Del bien y del mal

No pretendo con este artículo, algo extenso, definir el bien y menos aún, el mal, por considerar que tales conceptos son relativos y casi podría afirmar, algo metafísicos. Una sinapsis en cierto resquicio escondido de mi cerebro o algún arcano, me constriñó a reflexionar sobre tales términos.

Desde las postrimerías de la humanidad, cuando los aborígenes comienzan a congregarse en sociedades organizadas la jefatura la detentaba el individuo más fuerte. Este fortachón, un verdadero tirano, se aleaba con otros segundones para repartirse el poder. Indudablemente, tales fornidos decidían como debían comportarse sus servidores, es decir, del lado de ellos estaba el bien y del otro lado, mejor dicho, de los tiranizados, estaban los portadores del mal.

Cuando las estructuras sociales se hacen más complejas surgen nuevas formas de gobernar y aparece, por ejemplo, la monarquía. El rey, al lado de sus secuaces (príncipes, marqueses, lores, infantes, barones, condes, etc.) sin dejar de lado los sacerdotes, comienza a dictar leyes y códigos. Mediante tales legislaciones se obliga a sus vasallos, después de apoderarse de territorios ajenos, a cumplir las ordenanzas. Germinan así las leyes temporales (las de la aristocracia) acompañadas de las celestiales (la de los sacerdotes) para dominar a los súbditos. En esta coyuntura los avaros hidalgos y los ladinos frailes se consideran los custodios del bien y los vasallos, se transforman en los portadores del mal. Los mismos que en algún momento reclaman el abuso por el pago de impuestos, las viciadas ordenanzas como el lujurioso derecho a pernada (el tributo del oprobioso feudal o del lúbrico fraile de comprobar, antes del matrimonio, la doncellez de la novia de algún siervo).

Con la llegada de los imperios, por ejemplo el Imperio Romano, se “moderniza” la justicia. Como secuela los cónsules y los pretores aprueban en el parlamento el Derecho Romano, el cual regirá el destino de los ciudadanos romanos y los habitantes de las provincias apartadas, conquistadas y ocupadas a sangre y fuego. De nuevo estos señores se declaran los cancerberos del bien y del otro lado, los pueblos despojados y los esclavos se transfiguran en los portadores del mal, a quienes de manera inexorable se les aplicará la ley.

Con la caída del Imperio Romano, con la cristianización de Constantino comienza un nuevo período para la humanidad. Se produce una metamorfosis en la sociedad y es sorprendente como los antiquísimos valores egipcios, griegos y romanos fueron asimilados por los latinos. El promiscuo Zeus griego se transforma en el Dios católico; la diosa Isis de Egipto se convertirá en la virgen María a quien deberá rendírsele culto; las calendas cristianas asimilarán las celebraciones de las fiestas paganas; el profano Neptuno con su tridente y rabo incluido mutará en el temible diablo; el dios Sol de las antiguas civilizaciones lo absorberá los cristianos en una redonda y albina oblea; la liturgia de la iglesia católica no olvidará los sacrificios de los vetustos sacerdotes antropófagos: el eclesiástico beberá la sangre de Cristo transmutada en vino y a los feligreses, se le facilitará una delgada y blanca ostia para engullir el cuerpo del hijo de Dios. Así mismo, los clérigos de la iglesia cristiana tampoco borraron de su memoria a los antiguos chamanes, quienes mediante un conjuro transformaban un amuleto en un objeto protector capaz de impedir el mal de ojo, por ejemplo. En el ritual cristiano es posible, mediante una consagración, transformar una reliquia, en muchos casos fabricada en serie, en un ente bienhechor y milagroso. Inadmisible olvidar las narraciones de las religiones antiguas como el brahmanismo, el mitraismo, el budismo, entre otras, cuyos escritos, en gran parte, reaparecerán en La Biblia, genialmente modificados. Así mismo la iglesia, al igual que los romanos, inventó su propio código para gobernar tanto a laicos como a feligreses, el conocido Derecho Canónico. Pero si una institución dicta leyes debe existir otra que vigile el cumplimento de las mismas. Florece así la policía internacional de su tiempo, el Santo Oficio (la Inquisición) con sus “misericordiosas” torturas (ordalías) y muertes a la parrilla. Como se ve, la vida profana de la época romana, el siniestro mal, fue convertido por arte de birlibirloque en bien y, la curia y el papa en sus custodios. Del otro lado, estaban los portadores del mal, es decir, los herejes, los judíos, los moros, los homosexuales, los profanos, las brujas, y por qué no, ciertos sabios que no admitían la concepción cristiana del universo.

Con la llegada de Revolución Industrial, los cicateros imperios europeos (El Reino Unido, Francia, Portugal, España, Bélgica, Alemania, entre otros) ante la necesidad de materia prima robada, mano de obras esclava y gente para venderles mercancía, los capitalista dictan leyes que traspasan sus fronteras, para ser obedecidas. Estas cruentas legislaciones estaban recogidas en sus códigos que gobernaban los habitantes del 25 por ciento del planeta, es decir, sus colonias o “protectorados”. Como vemos, los imperialistas, tal como ocurrió con la iglesia católica durante la Edad Media, actuaban como guardianes del bien. Del otro sector, los habitantes de los pueblos oprimidos por la bota imperial y en sus intentos de liberación, se convirtieron en los portadores del mal.

Finalizada la Primera Guerra Mundial y con la caída de los imperios europeos, una nueva Europa surgiría de los escombros. Aparece EEUU junto a sus aliados con la pretensión de dominar el mundo, puesto que de su lado estaba el bien. Así mismo, florecen grandes transnacionales financieras, mercantiles y las criminales policías amparadas por el Departamento de Estado, convertidas en vigilantes para que el bien persistiera. Este bien subsistirá siempre y cuando el tren de los países no se salga de los rieles que los yanquis trazaron. Surgen así las dictaduras centro y sur americanas, además las democracias europeas complacientes a los ricos blancos y cristianos norteamericanos. Ante la amenaza del avance de un nuevo enemigo, el mal (el comunismo) los decadentes imperios europeos y los EEUU enaltecen el surgimiento del fascismo en sus tres modalidades (el italiano de Mussolini, el español de Franco y el alemán nazista de Hitler), simplemente para enfrentar a los bolcheviques y a los socialistas europeos. Como vemos de aquel lado estaban los celosos y custodios del bien. Del otro, estaban los contagiados y los portadores del mal: los comunistas.

Finalizada la segunda guerra mundial, nuevamente, por arte de un extraño encantamiento los antiguos custodios del bien, los fascistas, se convierten en los portadores del mal y los yanquis y los asolados países europeos, se transmutarán en los custodios del bien. En el otro sector, los fascistas y los comunistas, continuarán siendo los portadores del mal.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial entra en escena un nuevo elemento, los medios de comunicación de masa. Son estos los que deciden quiénes son los custodios del bien y quiénes los portadores del mal. La prensa difundió las atrocidades de los nazis alemanes, la de los japoneses y la de los italianos, pero nunca mencionó las monstruosidades cometidas por el ejército aliado. Se trató de genocida a Hitler, pero nunca mencionó los muertos en masas de Truman. Así mismo, la prensa nunca comentó los campos de concentración de japoneses que existieron en los EEUU. Durante la guerra fría, de nuevo se satanizó a los comunistas. La prensa satanizó y sataniza a los cubanos, a los vietnamitas, a los norcoreanos, a los árabes a los rusos y a todos los pueblos que luchan por su autodeterminación. La televisión es capaz de simular una guerra civil a gusto del imperio yanqui y de la OTAN para justificar una sanguinaria invasión. En este caso la prensa se encarga de difundir quienes son los custodios del bien. Del otro lado está el mal y sus portadores. A estos hay que arrasarlos con misiles, drones y todo el material destructivo capaz de aniquilar una civilización entera o en el mejor de los casos, aplicarles sanciones o bloqueos económicos.

Los medios de comunicación internacional comprometidos con los centros financieros, con el imperio yanqui y con la OTAN son los que ahora deciden quiénes son los custodios del bien. Por ejemplo en el caso de Venezuela los medios de comunicación de masa, los tuiter, los feibuk y las redes sociales comprometidas con el imperio y con los grandes centros financieros transformaron a los vándalos guarimberos en estudiantes sosegados, a los colectivos sociales en homicidas, a los idiotas en avispados, a los cubanos en imperialistas, a los asesinos en pacifistas, a la GNB y la PNB en policía turística capaz de reprimir manifestaciones en Libia, Egipto, Chile, Reino Unido y demás lugares del planeta que necesiten su servicio. Así mismo, substituyeron pestilentes basureros por barricadas de lucha, la ignorancia por la inteligencia, la intemperancia por la templanza, el salvajismo por reivindicación, la barbarie por la civilización, la destrucción por edificación, la violencia por la paz y la locura por sensatez. De acuerdo con lo anterior, la prensa internacional y la tecnología comunicacional al servicio de la información se arrogaron el derecho de elegir a los custodios del bien: el fascismo. Según los medios mercenarios en el otro sector está el mal, es decir, en el lado de los chavistas, de los reflexivos, de los colectivos sociales y trabajadores, de la inteligencia, de los seguidores de la paz, de los obreros, de los verdaderos estudiantes, de las madres y del sector de los antiguos excluidos a los cuales hay que exterminar.

No sé en cual bando está el bien, supongo que debe estar próximo a la mayoría trabajadora, a la alegría, a la bondad, a la música, a la poesía, a la felicidad, a la alegría, a los practicantes de la paz, al patriotismo, al amor, a la honorabilidad, a la honradez, a la solidaridad, a la dignidad, y sobre todo, muy cerca del legado de mi comandante Chávez. Del otro lado, presumo, debe estar el mal.


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Enoc Sánchez


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