La sobre valoración del poder de la razón convirtió al “ser pensante moderno” en el artífice de su propia destrucción. Orientado por su fe ciega en la razón, su cientificismo y su antropocentrismo, construyó un modelo de organización social – el capitalista - basado en el dominio unos pocos actores principales sobre un numeroso conjunto de actores de segunda, angustiados ante la posibilidad de pasar a ser extras.
El “ser pensante moderno” escribió libretos vacios de contenidos éticos para explicar y justificar la permanente expansión y los crímenes de las potencias capitalistas. Construyó un imperio intelectual: la cultura occidental hipotecada al progreso material. Desnaturalizó la adquisición y trasmisión de información y conocimientos para convertirlas en herramientas de dominación. Promovió la competencia por un puesto en el escenario y por comprar y vender trozos de la naturaleza, trozos de saberes y trozos de vida de otros seres humanos.
El “ser pensante moderno” aupado por la clase dominante subordinó la razón y su lógica unidimensional a un sistema que cultiva la ignorancia, que vende ilusiones de progreso y bienestar, que esconde sus contradicciones tras la violencia y que ahora no encuentra cómo calmar la “indignación” de actores de su propio elenco que comienzan a cuestionar los papeles que les han asignado.
Afortunadamente en paralelo a este pensamiento lineal del Mal Vivir existen cosmovisiones complejas como las de pueblos originarios de América que pregonan el Buen Vivir, el vivir en plenitud en armonía con los ciclos naturales y en equilibrio con todas las formas de existencia. Mucho tenemos que aprender de de nuestros hermanos, de su plurinacionalidad, de su unidad en la diversidad y de su diversidad en la unidad, así como de sus luchas por construir democracias comunitarias que erradiquen el hambre y nos garanticen a todos el acceso al agua, a la tierra – territorio, al aire y al fuego – energía.
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