El encargado de informar sobre lo que hace y piensa el Departamento de Estado de los EE.UU. se llama Sean McCormack. En la rueda de prensa de anteayer, en la Casa Blanca, deslindó toda responsabilidad del gobierno de George Bush en el llamado a magnicidio proclamado por el pastor evangélico Pat Roberson. McCormack define los dichos de Robertson como "los puntos de vista de un ciudadano".
En el encuentro con la prensa, el funcionario fue requerido con esta pregunta: "Quiero preguntarle sobre la sugerencia de Pat Robertson de que los Estados Unidos asesine al presidente de Venezuela como una forma de deshacerse de un dictador y sin gastar $200 billones de dólares para hacer el trabajo."
McCormarck respondió así: "Diría que Pat Robertson es un ciudadano y que sus puntos de vista no representan la política de los Estados Unidos. No compartimos sus opiniones y sus comentarios inapropiados y como dijimos anteriormente, ninguna alegación que estemos considerando para tomar medidas hostiles en contra del gobierno venezolano que planee el tomar medidas hostiles contra el gobierno venezolano son completamente infundadas."
¿Alguien se imagina a un funcionario gubernamental declarando lo contrario? Aún en su decadencia y desesperación agresiva, el imperialismo sabe hacer diplomacia.
Hasta Hitler aseguró, en marzo de 1939, a los gobiernos de Francia, Inglaterra y Rusia que no tenía intenciones de atacarlos. El asunto no estuvo en lo que dijo el Führer, sino en que los jefes de la "democracia europea" lo creyeron. Confiaron en el régimen nazi. La historia registró este episodio grotesco como el "síndrome Chamberlain" (entonces Primer Ministro inglés), en referencia a la estupidez política que significó tal actitud cómplice con el jefe nazi.
En 1939, el imperio alemán había dado suficientes muestras de su lógica expansiva y guerrerista. Hitler no necesitaba decirlo, él lo haría un año después. El guerrerismo nazi era proclamado a diario por periódicos, funcionarios medios y jefes de las pandillas que agredían a judíos, marxistas y gitanos. Es como una división inconsciente del trabajo.
Pat Robertson no necesita ser funcionario de la Casa Blanca para testificar uno de los aspectos de su política mundial. Él expresa con simpleza y sinceridad la tendencia general del régimen que representa, defiende, difunde y por el cual está dispuesto a dar y quitar la vida.
Robertson es la cara nazi actual de la democracia imperialista de los Estados Unidos.
Él representa la reacción contra la madre del soldado muerto en Irak que se apostó en la casa de Bush para rechazar la invasión; es la cara opuesta a la que se atrevió a mostrar el artista Michael Moore, quien viene anunciando la aparición de muchos Pat Robertson en la sociedad yanqui, a causa de la nueva ideología nacionalista imperial de Bush. Desde este punto de vista es un error teórico y político creer que Pat Robertson es un "demente", como sostuvo el embajador venezolano en las Naciones Unidas.
El divino pastorcito
El evangelista Pat Robertson es el punto de vista público de la actual política mundial del imperialismo yanqui. Se asienta en su pasado de clérigo de ultraderecha, sostén del presidente asesino de Guatemala, Efraín Ríos Mont, autor de más de 16 mil asesinato según Amnesty International. En la década de los 80, el pastorcito yanqui apoyó con su red de emisoras y canales de televisión Christian Broadcasting Netwok (CBN),a la "Contra" anti sandinista. Es el mismo "ciudadano" que apoyó a Bush en sus dos campañas electorales desde su poderosa red de tele emisoras, bajo el nuevo nombre de The Family Chanel.
Amigo y correligionario en ideas y acción política de la familia Bush, del vicepresidente Dic Cheney y John Negroponte, el religioso no hace otra cosa que llevar hasta la últimas consecuencias, lo que dicen algunos funcionarios de Estado. Por ejemplo, cuando la Condoleza Rice condena a Chávez por "desestabilizador de la demcracia", le está diciendo "no te equivoques, o te sujetas a nuestras reglas o te aparecerá un tal Pat Robertson en el camino".
En el nombre de dios
Robertson no es el primero que quiere matar a Chávez. ¿En qué se diferencia su llamado asesino de las decenas de llamados registrados en emisoras de Miami y New York, entre 2002 y 2004, pidiendo lo mismo? ¿No es acaso Pat Robertson la conciencia avanzada de los políticos y conductores de la TV venezolana que desde 2002 piden la cabeza del presidente venezolano? Orlando Urdaneta, uno de los más conocidos artistas de TV en Venezuela, opositor por supuesto, lo ha dicho con claridad (ver:
www.aporrea.org) Los tres atentados contra Chávez, desmontados a tiempo entre 2003 y 2004, y la conspiración contra Venezuela, denunciada por investigadores como Eva Golinger (ver libro "El Código Chávez"), muestran que el evangelista está entre nosotros desde hace rato.
Esta conciencia reaccionaria contra las transformaciones políticas, sociales y culturales que trajo la "revolución bolivariana" la podemos escuchar en un sector de la sociedad venezolana, que dice cosas como estas: "Hay que matarlo antes de que sea tarde", o esta otra: "Alguien debería matarlo antes que se transforme en Fidel". Esto se acentuó desde que el presidente Chávez comenzó a proclamar la necesidad del socialismo para "eliminar los males del capitalismo". Aunque Venezuela sigue siendo un estado capitalista, la sola mención de la palabra les pone los pelos de punta a los privilegiados. Pat es uno de ellos, aunque su punto de vista no es el de cualquiera, como señala el embajador de Venezuela en Washington.
El problema no es Pat Robertson sino la tendencia social que expresa dentro y fuera de los Estados Unidos. Detrás del pastor hay más de dos millones de seguidores de sus homilías nazis dentro de los EE.UU. Pero hay muchos millones de ciudadanos asustados por las noticias de la "revolución bolivariana". Pat es la voz adelantada del método fascista contra la revolución social en Venezuela. Una revolución que necesita ser completa para ahuyentar los fantasmas que la acechan.
En ese sentido concreto, las declaraciones magnicidas de Pat Robertson, no son otra cosa que una adelanto del objetivo central de Bush en Mar del Plata, en noviembre de este año: Disciplinar a "sus muchachos sudamericanos" contra el gobierno de la "revolución bolivariana" y el de Cuba.
Hasta último momento, el gobierno de Bush, y el que venga después, van a mantener complementadas sus dos maneras de dominar gobiernos independientes como el de Chávez. Por un lado, la oferta de la negociación para que capitule "democráticamente", y al mismo tiempo, la amenaza de la agresión física para que recule hasta arrodillarse. El objetivo es el mismo. Ese es el dilema. Mr. Pat no es más que el rostro inevitable de la segunda táctica.