Son
muchos los elementos que nos alertan sobre una derechización de la política en
los países hegemónicos, tanto interna hacia sus pueblos como en las acciones dirigidas
a los países subdesarrollados y dependientes. Algunos podrían interpretar la
situación como la respuesta agresiva de la bestia capitalista herida letalmente,
ante su inminente desaparición. Ya el propio Marx había señalado que, en los
procesos revolucionarios, si las fuerzas del progreso y el cambio no alcanzaban
a desplazar al viejo modo de producción, podría darse una situación de
destrucción de ambos contrarios, lo que significaría, en el caso que nos ocupa,
la destrucción de buena parte de la humanidad tal y como la conocemos.
Lo
cierto, en todo caso, es que en países europeos como Grecia, Portugal, Irlanda,
España, Islandia e incluso Italia, se viene produciendo la aparición y
crecimiento de movimientos sociales importantes, enfrentados a la
instrumentación de políticas gubernamentales, que pretenden hacer recaer la
crisis económica existente sobre los hombros de la mayoría de la población,
reduciendo los salarios y pensiones, afectando los programas de seguridad
social y salud, alargando la edad de jubilación y eliminando una serie de
programas contra el desempleo. Estas decisiones políticas en absoluto tocan a
los reales responsables de la crisis, ni actúan sobre el capital y las
ganancias de los sectores económicos dominantes.
Así,
los préstamos dados a los países en crisis son a mayor interés que los otorgados
para financiamientos usuales, cuando debería ser a la inversa; continúa la
venta de armas a dichas naciones y no se asumen medidas que reduzcan el gasto
militar de las mismas. Se descubre entonces un Estado europeo muy contrario a
aquél que, dentro del capitalismo, se presentaba como árbitro entre el capital
y el trabajo, como fórmula para garantizar un sistema de bienestar de sus
ciudadanos. Reaparecen o se recrudecen las manifestaciones de intolerancia ante
los inmigrantes, la xenofobia y la búsqueda de culpables de la crisis fuera de
las fronteras europeas o en la existencia de grupos sociales minoritarios. La
reciente matanza en Oslo nos ilustra sobre los efectos del ultraderechismo,
además de mostrarnos como la islamofobia ha reemplazado al antisemitismo.
Hacia
afuera, las acciones militares colonialistas se han fortalecido, como lo
demuestran ya no sólo las ocupaciones militares en Irán y Afganistán, sino las
intervenciones en Pakistán, las agresiones a Irán, la agresión militar de la
OTAN al pueblo de Libia, con el asesinato de numerosos civiles inocentes, que
no puede justificarse por la permanencia de Gadafi en el gobierno. Los países
europeos y EEUU, además, se reservan el derecho a decidir quiénes son los representantes
del pueblo libio, lo que demuestra el renacimiento de su espíritu colonial y el
desprecio hacia los pueblos subdesarrollados. En Siria adelantan acciones
desestabilizadoras, al mismo tiempo que frenan las protestas y exigencias del
movimiento popular en Yemen, Egipto y Túnez. Ni que hablar del holocausto
palestino, patrocinado por quienes fueran víctimas en el pasado de ese tipo de
acciones.
La
conspiración neocolonial no deja de lado a nuestra América y sus posibilidades
de conformar un bloque geopolítico y económico, que haga resistencia a la
hegemonía estadounidense en la región. Según denunció recientemente el
dirigente político Leopoldo Puchi, ya existen planes para convertir a nuestro
Libertador en “la bestia negra de una nueva cruzada”, mediante la creación de
una falsificación de la historia de nuestras naciones, que descalifique las
luchas independentistas y las presente como simples matanzas criminales y
genocidas, productos de una nueva categoría histórica de líderes: los
“dragohumanos”, actuantes en latitudes y épocas diferentes, pero con el común
denominador de ser autores de grandes atrocidades.
Un
libro reciente intitulado “Dragones de la Política”, publicado en España por un
tal Pedro González Trevijano y prologado por Vargas Llosa, presenta a nuestro
Libertador como un genocida, junto a Hitler, Atila y Hernán Cortés, elevados a
la condición de dioses por el servilismo y fanatismo de las masas. Señala Puchi
que “la subordinación de Latinoamérica requiere rebajar sus mitos fundadores”,
pues “el proceso de integración latinoamericano necesita, para avanzar,
recurrir a la energía social que nace de la memoria histórica y de los símbolos
del imaginario colectivo”, el más grande y poderoso de los cuales lo constituye
la figura de Simón Bolívar.
Puchi,
Leopoldo. Enfoque. ¿Simón Bolívar
“genocida”? Últimas Noticias, 21-7-2011
La Razón, pp A-6, 31-7-2011, Caracas