Los Estados Unidos tienen una política internacional clara y coherente. Su objetivo es la expansión de los mercados para garantizar el crecimiento “ilimitado” de las corporaciones estadounidenses, mal llamadas transnacionales. Esas corporaciones lo único que tiene de trasnacionales es que actúan más allá de las fronteras de los Estados Unidos, de allí derivan su transnacionalidad. Estas corporaciones tienen una nacionalidad bien conocida. El cumplimiento de ese objetivo se debe lograr por cualquier medio. El medio más efectivo hasta ahora ha sido el uso del poder militar. Su efectividad radica en un doble aspecto, por un lado destruyen una buena parte del país “hereje” y por la otra garantizan el control de lo que queda, incluida la población. La destrucción y el control del país le garantiza a las corporaciones mercados a todos sus productos, obliga a éste a endeudarse y le hace depender en extremo de la corporaciones, incluidas las corporaciones que ofrecen servicios de mercenarios eufemísticamente llamados “contratistas”.
Durante los años de la Guerra Fría los países herejes eran aquellos que declaraban tener sistemas políticos comunistas o socialistas. Una vez disuelta la Unión Soviética, derrumbado el Muro de Berlín, transformadas en “democracias” la mayoría de los países de Europa del Este, una gran cantidad de países abandonaron la lista de “herejes”. La conversión de estos países al capitalismo facilitó por unos años la expansión del dominio de las corporaciones a nuevos mercados. La alegría duró poco y el capitalismo se encontró de nuevo limitado. Se hizo necesario crear un nuevo tipo de “herejía”. Si antes el comunismo era una herejía, ahora sería terrorismo. ¿Cómo se define el terrorismo? Eso es irrelevante. Los Estados Unidos crearon su propia lista de países y grupos terroristas. ¿Cuál es el criterio? Usted ya sabe la respuesta. Siguiendo la lógica anterior, los terroristas se encuentran en aquellas zonas geográficas fuera del control económico y político directo de los Estados Unidos. Los países y organizaciones terroristas tienen que ser destruidas para garantizar la entrada libre de las corporaciones estadounidenses a sus territorios.
Algunos analistas políticos han señalado que los Estados Unidos tiene un doble discurso, o una política incoherente, en materia de catalogación de países y organizaciones como terroristas. Por ejemplo, las FARC en Colombia son catalogadas como terroristas mientras que los militantes del movimiento separatista chechenio, en Rusia, son catalogados como rebeldes. Recientemente las autoridades de los Estados Unidos le dieron asilo a dos promitentes líderes guerrilleros chechenios, catalogados por el Gobierno de Putin como terroristas. Pocos meses después fue deportado un líder guerrillero colombiano a los Estados Unidos bajo cargos de terrorismo. ¿Es este comportamiento una muestra de doble estándar? Siguiendo la lógica desarrollada anteriormente, la respuesta es no. Este comportamiento ante chechenios y colombianos en coherente y necesario para la expansión del capitalismo.
La derrota militar de los movimientos de liberación izquierdistas en América Latina llevaría a una mayor derechización de los actuales gobiernos de centro izquierda en este continente, incrementando así el control actual que las grandes corporaciones tienen de nuestras economías. Por otro lado, es claro el interés de los Estados Unidos de cercar a Rusia como parte de su estrategia de crecimiento económico y de expansión política. La reciente intromisión en los asuntos políticos internos de Ucrania lo revelan. Otra división del territorio ruso ayudaría a su debilitación política y económica, de allí la importancia de apoyar a los rebeldes chechenios. Entonces, denominar a las FARC como organización terrorista y los guerrilleros chechenios como rebeldes es coherente con la política expansionista estadounidense.