En la Barra de Maracaibo existía 2 fortificaciones una, la de San Carlos, la otra era la fortaleza de Zapara, hoy conocida como el Torreón de Zapara, ubicada en la isla que lleva el mismo nombre, siendo ella la puerta de salida hacia el Golfo de Venezuela y al Mar Caribe. Zapara hace que un estrecho de navegación haga un embudo para llegar a la ciudad de Maracaibo y desde la torre se visualizaba las velas y banderas de las embarcaciones que se aproximaban y cuando se trataba de piratas provenientes de las islas caribeñas, se accionaban pequeños cañones como alarma; anunciando las embarcaciones. Muy cerca, en la península de San Carlos, en un fuerte a orillas de las aguas, preparaban sus baterías de cañones más grandes y poderosos para repeler toda intrusión, todo un ejército resguardado dentro de un poderoso fortín; San Carlos de la Barra. En 1794, José Domingo en su libro, refiere a la Corona Española que entre los problemas que presentaba la ciudad de Maracaibo era el de la entrada y salida de los barcos por la barra, ello daba mucho terror y pánico a los capitanes de las naves por los peligros que ofrecía y el poco auxilio que recibían, además de los crecidos costos que tenían que pagar a los prácticos y botes que existían para la ayuda y orientación de las naves en su paso por la barra. Estos señores luego de vivir la experiencia se iban escarmentados y con el firme propósito de no volver jamás. Por lo mismo, entre las necesidades de la ciudad de Maracaibo era prioritario establecer y mantener el buen servicio de la barra.
Hacía muchos años al puerto de Maracaibo no se podía entrar sin la ayuda de un práctico. En ese entonces existían dos prácticos que operaban desde el Castillo de San Carlos, un bote que tripulaban ocho soldados y un cabo, que hacía el papel de patrón, luego que en Castillo se avista la embarcación desde él se hace señal para solicitar el práctico, luego sale este bote, y como el Castillo de donde sale queda algo a sotavento, gasta mucho tiempo primero que llega al barco, de tal suerte que por esa demora muchas veces no puede entrar aquel día y le es preciso mantenerse fuera, en paraje de alto riesgo; desde que el barco entra en barra navega siempre con peligro evidente hasta un fondeadero abrigado que queda más abajo del Castillo de San Carlos y llaman Las Casimbas; sin embargo de todos estos riesgos y que por acaso hay barco que no toque en los bajos y venga con algún descalabro, se le hace detener por fuerza en el tránsito entre la barra y Las Casimbas, dando bordo en una canal de tanta estrechez y corriente, hasta que venga el oficial que le pasa vista, embarcando una guardia con cuya operación sucede, por lo regular, no quedar tiempo al barco para llegar en aquel día al puerto, por no aventurarse a que le coja la noche en el canal o bajo de la laguna que llaman el Tablazo, y después de tantas impaciencias del capitán por el riesgo, se les exige 25 pesos por el práctico y 16 por la tropa del bote. Con esa explicación tan detallada de lo riesgoso que era atravesar la barra del lago de Maracaibo, se perseguía que el Tribunal del Consulado se encargara de buscarle una solución al problema tan perjudicial para la navegación, ya que de no arreglarse no se podría seguir fomentando el comercio y la agricultura; actividades que ya se veían gravemente afectadas.
También se recomendaba que: como en el lugar había mucho viento y cambio de dirección corriente, deben salir los prácticos de diez a quince días a reconocer los palos y mudarlos, si el fondo hubiera tenido alguna variación, y si se experimentaren muchos vientos y corrientes, harán esta salida y reconocimiento más a menudo. Los prácticos que deben siempre asistir a la barra debe señalársele su sueldo mensual, así como ocho marineros que tripulen una lancha buena, la que debe servir para la operación que queda dicha y para sacar y llevar a los prácticos cuando asoma algún barco. Pero los obstáculos naturales que presentaba la Barra de Maracaibo no eran solamente los que afectaban la navegación, también los indígenas que poblaban los alrededores de la barra eran un grave problema para los navegantes, sobre todo los Zaparas que habitaban las islas que existían en la misma barra. Estos indígenas habían aprendido a atacar las naves que pretendían entrar por la barra al lago, porque sabían que en ellas venían más enemigos con el pretexto de explotarlos a ellos y a sus riquezas.