El Whatsapp y la amistad

El teléfono propició y también salvó la muerte en muchas guerras, tanto como ejerció de vínculo en el amor y el desamparo, el comercio y las miserias, la empresa y las vejaciones, los vaivenes y los sueños. Este medio de comunicación y su canal para el mensaje, bebió y comió de la tecnología más avanzada del siglo veinte, hasta hacerse herramienta masiva, efectiva, indispensable y rentable. Como dispositivo superó la televisión y la radio. Como consorte se adentró en la intimidad más recatada y pervive ahí, en su hoguera tibia, en su seno y corazón, como el pulso mismo que alienta cada segundo de la vida. Nadie vive, sobrevive o supervive sin teléfono en el mundo moderno de hoy.

Otros ingredientes aventajan su arrullo particular. La imagen y el sonido le son propios, tanto como si se tratara del cine. Fotos y videos se hacen palomas mensajeras, en tiempo real, con más certeza que el correo postal de otrora y el antiquísimo telégrafo y los telegramas. Hasta funge de rocola portátil, aunque con pocos boleros y muchos reaguetones. También la noticia y el ocio sucumben ante su poderío inestimable. Dentro de la aldea global representa el niño mimado de la humanidad, por encima del auto, la bicicleta, los peluches y las golosinas.Todo va y todo viene de un teléfono a otro, de una mente cibernética a otra, de una pasión a otra, a la velocidad de la luz. La aldea global es ahora un patio común, un balcón para mirarnos y extrañarnos, una habitación para tenderse patas arriba a gozarse cuanto nos dé la gana.

La voz y el chisme también navegan a través del teléfono. "Voy manejando, por favor llámame". "Esta noche quiero pasarla contigo, te espero". "Mami, cuánto te extraño". Desde el llanto de niño hasta un ardid amoroso, un cacho, un cuerno, un asesinato, un pranato, un sicariato o un arrullo todo se trasvierte por este medio en instantes.

El Facebook, el Twitter y el Instagram gozan de buena salud dentro del mundo android de los teléfonos llamados celulares. Sus células mueven el cuerpo comunicacional individual y corporativo. Mueven al que se mueve. Pero es WhatsApp la corona de la joya. Ahí se dio en el clavo para que el ocio humano, especialmente el ocio venezolano, se deleite y se explaye. Mis amigos lo saben muy bien y lo explotan. Ellos me explotan también.

Casi no puedo escribir, pensar, leer, hacer mis obras, conducir mi vehículo, sostener una conversación fraterna con una amigo, apreciar una pintura, oír a un amigo músico que me toca un instrumento (cuatro, arpa, bandolina), ver una película en casa, bañarme en la playa, andar de paseo tranquilo, limpiar las matas del conuco doméstico, reparar la bomba de agua, lavar el carro, responder una llamada con serenidad, pagar las facturas de los servicios públicos, hacer las colas de rigor en los bancos, comunicarme con un amigo enfermo o en soledad para saber de su salud, compartir con mis hijos como Dios manda y atender a mi pareja con los mimos del alma, tan cursis pero indispensables; porque el bendito WhatsApp me atormenta, me socaba, me sustrae, me enajena, me limita, me molesta.

O bien un compadre querido o un colega, un poeta o un vecino, un chavista rodilla en tierra o un opositor amargado, un vendedor de peroles agobiado por la crisis o un bebedor sin plata, en fin, quien sea, apunta a mi teléfono y dispara sus porquerías, desde fotos de culos pelados hasta sexo explícito, chistes refritados, cadenas de oraciones, partes de guerra, productos bachaqueados, colas para pelotearse algún producto de la escases en abastos, bodegas y supermercados; mensajes moralizantes, chismes del día, curiosidades intrascendentes, puerilidades y demás perlitas. Es la invasión extraterrestre en pleno. Adiós intimidad, sufrida calma de mi vida. Adiós raciocinio, bienvenida la locura desmedida. ¡Bendito seas WhatsApp hijo de p…!

Escasamente recibo un comentario o algo de carácter interpersonal que me anime al respeto, a la valoración y a la alimentación recíproca del espíritu de parte de quienes me guasarapean sin medir los horarios, pues igual envían sus vainas al mediodía como a la media noche; en las horas de trabajo como en las horas de sueño. Durante las 24 horas se mantiene ese deleznable sistema de invasión a la privacidad y al sosiego. ¿Cómo puede alguien tener vida propia, útil, sana y productiva, ante semejante despropósito? ¿Cómo pudo alguien inventarse semejante "maravilla" para el ocio, el desenfreno y la psique? Ni pensar por el momento, que otra aplicación más avanzada lo supere. Ni pensar que los mil ochocientos millones de personas que usan el WhatsApp se queden para siempre sin su magia loca; y que como por arte de magia recobremos un día la santa paz, antes del sepulcro, por supuesto, para volver a la cordura y la verdadera fraternidad. La vida en paz.



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José Pérez

Profesor Universitario. Investigador, poeta y narrador. Licenciado en Letras. Doctor en Filología Hispánica. Columnista de opinión y articulista de prensa desde 1983. Autor de los libros Cosmovisión del somari, Pájaro de mar por tiera, Como ojo de pez, En canto de Guanipa, Páginas de abordo, Fombona rugido de tigre, entre otros. Galardonado en 14 certámenes literarios.

 elpoetajotape@gmail.com

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