Un mayordomo

El 19 de diciembre de 1908 –a ciento trece años de una como suerte de medioevo– captura la escena política de Venezuela para no abandonarla hasta morir el más característico de los dictadores de nuestra historia, bajo cuya sombra transcurrirá el tránsito de la economía rural a la petrolera y la consiguiente configuración de una sociedad donde la predominancia semifeudal se va debilitando y cediendo espacio a un capitalismo marcado por la bastardía de la dependencia.

Juan Vicente Gómez, compadre y segundo de Cipriano Castro en la “Revolución Nacional Restauradora”, que el 23 de marzo de 1899 se había lanzado desde el Táchira sobre Miraflores para sustituir con andinos que no se cobraban a caraqueños que no se pagaban (en realidad orientales, centrales y llaneros), daba la famosa “patada histórica” y enviaba a su “jefe y amigo” al exilio y la muerte. El embajador y tres acorazados gringos movieron piezas y dieron jaque mate y Washington tejió los hilos que impidieron al defenestrado Presidente, único a quien temía su aprovechado sucesor y cuyo nacionalismo de buena ley lo colocaba por encima de sus fallas, encontrar algún resquicio para retornar durante los dieciséis años que le restaron de existencia.

Cobraba así el ascendente imperialismo la actitud patriótica de quien había encarado a la transnacional asfaltera New York & Bermudez Company; vencido a la “Revolución Libertadora” organizada por ese consorcio; enfrentado el bloqueo por cobro de deuda que impusieron Alemania e Inglaterra y apoyaron Francia, Bélgica, Italia, Holanda, España, Estados Unidos y México (pobrecito), y denunciado “la planta insolente del extranjero”. (La historiografía dominante, tan de clase, se burló siempre de esa actitud y tildó a Cipriano Castro de bufo y ridículo. Hoy se atribuye honra procera a su memoria y se ha conferido a sus cenizas el descanso en el Panteón Nacional).

A Gómez se le acredita el haber metido en cintura a los caudillos, creado un ejército unificado y una red carretera en función de integración nacional, fomentado la ganadería y la agricultura y pagado la deuda externa, y con ello conseguido “unión, paz y trabajo”. Hechos importantes aquellos, sin duda, indistintamente de que correspondían a su interés personal de hacendado tragatierras y eran parte de las tareas exigidas por los inversores (invasores) extranjeros que lo apadrinaban. Pero de ninguna manera hechos buenos para la limpieza que han intentado ciertos justificadores.

Al respecto denunció el sobresaliente venezolano Gustavo Machado: “En los últimos tiempos ha despuntado en Venezuela una extraña tendencia orientada a suavizar los rasgos espantosos de Juan Vicente Gómez para transformar al cruelísimo tirano en una especie de patriarca bíblico, amoroso padre de familia, enaltecedor de las glorias patrias, apóstol de la paz, domador de caudillos y constructor de imponentes carreteras. La verdad histórica, que las nuevas generaciones están en el deber de conocer y analizar, es que el sátrapa JVG no poseyó ninguno de esos atributos. Subió al poder en 1908 asistido por el gobierno norteamericano (…) Y a partir de ese instante se mantuvo usurpadoramente en el poder como mayordomo de las compañías extranjeras, particularmente en detrimento de los intereses y el honor de su propio país”. Y logrando, como sentenció el pueblo: “unión en las cárceles, paz en los cementerios y trabajo en las carreteras”, construidas estas por secuestrados políticos.

En eso que se le acredita, Gómez no hizo sino desarrollar el programa de Castro. En cambio fue todo lo contrario de este en el trato con las potestades extranjeras, especialmente la gringa, y tuvo a su lado clases dominantes internas, alto clero, medios de comunicación e intelectuales tarifados. ¿Sorprendente, acaso?

Ejerció imperio y dominio personal, como se ha dicho y como todo jefe de gobierno posee en determinada medida, y en su caso hasta el mayor grado de brutalidad. Pero, ¿“el amo del poder”? Me permito diferir en esto de mi querido, admirado e ilustrísimo amigo Domingo Alberto Rangel, quien así lo llamó en uno de sus libros más famosos. Creo que, igual a Rómulo Betancourt y a todos quienes han utilizado los mecanismos del mando hasta el máximo de abuso con los de abajo pero siendo obsecuentes servidores de los de arriba, solamente manejó un poder parcial e inferior. En mi opinión el Poder político verdadero, redondo, es el que, nacido del pueblo, afincado en el pueblo y desarrollado con él, posibilita derribar muros imperiales y barreras de clases explotadoras.

JVG y RB tendieron sus sombrías alas a lo largo de nuestro siglo XX, pero, valga el decir de Gustavo Machado, uno y otro sólo fueron mayordomos.



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Freddy J. Melo


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