La iglesia católica que convalidó la conquista en América bajo los símbolos de la “espada y la cruz”, para justificarse, siempre los injustos y bárbaros tienen una justificación sacada de la manga, apeló al cura Sepúlveda quien ni corto ni perezoso inventó aquello que los indígenas no “tenían alma”. ¡Listo y puesto! ¡Se acabó la vaina y dale con los faroles! ¡Muerto el perro se acabó la rabia!
Por eso, los gringos, cuando la dieron por invadir a Irak, inventaron que Hussein tenía armas de destrucción masiva y de esa manera justificaron su atropello; como luego harían en Libia y en cada sitio, como ahora Siria, que les dé la gana invadir para cogerse lo que no les pertenece. Así, el antecedente de esta conducta gringa, por los menos en América, está en las teorías de Sepúlveda, desde el punto de vista formal u operativo.
Para Aristóteles, todos los seres vivos tendrían alma, que sería ese ser inmaterial e invisible que les hace moverse y realizar una serie de funciones. Pero para el cristianismo en particular, el alma es inherente a los seres humanos. De donde lógicamente uno concluye, que si nuestros indígenas no tenían alma, según la teoría de la colonización, entonces no eran humanos; quizás, para el “cura pensador” cordobés no pasaban de seres vivos. Por eso, justificó la guerra o mejor genocidio desatado contra ellos en nombre de la iglesia y cristo, bajo la absurda y racista idea de imponerles una “cultura superior”. Cosa que pese a toda aquella crueldad, no deja de producir risa, pues como el fascismo habló más tarde, se dijo de una “cultura superior”, capaz de matar a mansalva y masivamente a seres humanos que le tendieron generosamente la mano a sus iniciales obligados y azarosos “visitantes”.
Quizás, por creer inferior e incompetente a la mayoría de los venezolanos, mayoría que quiere paz y adhiere la idea que todo cambio debe darse bajo ese signo y respetando el derecho de todos, que les sugiere un poco de aquello de “indios sin alma”, según la evaluación de la derecha gringa y nacional, ésta no duda en apelar a la violencia y opta por matar, sin misericordia, inocentes como Robert Serra y los caídos durante las guarimbas.
Ahora bien, todos sabemos, pues es una clase elemental del catecismo de la escuela primaria y de la educación informal, que según lo cristiano, al morir el cuerpo, una de las partes de la condición humana, el alma se desprende, no se sabe cuándo y eso no deja de generar conflictos, y viaja a la eternidad. Antes, unos iban directo al cielo, como quien tiene pasaporte y visa gringa, otros por malos, insalvables, salvo que se bajasen de la mula, los zampaban al infierno a donde les llevaba Caronte y, quienes estaban en duda iban, en una especie de pasantía, al limbo. Entre los destinados a este espacio, estaban los niños que morían sin ser bautizados. Eran ángeles, sin duda alguna, pero sin título, pasaporte ni visa.
Pero no hace mucho, creo que el Papa anterior, el alemán que estuvo de joven en las huestes nazis, decidió sin preguntarle a los huéspedes de allí y a quienes eran candidatos potenciales a serlo, eliminar el limbo. De donde uno cree que quedaron como sin pena y sin refugio; como anda ahora buena parte de la población española.
Pero los animales, los seres vivos distintos al humano, ahora en esta época en la que las teorías de Sepúlveda por crueles quedaron olvidadas, cosa que muchos curas deberían recordar al momento de hacer y decir tanta barbaridad como las hacen y dicen los curas Urosa, Luckert y Porras, no tienen alma. De allí, que hasta hace pocas horas, el cielo era ajeno a animales y otras formas de vida distintas al hombre. Esto a uno le plantea un problema alimenticio, pero dejemos eso para otro espacio. Aunque suponemos que el alma no come, no le hace falta, tiene su particular fuente de energía.
De repente, ante la pregunta de un niño o quizás requerimiento lleno de ternura, el Papa Francisco, quien ha resultado sumamente singular, le dijo que los perros si van al cielo. Esto implicaría optar por la idea que los canes tienen alma, que es quien puede alojarse en ese espacio ideal e idealizado. Pero si los canes la tienen por qué no los otros animales y seres vivos. De esa manera, tendríamos un cielo en cierta forma como la tierra pero sin gente mala, como los capitalistas agiotistas, guerreristas cual Obama, sus antecesores y sionistas. El humano bueno que empezó por ser niño, muerto cuando le corresponda, podrá reencontrarse con su mascota en el cielo. Porque tampoco sería un perro mordelón, agresivo, sino eso, un juguete para niños y damas caritativas y sin el síndrome del terror a los animales. ¡Porque de las dos hay, tengo los pelos en las manos!
Por supuesto todo aquel que le encanta un jardín tiene, por disposición de Francisco, la oportunidad de trasladar o replantar el que tuvo en vida terrenal al cielo. ¡Qué bello! Lástima que la CIA, como perro mordelón y permanentemente rabioso, como Cancerbero, debería estar destinada a morar en el infierno, es capaz de encontrar la forma de violentar aquello y meter allí toda la parafernalia que encarna.