructuras e instalaron modernas plantas en Colombia que permitían producir y vender al resto de los países de la Comunidad Andina sin el pago de aranceles de aduana.
La decisión de industrializar a Colombia estaba determinada por la ejecución del Plan Colombia que permitió la instalación de bases militares norteamericanas en ese territorio y la complacencia de la oligarquía gobernante en cuanto a las concesiones a favor de las transnacionales en la legislación laboral.
Ya prácticamente no había empleo para los farmacéuticos tecnólogos en Venezuela, el nuevo modelo restringía a los profesionales al último eslabón de la cadena, el consumo.
Los responsables académicos, influenciados por las organizaciones internacionales del Nuevo Orden Mundial, hablaban de la necesidad de adaptar el perfil profesional de los egresados a la realidad del mercado laboral y no a las necesidades o conveniencia de la sociedad.
En ese periodo comienza un viraje en el modelo de comercialización al detal de los medicamentos, cobran fuerza las cadenas de farmacias y se reforma la legislación para que los medicamentos puedan venderse fuera de las farmacias, en consecuencia el negocio familiar de la farmacia independiente entra en bancarrota.
El proceso de reforma, facilitado por la Organización Panamericana de la Salud, al igual que el camino al infierno, estuvo plagado de buenas intensiones: desarrollar la Farmacia Comunitaria y la atención farmacéutica, el impulso de la Farmacia Hospitalaria con el incremento de la presencia de los farmacéuticos en hospitales y clínicas, el fortalecimiento de los sistemas de suministro público de medicamentos y por último el flamante desarrollo del mercadeo farmacéutico.
En ese sentido se vuelve a reformar el pensum de estudio de la carrera de Farmacia, el nuevo perfil sanitarista-dispensador sustituye al tecnólogo-especialista. Las nuevas materias que dotan al profesional de un mejor desempeño en la oficina de farmacia como dispensador y facilitador del consumo son erigidas a expensas de las tecnológicas.
Solo a quince años, el nuevo perfil ya muestra signos de agotamiento, se incrementa la deserción en los puestos de trabajo de las cadenas farmacéuticas y las clínicas por inconformidad laboral y se asoma una ola de robotización del sector servicio que alcanza a las farmacias y clínicas en las funciones de dispensación de medicamentos con el objeto de prescindir de mano de obra, proceso ya transitado por el sector bancario con la instalación de cajeros automáticos.
Revolución bolivariana
La crisis que está atravesando nuestro país en cuanto a la disponibilidad y acceso a los medicamentos pone en peligro la continuidad del gobierno bolivariano y por ende el proceso independentista continuado por Hugo Chávez. La crisis del medicamento caracterizada por abismales problemas estructurales es consecuencia a la ausencia de transformaciones radicales que van desde la formación universitaria, pasando por la adopción de tecnologías apropiadas y reformas legislativas y regulatorias pertinentes que apunten a procesos de producción no dependientes y al uso concienzudo de los medicamentos.
Referencias.
1. Revista de la Facultad de Farmacia, N°xx, año xxxx, pág 418
2. Francisco Antonio Rísquez, Farmacopea venezolana aprobada por el Consejo de médicos de la república y declarada por el ejecutivo nacional, Código farmacéutico de Venezuela, Editor Tipografía Americana al Vapor, 1898. 466 páginas
3. Historia de la Farmacia en Venezuela, Nestor Oropeza
4. Según discurso del Dr. Víctor Manuel Ovalles, publicado en la Revista de la Facultad de Farmacia. UCV.
5. Humberto Ruiz Calderón. Tras el fuego de Prometeo: becas en el exterior y modernización en Venezuela (1900-1996). Universidad Los Andes, Jan 1, 1997 – 283 pág.