Este artículo no nace del azar, casualidad o la simple intención de llenar unas dos o tres páginas para publicarlas, práctica habitual en uno, tanto que forma hasta del deseo de darle algún discreto y humilde sentido a nuestra vida. Intento a partir de los hechos antes y después de la batalla de Urica, señalar como los libertadores tuvieron que bregar mucho para ir construyendo la unidad, lo que implicó poner de lado lo pequeño y mezquino. Que ella no puede ser impuesta, decretada ni nacida de los buenos deseos de un bando.
Es frecuente que al hablar o escribir sobre hechos como la batalla de Urica, la derrota de Piar en Cumaná, el buen número de ellas sufridas por los ejércitos conducidos por Bolívar y hasta la caída de la Casa Fuerte de Barcelona en 1817, casi tres años después de la del pequeño pueblo anzoatiguense, llamado la “La tumba de sus tiranos”, se ponga énfasis en las diferencias y conflictos entre los jefes patriotas. Incluso, quienes escriben, según la escuela de donde provengan o donde hayan nacido, “halan la brasa para su sardina” y explican los hechos generalmente poniéndose de parte de alguno de los participantes en aquellos hechos. A manera de ejemplo sencillo y concreto, en el caso de las dificultades previas a la batalla de Urica, unos se parcializan por Ribas, otros por Bermúdez y hay hasta quienes, directa e indirectamente meten a Piar en el asunto, quien no llega a esa batalla en compañía de los antes nombrados, habiéndose quedado en Cumaná después de la cruenta derrota en “El Salado”, justamente por discrepancias.
Es decir, solemos buscar las causas de nuestros fracasos en alguien. Eso pareciera explicable, en el caso de aquellos próceres metidos en el fragor de la guerra de manera turbulenta y sin haber tenido la oportunidad de estudiar mucho, tiempo para acordarse sobre un proyecto atractivo, realizable, con cabida y beneficioso para todos. Lo malo es que a esta altura de la vida procedamos de la misma manera y hasta peor, como acusar al enemigo y contrincante de la culpabilidad de nuestra derrota, desaciertos, incapacidad para responder o lo que sería lo mismo, de su victoria.
José Tadeo Monagas, en la relación que hace sobre lo acontecido en Urica, al Dr. Francisco Javier Yánez cuenta:
“Llegando al pueblo de Areo, dispusieron los jefes Ribas y Bermúdez, que de los 2000 combatientes de que constaba nuestro ejército, se escogieran los más bravos y mejor montados para formar dos columnas, que se llamaron “rompe líneas. Contaba cada una de 180 valientes. Fueron destinados para mandarlas el coronel Zaraza y yo”.
En ese texto se constata como José Tadeo, se limita a decir que desarrollada heroicamente la estrategia de los “rompe líneas”, desordenado el ejército contrario por el rápido y profundo ataque de esos cuerpos de caballería, “Cuando Boves vio que su fuerte columna era envuelta, salió de su centro precipitadamente muriendo en este glorioso choque”.
Reconoce la jefatura de Bermúdez y Ribas, jefes provenientes de provincias distintas y lejanas unas de otras, de la antigua Capitanía General de Venezuela. Ribas un caraqueño vinculado desde los ´primeros días de la guerra a Simón Bolívar y José Francisco Bermúdez, un nativo de San José de Aereocuar, pueblo de la Provincia de Cumaná, y de los próceres que invadieron por Chacachacare bajo el mando del general Santiago Mariño. Estos datos, los orígenes de Ribas y Bermúdez, tienen mucho que ver con la conflictividad de entonces que si no la abordamos como es, no comprendemos el asunto y lanzamos mensajes negativos contra aquellos meritorios hombres.
También hay que tomar en cuenta que Los Monagas, como los Sotillo, se formaron en las luchas de los guerrilleros de los morichales, en las sabanas del llano oriental. Es un cuerpo, una fuerza distinta a aquellas provenientes de Caracas o de la Provincia de Cumaná.
En la relación del general Francisco Vicente Parejo, Boletín N° 21 de la Academia Nacional de la Historia, el prócer dice lo siguiente:
“…..el ejército mandado por el general Bermúdez sufrió en Urica su total derrota, después de haber rompido*la línea enemiga por el general Zaraza, que mandaba la división de este nombre, que era compuesta de los oficiales y soldados más conocidos por su valor….pues a ellos se les debe la muerte de Boves…”(Pag. 1953).
Parejo, nativo de Cumaná y combatiendo desde el inicio al lado de Bermúdez, le reconoce como jefe e ignora a Ribas. Comenta que fue alguno de los hombres de la columna de Zaraza quien pudo haber dado muerte a Boves, pero solamente hasta allí llega en eso.
La República de Venezuela de 1811 nace del fondo de una organización colonial, donde cada provincia se había mantenido casi totalmente independiente e ignorando las otras por más de 200 años, pues el nacimiento de la Capitanía en 1777, no significó cambio alguno entre las relaciones entre aquellas viejas provincias.
El regionalismo o provincialismo que surgió con la colonización misma contribuyó no sólo a esa dispersión o dificultades para que patriotas de una provincia y otra pudieran entenderse. Esas dificultades también harán mella en la guerra federal cuando el siglo XIX está bastante avanzado y es bastante la distancia en el tiempo desde que se produjo la batalla de Carabobo. Ya habíamos pasado por la creación y disolución de la Gran Colombia y todavía el espíritu provincial estaba vivo.
Las diferencias entre Bolívar y Piar, tuvieron mucho de ese regionalismo que se cubrió también como los otros, de aquello que hemos llamado el caudillismo. Después de la caída de Casa Fuerte de Barcelona, acontecimiento que tiene que ver mucho con esas diferencias entre El Libertador y los jefes orientales, los dos jefes anteriormente nombrados se reúnen y no llegan a ponerse de acuerdo. Todavía no se ha consolidado un liderazgo nacional y menos una jefatura única en el área militar.
Por supuesto, lo anteriormente comentado sucede en 1817, tres años después de la batalla de Urica. Pero en esta, en 1814, con la muerte de Boves, se comienza a producir un cambio sustancial en la estrategia de la guerra y las fuerzas patriotas parecieron haber comprendido la unidad de acercarse e incluso insertarse en aquellos sectores que impropiamente seguían a Boves. Los nuevos líderes comienzan como acordarse con las grandes masas y estas con ellos.
Por eso, si a Boves le mató Zaraza o uno de los hombres a su mando, pudiera tener alguna utilidad saber eso, pero transcendente, digno de destacar es que pese la derrota patriota en Urica, casi destruido nuestro ejército que quedó convertido en pequeñas patrullas que deambulaban por el llano, como se dice en ese mismo Boletín N° 21 de la Academia Nacional de la Historia, “destruido el ejército patriota, se hablaba de unos malhechores en los montes de Santa Ana….lo que quedó comprobado con la entrada que estos hicieron en Santa Ana, Cachipo y Pariaguán al mando del señor Monagas”. (Pág. 1056), de todo aquello, la guerra comienza tomar un nuevo carácter, se acercan mucho más los dirigentes patriotas de unos sitios y otros y comienza a nivel interno a cambiar la correlación de fuerzas. Los patriotas saltan de jefes guerrilleros, de pequeñas patrullas a conductores de grandes ejércitos. Hay mayor comunicación e intercambio. La guerra avanza a favor de la independencia y las diferencias siempre saltan y con ellas la necesidad de reducirlas racionalmente.
La guerra comienza a tener otro sentido y los libertadores toman conciencia de la necesidad de abordar sus diferencias. No fue un asunto fácil ni rápido, porque no puede revertirse con rapidez un estado de ánimo, una cultura, concepción concebida y estructurada durante un largo período de dominación, donde hasta los naturales intereses personales entran en juego, pero en buena medida se logró lo indispensable para alcanzar romper la sujeción de España. No obstante, la posterior disolución de La Gran Colombia, los efectos de la Cosiata, resultaron en parte de aquella antigua concepción que allí quedó parta distintos fines. Por supuesto, el capital internacional y los intereses de las potencias, tuvieron un rol determinante en esto, pero encontraron en el provincialismo y caudillismo un caldo de cultivo.
Para culminar esto y por los motivos que me inspiraron a escribirlo, debo llamar la atención sobre la necesidad de estudiar lo relativo a las diferencias entre los combatientes de la “Sierra Maestra” y de “El Escambray” en Cuba y entre la Farc y el FLN en Colombia, que pese a que tuvieron motivos diferentes, surtieron efectos similares y obligan a las vanguardias a atesorar y privilegiar la idea que nunca es mucho es esfuerzo que se dedique a ventilar las diferencias y buscar los encuentros entre quienes deben estar unidos.
Además, la guerra de independencia, como los movimientos a partir del 19 de abril de 1810, no nace bajo la dirección de un comando único sino que cada provincia produjo sus líderes y combatientes. Entre los caraqueños, como Bolívar, los llaneros orientales como los Monagas y los orientales de la costa y en buena parte Maturín, como Mariño, Bermúdez para 1813 y 1814, hay tantas diferencias como proyectos. Sin olvidar lo que significó el general Piar. Todavía no se reconocen como compatriotas en el sentido absoluto del término. Ninguno de aquellos grandes jefes locales reconocía a alguno de fuera como su superior y había suficientes razones para ello. ¡Cuánto costará al Libertador para se le reconozca como el líder y jefe de las fuerzas independentistas de Venezuela, sin contar lo que tendrá que bregar para lograr lo mismo fuera de nuestro espacio de la Capitanía General de Venezuela! Y luego, pese todo ese esfuerzo, asesinan a Sucre y a él, genio de América, insigne comandante, dejan a un lado.
Todo eso revela que la unidad no se logra mediante por decreto, en conciliábulos, congresos donde la discrepancia se queda al margen y menos a lo “Gato Pardo”. La unidad no se amaña, aunque los escogidos participantes se amuñuñen.
*La expresión verbal fue tomada textualmente del documento consultado.