Con un dispositivo militar conformado por las bases aéreas establecidas al oeste de Afganistán, al este de Iraq, en Turquía, Qatar y el sur de Omán, el gobierno imperialista de George Walker Bush confía que doblegará la tozudez del gobierno islámico de Irán en sus propósitos de continuar desarrollando su programa nuclear, si fracasa la mediación diplomática. Esta confianza es reforzada por la presencia amenazante de un grupo de batalla de portaaviones desplegado en el Golfo Pérsico, con naves caza-bombarderos artilladas con proyectiles crucero del tipo Tomahawk y bombarderos estratégicos B-2, los cuales podrían emplearse en ataque sorpresivo, con vuelos directos desde bases militares ubicadas en Estados Unidos.
Para el ex presidente estadounidense James Carter, “la razón por la que fuimos (Estados Unidos) a Irak fue el establecimiento de una base militar permanente en la región del Golfo”. No puede entenderse, por tanto, cómo un eurodiputado del PP, haya explicado que "Estados Unidos no es el país que amenaza la paz" sino que son las naciones que "lo odian los que realmente la amenazan". Con semejante lógica, tendríamos que aceptar, entonces, que el destino manifiesto que los estadounidenses se autoasignaron tiene una certificado casi bíblico que no podemos transgredir, no obstante los grandes desmanes cometidos en contra de la humanidad, en todos los tiempos y a nivel mundial. Por ello, la guerra preventiva impuesta por Estados Unidos durante la última década le ha servido, no solo para emerger como la potencia unipolar que quiere ser, sino para saltarse los vericuetos de la diplomacia y el derecho internacional, como ocurrió con Afganistán e Iraq, amedrentando, de paso, a todas aquellas naciones y a todos aquellos gobiernos que defienden su autodeterminación y sus recursos naturales, y, lo más escandaloso para los neoconservadores de Washington, no admiten su tutelaje colonialista.
Tanto Estados Unidos como Israel, su aliado en Medio Oriente, no descartan la posibilidad de usar armas atómicas si los iraníes se defienden de su agresión, a la cual se sumarían las tres principales potencias europeas (Francia, Alemania y Gran Bretaña) en una cruzada contra la “amenaza terrorista islámica”, pero que tiene su fundamento en la preservación de su dominio compartido sobre la región asiática, bajo el liderazgo gringo. Los argumentos esgrimidos en oposición al programa nuclear iraní esconden, entre otras cosas, el hecho que un reducido grupo de naciones (EE.UU., Francia, Rusia, Gran Bretaña, Japón y Holanda) producen uranio enriquecido a un costo elevado y fomenta una dependencia en materia energética, lo cual representa un motivo más que suficiente para impedir que cualquier país tercermundista pretenda acceder, de modo soberano, al uso de la energía atómica, aumentando el número de naciones que ya cuentan con ella. Sin embargo, bajo la óptica del imperialismo yanqui sí se puede permitir que, países como Israel, lleguen a controlar la energía nuclear, incluso con propósitos militares, ya que constituyen sus aliados, tienen un sistema democrático similar y no forman parte del “eje del mal”, el cual incluye a Irán, Siria, Corea del Norte, Cuba y, últimamente, Venezuela, cuyos gobiernos suprimen las libertades democráticas y es preciso extirparlos mediante una intervención quirúrgica de corte militar, así no se tenga el consentimiento de la ONU y del resto del mundo.
Según lo contemplado en la Visión Conjunta 2020, le corresponde a Estados Unidos ejercer un papel más preponderante sobre el espectro mundial, llegando a controlar directamente las distintas fuentes de energía en su provecho. Esto supone una mayor agresividad estadounidense y un mayor despliegue de su arsenal, a fin de asegurarse el cumplimiento de sus objetivos neocolonialistas. Pero, a diferencia de lo sucedió con los talibanes y con Saddam Hussein, Estados Unidos enfrenta un dilema frente a Irán, ya que sus gobernantes se han tomado en serio sus amenazas y preparan a su pueblo para repeler sus ataques. Esto preocupa a mucha gente, especialmente de Europa, porque se generalizaría un conflicto bélico que podría extenderse en el tiempo, sin garantía de un triunfo contundente de parte del imperialismo yanqui, empantanado como en Iraq y Afganistán.-
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