La insistencia del diplomático español en registrar el avión presidencial boliviano, me recordó la misma destemplanza del neofascista Enrique Capriles empeñado en registrar la Embajada de Cuba en Caracas durante el Golpe de Estado de abril de 2002 contra Hugo Chávez.
El Canciller franquista, en un alarde de cinismo extremo, ha pedido “calma” a los gobiernos soberanos suramericanos que han reclamado el atropello contra Evo y Bolivia. “Trescientos años de calma no bastan?”
El ministro “Celestina” afirmó que les “dijeron que Snowden iba en el avión”. Aquí en Caracas fue la señora Ruth Capriles la que dijo que unos “jóvenes le dijeron” que los chavistas estábamos metiendo armas en la Embajada cubana. Ella venía saliendo de su consulta con el sicólogo Axel Capriles.
A los gobiernos de España, Portugal, Italia y Francia quien les dijo que Edwards Esnowden estaba en el avión de Evo, fue el mismo musiú que dijo que en Irak había armas de destrucción masiva.
Pero quedan muchas preguntas en el aire, ese mismo éter al que los gringos querían condenar a Evo.
Las primeras: ¿ajá, y si Snowden hubiese ido en el avión? ¿Lo hubieran derribado?
Las segundas: ¿Este Snowden, espía gringo aparentemente arrepentido, tiene derecho a pedir asilo o no? ¿Quién lo determina? ¿Cómo quedan la Convención del Estatuto de los Refugiados de la ONU de 1951 y las Convenciones sobre Asilo que son tradición americana por excelencia?
Las terceras: ¿Dónde fueron a parar los acuerdos internacional que ya son derechos reconocidos universalmente, sobre la inmunidad de los Jefes de Estado, la soberanía del Pueblo Boliviano, y los Derechos Humanos de las personas que viajaban en ese avión? ¿Dónde quedó el derecho a la vida de esas personas?
Las respuestas deben ser contundentes, los eufemismos ofenden.
Lo que han hecho los gringos y sus lacayos europeos contra Evo Morales, constituye un atentado terrorista de los decadentes Estados imperiales contra la dignidad indoamericana; es un irrespeto que debemos condenar enérgicamente con medidas diplomáticas y políticas concretas que muestren al imperialismo el coraje irreductible de nuestra estirpe.
La torpe arrogancia de los diplomáticos españoles y europeos implicados, tiene además una repudiable dosis de racismo.
El 27 de enero de 2002, el joven ecuatoriano Wilson Pacheco Torres, murió ahogado en el puerto de Barcelona, España, luego de ser golpeado salvajemente, perseguido y lanzado al agua por cuatro “valientes” herederos de Nicolás de Ovando, súbditos del caza elefantes y su “honrada” familia real. Al observarlo desesperado y agonizante, los españoles dijeron: “Dejémosle que se ahogue, no vale la pena mojarse por un sudaca”.
Así pensaron quienes dejarían caer el avión presidencial, al fin y al cabo se trataba de un sudaca más.