Paz/ no quiero/ guerra/ queremos/ paz

Habrá convenido cualquier desprevenido lector en que el título de esta nota le pertenece a la letra de esa melodía latinoamericana creada por Lenin Francisco Domingo Cerda, quien se inmortalizó en el género de la salsa bajo el nombre de Frankie Dante, y junto con su orquesta la Flamboyan, todavía arranca nostálgicos suspiros a añejos salseros y mueve los pies de las nuevas generaciones.

También se preguntará el lector con toda razón “a santo de qué” viene esa referencia melódica y “¿con qué?” se come eso, dentro del contexto de la descomunal crisis que en todos los órdenes azota y somete al alicaído pueblo de mi país y que no amaina ni con el rumbón melón de Joe Patrana y la mejor voz de un Ismael Miranda en sus mozos 16 años.

Dicho esto, vamos a lo que vinimos; al título de este artículo: seguro estoy que todo venezolano aboga por una convivencia en paz, o dicho de otro modo si algunos quieren guerra, la vocación pacífica de este noble pueblo rescata y le apuesta a la cordura, al entendimiento y a la convivencia democrática, al entendimiento entre partes como fórmula válida de resolver sus desencuentros y como para pelear se requiere por lo menos de dos actores, los violentos harán sembradíos en agua salada… no nos llevarán a una guerra, ni que se seque el mar.

Ahora bien para lograr esa coexistencia que hasta ahora parece una idea un tanto utópica, es innegable que necesitamos con urgencia rescatar esa palabrita tan en boga y tan desprestigiada en medio de este tsunami político que nos arrolla; el diálogo. Sin diálogo cualquier intento de entendimiento será un árbol de frutos amargos aunque sus raíces sean regadas con abundante carga de buenas intenciones.

Y ojo que cuando digo diálogo, usted dentro del océano de posibilidades podrá escoger entre una irónica sonrisa y decir para sus adentros “que iluso es este tipo” o irse por el convencional y mas vernáculo “¿Si? Que bolas tienes tú”. Cualquiera sea su respetable decisión, lo invito a que me acompañe hasta la línea final de este artículo. No abandone el carro, que no recojo pasajero.

El diálogo como recurso de entendimiento entre partes para subsanar diferencias, requiere de ciertas condiciones; debe instrumentarse, tener una agenda consensuada, actores válidamente reconocidos por los dos sectores en pugna y la creación de mecanismos a través de mesas de trabajo que permitan asegurar el seguimiento y cumplimiento de los puntos acordado y sobre todo, acompañamiento internacional de voceros de estatura y solvencia moral que no representen partes, sino garantes del fiel cumplimiento de todas las instancias del diálogo. Esto faltó y sobró en el fracaso de las reuniones que al respecto sostuvieron representantes del ejecutivo nacional, con los representantes de la oposición agrupados en la Mesa de la Unidad Democrática.

Un punto que me parece sumamente importante para lograr resultados, es que no se puede dejar solo en manos de los políticos el destino del diálogo, estos deben dejar sus egos y contener sus deseos de tomarse la foto como protagonistas de un eventual triunfo. El diálogo debe ser conducido por estrategas expertos en resolución de conflictos, en mediaciones. En Venezuela tenemos expertos a la altura de esta responsabilidad reconocidos dentro y fuera del país.

Y ¿en realidad nos hace falta el diálogo? La respuesta definitiva es sí, nos diferenciamos de los animales, por dos condiciones; por nuestra capacidad de raciocinio (aunque a veces parezca mentira) y por el dominio del fuego. Condiciones necesarias para acometer y culminar con éxito toda iniciativa que involucre el arte de la palabra.

Ahora bien, los extremos siempre se tocan, por un lado el gobierno no puede escoger a los garantes del diálogo, ni la oposición puede ir al encuentro con una agenda que recoja solo sus intereses. El diálogo es la aceptación de las diferencias, el reconocimiento de estas y a partir de allí la elaboración de una agenda donde se presenten alternativas de solución ante los problemas que generan la necesidad de dialogar.

Vamos a ponerlo más claro; ni la oposición puede aceptar un diálogo que comprometa los derechos que están plasmados en la constitución nacional y demás leyes, ni el gobierno debe utilizar la fragilidad del Estado de Derecho como burladero para no respetar los acuerdos derivados de las discusiones en la mesa de diálogo.

Al gobierno le urge el diálogo como mecanismo de apaciguamiento de la inmanejable crisis institucional generada por su propia incapacidad de escuchar y a la oposición le urge participar en un diálogo que evite el despeñadero y garantice la reconstrucción del país en sus aspiraciones a dirigirlo.

La otra cara de la moneda es que el gobierno se sienta cómodo en medio de la crisis y pretenda gerencial los réditos de esta con miras –en una apuesta riesgosa y suicida- a llegar sano y salvo a diciembre del 2018, teniendo como expectativa una improbable subida de los precios del barril de petróleo y así crear una sensación artificial de bienestar y abastecimiento y que la oposición por su parte, juegue al desgaste del gobierno como mecanismo único para llegar al poder. Ambas apuestas incluyen riesgos no controlados y dependen del factor paciencia en medio de un país en estado de inminente ebullición.

Lo que ninguna de las partes debe desdeñar –ni por conveniencia ni por soberbia- es la utilidad práctica del dialogo, ni los logros que se pudieran alcanzar a través de este. Tampoco deben ignorar que todos los conflictos de la historia de la humanidad han concluido mediante el diálogo. Recuerde, el diálogo no es cesión, es negociación y acuerdos. Es la búsqueda de consensos para celebrar lo que nos une y denunciar lo que nos separa. Que la sensatez y la cordura prive en el sentido de ambos bandos y sepan escoger a los mejores negociadores, que la prudencia y la madurez prive en el deseo de los políticos y le dejen paso a los profesionales del área, de no ser así, Fuenteovejuna iniciará el diálogo y los comendadores de ambos lados conocerán los rigores de este. Si queremos paz y no guerra, hay que construirla.



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Ramón Colmenares


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