A ver si me entendiste
tú, camarada. Lo más difícil y en extremo complicado que puede haber
es debatir con compañeros con quienes se comparten los mismos anhelos,
objetivos e ideales y que al propio tiempo adolecen de una hipersensibilidad
que los inhabilitan para un diálogo franco, espontáneo y cordial,
como debe ser toda discusión entre quienes militan en una misma causa.
Con personas así hay que andarse con mucho cuidado porque cualquier
palabra subida de tono –o que ellos la interpreten así- puede hacerlos
sentir heridos en su amor propio, aunque no haya sido esa la intención
de quienes rebatan o contradigan sus puntos de vistas u opiniones.
Pero también complican y enrarecen las relaciones cuado una de las
partes intenta mantener tercamente actitudes irracionales que desvirtúan,
falsifican o distorsionan los argumentos de sus interlocutores, lo cual
impide la posibilidad de arribar a acuerdos beneficiosos para
la empresa política o revolucionaria que ambos persigue. Y ese lamentablemente,
es el caso tuyo.
¿Por qué?, bueno las
cosas en este intercambio epistolar se ha complicado tanto, tantas han
sido las cosas extrañas que se han mezclado con el tema inicial, que
es necesario hacer una suscitan recopilación acerca de cómo empezó
todo. Y todo comenzó cuando el primero de mayo leíste en tu programa
la parte de un libro en el que su autor decía que
la flota soviética que se dirigía a Cuba en apoyo de este país que
en ese momento estaba siendo agredida por los Estados Unidos, se devolvió
a mitad de camino; lo que le faltó agregar al desaprensivo autor fue
que el convoy se devolvió con el rabo entre las piernas. Tan pronto terminó La Hojilla me dirigí
a la computadora para enviarte un correo con el fin de desmentir semejante
infamia, no sólo contra la verdad histórica sino también contra una
nación que tantas muestra de coraje y heroísmo ha dado a los largo
de toda su historia. Ese correo decía en su primer párrafo lo siguiente:
“Amigo Mario, a reserva de responderte más adelante tu amable y cordial
mensaje, cosa que no he podido hacer por razones de salud, me dirijo
a ti en esta ocasión para decirte lo siguiente: en el libro que leíste
en la noche de ayer se dicen cosas que no son exactamente ciertas. Por
ejemplo, el autor afirma que los buques soviéticos que se dirigían
a Cuba con motivo de la crisis de los misiles se devolvieron a mitad
de camino sin llegar a tocar los puertos de la isla. Falso de toda falsedad,
porque no sólo esa flota llegó a su destino, sino que obligaron a
los guerreristas gringos, no sólo a firmar un tratado de no agrión
contra Cuba sino también a desmantelar los misiles que tenían emplazados
en Turquía, Finlndia y otros países europeos apuntando hacia el territorio
ruso. Y si no hubiera sido así, si la escuadra soviética se hubiera
retirado, dando una lamentable demostración al mundo de falta de coraje,
qué crees tú que hubiera sucedido con Cuba. Nada, que la hubieran
invadido acabando con la reciente revolución y con sus dirigentes”.
Enviado este correo, me puse a esperar confiado la aclaratoria que tan amablemente te había solicitado, y que por tratarse de una persona que como tú vives exaltando valores y principios de una elevada y sublime pureza revolucionaria – compitiendo casi con el Che- no tardarías en responderme. Sin embargo, en vista de que pasaba el tiempo y no me habías concedido el derecho a réplica que con tanta vehemencia le exiges a los demás, decidí entonces enviarte una nueva correspondencia redactada en los siguientes términos:
“Mario, cuando
un comunicador social lee por radio o televisión fragmentos de un libro
o de cualquier otro material que lesiona la dignidad y el honor de un
país o de una persona, está en la ineludible obligación ética de
difundir por el mismo medio cualquier aclaratoria que los afectados,
a través de sí mismos o por conducto de otros, cualquier aclaratoria
que se desee hacer al respecto”.
Esta comunicación
mía tuvo la virtud de sacarte de tu mutismo y de dar inequívocas señales
de vida..Sin embargo, en lugar de hacerlo con la gallardía y rectitud
de un hombre íntegro, que sabe hacerle frente a sus actos, lo que hiciste
fue responderme con frases destemplas e injuriosas y recurriendo, además,
al deleznable recurso de la mentira. Pero veamos tu respuesta a mi pedido
de aclarar el asunto del convoy soviético, dada el 16-5- de los corrientes.
“Camarada:
Recibida sus apreciaciones,
por cierto muy bien aclaradas por aporrea.org -¿o en Aporrea?- en las
que según su estimación no practico la ética del periodismo (debe
ser porque la desconozco) y otras apreciaciones que respeto, pero no
comparto.¿Será que hay puntos de vista históricos que forman parte
del debate o será que por respeto a su imposición histórica
estoy obligado a respaldar su versión de los hechos?”
Para empezar amigo
Mario, usted comienza su correspondencia diciendo…”Recibida sus
apreciaciones, por cierto muy bien aclaradas por aporrea (sic)”..
Al respecto, déjeme precisarle que loque fue aclarado en Aporrea y
no por Aporrea, no fueron las apreciaciones sino las falsedades en las
que incurrió su amigo historiador, al que usted, como dice, le debe
respeto –afortunado, pues al parecer no todos gozamos del
mismo privilegio-. Por otra parte, como se puede ver, yo no trato de
imponer nada, como usted falazmente afirma. Yo lo único que trato es,
lo digo de nuevo, desmentir una falsedad histórica que usted, al negarse
a difundir la versión contraria, sí trata de imponer y de establecer
como válida y cierta.
Pero lo que no
deja de llamar poderosamente la atención es que usted asume el asunto
como si formara parte interesada del debate. Lo que sí es contrario
a las normas éticas que rigen la actividad periodística, pues su papel
en su programa no es el de parcializarse descaradamente a favor de una
de las partes en conflicto, sino darle un trato igualitario e igualmente
respetuosos a ambos. Pero en el caso de que se identificara con una
de las versiones, de todos modos eso no lo exime del la obligación
de atender de la manera más equilibrada posible la contraria.
En este sentido, veamos lo que dice en el siguiente párrafo:
“Camarada Alfredo, usted
tiene su punto de vista, yo tengo el mío, otros tienen los suyos.
No soy historiador y trato, aunque no lo crea, trato de ubicar la verdad
absoluta entendiendo que muchas veces se pierde en medio de las anécdotas
o la fábula. Si lo que usted asegura forma parte de la “verdad”
de un historiador ¡podemos dudar de la verdad de otro historiador?
No estooy calificado para decidir sobre las diferencias historicas de
dos historiadores”.
Este párrafo,
señor Mario, me resulta francamente incomprensible, o como dicen los
gramáticos sumamente obscuro y anfibiológico. Porque ¿qué tiene
que ver su punto de vista con el derecho a, réplica que le estoy reclamando
en homenaje a esa verdad que tanto dice buscar? Sinceramente no lo entiendo.
Por otra parte, según usted hay tantas verdades sobre un hecho como
personas existan. Esta opinión sobre la verdad es reaccionaria, porque
la verdad es sólo una y la determina el hecho mismo. Ahora, que hayan
sujetos como su amigo o como los gargajos de la Academia de la Historia
que jamás han dicho una verdad en su vida interesados de distorsionarla,
eso es ya otra cosa.
Y para rematar,
termina con la siguiente perla: “Supongo que este correo también
va a hacer con todo y comas, así que no me queda otra que asumir mi
ignorancia en relación al tema que usted, muy insistentemente,
trata de imponer incluso publicando en Aporrea mis respuestas
Le debo respeto al historiador que escribió los libros que leí,
por cierto con otra intención y no para vulnerar sus conocimientos
históricos”.
Sin comentarios,
pero me va a conceder el derecho a réplica, señor Mario?
Nota: Correo enviado a una
persona en respuesta a una comunicación recibida con motivo de mi artículo
“Mario Silva y las sanciones”. “No, el que está pelando bolas
es usted, pedazo de (adjetivo). Ojalá usted tuviera siquiera una mínima
parte de la trayectoria que yo tengo en defensa de la soberanía e independencia
de este país. Y eso cuando defender estos valores significaba como
mínimo una planamentazón o unos cuantos años de cárcel. Y esto si
se tenía suerte, porque lo que generalmente ocurría era la pérdida
de la vida en medio de atroces torturas. Así que pedazo de (adjetivo),
no me venga usted, con su fariseísmo rampante, a darme lecciones de
patriotismo en un tiempo en que ser patriota no entraña ningún riesgo
sino que, por el contrario, en muchos casos lo que representa es una
profesión lucrativa y bien remunerada.
Lo que yo hice, fue llamarle la atención a los conductores de La Hojilla que irresponsablemente se pusieron a escandalizar sobre un hecho que ni siquiera ellos mismos sabían de lo que se trataba, pero que podía provocar un pánico colectivo susceptible de convertirse en corridas bancarias, compras nerviosas, angustias y demás situaciones indeseables, lo que, por supuesto, era la mejor manera de hacerle el juego al imperialismo.