Álvaro Uribe, tiene cara de yo no fui. En efecto, como presidente colombiano y en sus relaciones con Chávez, haciéndose el desentendido, nos metió la espada por la espalda hasta la empuñadura. Cuando nos creyó aniquilado toro de lidia por la saña del picador, que fue él mismo, no fingió más y se vino de frente con alevosía.
Mientras todo eso sucedía, Juan Manuel Santos, a la postre Ministro de Defensa, colaborador de toda aquella parafernalia, aupado por los gringos, en plena campaña electoral, dijo que de ser posible volvería a repetir la agresión a Ecuador por los lados de Sucumbíos; como Chuki, el “Muñeco Diabólico” de Don Manzini, al cual se parece, manifestó su crueldad mientras sonreía con sarcasmo.
Un sensato analista extranjero, entonces me manifestó duda acerca que el gobierno de Colombia, presidido por Santos, optase por abandonar los planes de las bases gringas. Pues en la oportunidad que el Congreso sentenció que lo de las nuevas bases era un acuerdo distinto al ya existente, debía solicitársele un nuevo pronunciamiento al respecto, se coló la información que Santos no lo haría. Analistas muy perspicaces dieron esto como cierto y hasta el presidente Chávez, manifestó su alegría por el inesperado desenlace.
Pero todo quedó en veremos, pues la canciller Holguín, con premura, declaró a la prensa nacional e internacional que el presidente y su gobierno no convalidaban aquella información. Es decir, Chuki no estaba en la jugada, pero si sonriendo sarcásticamente.
El analista que mencioné al principio dijo “las clases dominantes de Colombia y Estados Unidos, no apoyarían eso”. Esta afirmación se volvió realidad, cuando los demócratas de Obama, perdieron el control del congreso.
Es plausible la iniciativa de recomponer las relaciones entre Colombia y Venezuela y hasta que ambos presidentes se abracen, compartan sonrisas y lisonjas. También asumamos que “todo es posible en la villa del señor”. Pero, ver para creer. ¿Cómo concebir que esa frontera se torne decente?
¡Mucho cuidado, el tipo no es confiable! No es posible pensar que fácilmente un personaje vinculado a lo que ha estado siempre, pueda cambiar tanto. Chuki, el muñeco diabólico, puede estar tendiéndonos de nuevo la cama, a espera que, nosotros, generosos y confiados, volvamos a bajar la guardia. Dejémosle que “guaralee” y observémosle. Por eso, haber accedido nuestro gobierno en el primer pedido, si es verdad eso, sin dificultad, que los deportados, que por algo lo fueron, regresen de inmediato, parece como muy apresurado y dar apertura para que pidan más a cambio de nada. La frontera no puede volver a aquel estado infeccioso en el que se encontraba.
Días atrás, acabando de estallar el asunto fronterizo con agresiones paramilitares a soldados nuestros, la canciller Holguín llegó a acuerdos con su homóloga, Delcy Rodríguez, y Santos, casi inmediatamente, habiéndose apersonado a Cúcuta, desconoció todo aquello y no tuvo empacho en desautorizar y descalificar a su alta representante. Aquello nos recordó de nuevo las villanías de Uribe en sus relaciones con Chávez y al Santos de Sucumbíos.
De todo lo anterior uno concluye que la palabra, de quienes han estado y están al mando en la “Casa de Nariño”, no es confiable.
Timoleón Jiménez, entrevistado por Telesur, quizás pensando, en lo mismo que hemos dicho, y el peso que la godarria colombiana y el Departamento de Estado ejercen en el momento de las decisiones en la política de aquel país, pero también en lo que ha sucedido en el pasado, tanto en Colombia como Centroamérica, donde se han asesinado combatientes después de haber cerrado acuerdos o en el curso de conversaciones de paz, advirtió sobre las dificultades que plantea el desarrollo, concresión y cumplimiento de esos acuerdos. Pues, esos devaneos de la dirigencia colombiana, casos Uribe y Santos, son reflejo del poder detrás del trono, el cual además de los elementos arriba citados, incluye el paramilitarismo y el narcotráfico.
Timoleón puso énfasis en ese asunto. ¿Cómo confiar en Santos, con su historial y conducta sinuosa, quien hasta a mediano plazo tendrá que dejar el cargo, en las clases y factores dominantes en Colombia y en el Departamento de Estado? ¿Cómo creer que la vida de los combatientes que acceden a la paz está garantizada, aun cuando lleguemos a creer en Santos y los políticos más influyentes en Colombia, si no se desmonta el paramilitarismo? ¿Cómo creer que haya allí condiciones para cumplir con los acuerdos generales que deberían satisfacer en buena medida las necesidades de un pueblo en desbandada por la miseria y la violencia? Porque sería ingenuo creer que el sólo acuerdo gobierno- guerrilla acabaría con la violencia sembraba por factores ajenos a la lucha propiamente política.
Pero como también dijimos en artículo anterior y que analistas de distintos espacios han planteado, las bases gringas instaladas allí, aprovechando circunstancias que el programa de paz buscaría eliminar para lograr de verdad sus fines, no tendrían razón de existir porque su sola presencia es factor de violencia. Entonces ¿Cómo van abordar los colombianos partidarios de la paz ese asunto?
Tiene razón Timoleón Jiménez o Timochenko, pese los avances de las conversaciones, con toda su carga positiva, de estar preocupado por la forma cómo concretar esos acuerdos sin ser ellos y el pueblo colombiano, víctimas de una trampa. El adversario tiene todo un prontuario que no hace muy creíble su palabra.
¿Cómo concebir a Timochenko u otro cualquier dirigente de la guerrilla colombiana, llevando la vida de cualquier ciudadano común, compartiendo con amigos en una cafetería de Bogotá u otra ciudad colombiana, a lo que tendrían derecho, sin que terminen fulminados por la metralla paramilitar?