Pobre el hombre, que no pudiendo resolver conflictos de su espacio, nación o grupo, añora de fuera vengan a cambiar el orden, producir eso que se ha llamado un desfase.
Durante la II Guerra, sobre la invasión ya existente, abusos de huestes del Fuhrer, condujeron a otra que igualmente atropelló a “pueblos salvados”. Pero no se limitaron a espacios donde aliados desplazaron alemanes, sino que guerreros triunfadores, en aras de la salvación, se repartieron el mundo y aseguraron “áreas de influencias” y el derecho a mangonear en ellas.
Desde que el mundo es mundo, la época de formación de los grandes imperios e invasiones, el invasor no tiene como fin resolver problemas de los invadidos. Lo hace por apoderarse de riquezas, imponer designios; no es sutil, ni refinado para lograr esos objetivos.
Sigamos sin fingimientos, ni percepciones acomodaticias, la historia de las invasiones en la historia de la humanidad para encontrar sin dificultad que al invasor sólo le mueven sus intereses y le distingue absoluta falta de escrúpulos.
Por eso, no debe serle difícil a la gente honesta, respetable y respetuosa, entender que debe hacer frente contra toda invasión. Lo de Libia, es por ahora un intento de invasión, que ha usado los bombardeos como un aperitivo, pues no poco tardó la señora Clinton, en plantear una segunda escalada, armar a quienes allá dentro tienen para enfrentar a las fuerzas gubernamentales.
Los libios, aquellos que de buena fe, deseosos pueden estar a favor de la salida de Gadafi, se arriesgan que, “salvados” de éste o “del chingo”, caigan inocentemente en manos del “sin nariz”, los gringos y sus tenebrosos socios, a quienes poco interesa la libertad, democracia o derechos humanos del pueblo, sino los cuantiosos recursos energéticos y acuìferos apresados en el subsuelo del país del norte de Africa.
Una vez instalados en Libia, los invasores, para imponer sus designios, apoderarse de las riquezas, aplicarán sin misericordia alguna la cultura y prácticas inherentes a los invasores. Para ello, sin misericordia, se llevarían por el medio los derechos humanos, sin importar de que lado se hallen las víctimas.
El invasor suele ser arrogante, irrespetuoso y profundamente despreciativo del invadido a quien percibe inferior, como a todo derrotado.
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